Enduro En Lagunillas
Unos días después del paseo anterior a las Termas del Plomo, volví, esta vez con DanielR en su recientemente restaurada XR 250 R del 96, hermana de la mía. Entre otras muchas cosas, la pintó de un hermoso rojo. Realmente se veía genial. En ese paseo no saqué muchas fotos. De hecho, saqué una sola.

Ahí conocí a Chico, un endurista con años de experiencia y competición, quien andaba en una XR 400. Conversamos y después del paseo, quedamos en la posiblidad de salir a dar una vuelta.
Y eso hicimos el sábado pasado. El día partió feo pero fue mejorando. Subimos por el camino hacia Lagunillas, y entramos hacia los cerros.
Luego de un tramo corto inicial entre espinos, piedras y cosas por el estilo, llegamos a un camino. Ahí paramos, tomé algunas fotos.

Seguimos adelante, siguiendo el camino. Llevaba a la primera cima de cerro, primera de varias más. Al fondo está nuestro destino, el centro invernal de Lagunillas.

Era la cima de las antenas de celular. Eso explicaba por qué tuve recepción en otra ocasión que fui a Lagunillas, pasado los andariveles.

La mayoría de las fotos son de Chico en la XR 400, descansando, o haciendo alguna cosa. Aparte de las montañas y cerros en la distancia, no había mucho que fotografiar.

La ruta que ibamos siguiendo era más o menos una que nos llevaba por las lomas de los cerros bajos, cerca de las antenas, a los cerros altos y, eventualmente, al centro invernal de Lagunillas.
Habían zonas bastante planas, donde seguíamos una huella de animales o de motos, angosta, con piedras medianamente sueltas de base, pero nada desagradable. A los lados, matorrales de espinas y pasto seco. De vez en cuando, grandes áreas excavadas por animalejos. Ahí, las entradas a su sistema de túneles eran tan numerosas que la tierra colapsaba bajo la moto. Por suerte sólo quedé atorado una vez en una de esas zonas.
La otra fisionomía predominante en el paseo fueron, naturalmente, los cerros y las pendientes. Subir una pendiente en la moto es un chiste, si se trata de una superficie de asfalto o muy compactada y plana. En este caso, eran pocas las subidas con huella, y aún cuando ésta existía, era angosta y nada regular. Los matorrales (que escondían montículos de tierra), las piedras angulares, y las ondulaciones naturales del terreno hacían de las subidas algo bastante difícil.
Chico sobre una roca, y en la distancia, las casas y árboles de Lagunillas.

A veces era cosa de afirmarse bien, y era posible subir sentado. La mayoría de las veces, en cambio, el permanecer sentado habría significado una caída segura. Dada la pendiente, la postura correcta no era simplemente estar parado sobre los pedalines, sino también haciendo fuerza y colgado del manubrio, porque aquí los pedalines y el maubrio, los dos únicos puntos de apoyo, estaban casi directamente uno bajo el otro.
Al fondo, las antenas.

Y si lograba mantenerme con el cuerpo pegado al estanque y el pecho lo más hacia adelante que fuera prudente, había que lidiar con el terreno extremadamente irregular, la llamada calamina –ondulaciones producidas por los matorrales– y la constante tendencia de la rueda delantera a desviarte del curso o derechamente despegarse del suelo. Después de cada subida terminaba exhausto y sudando, no del todo por esfuerzo, sino también por nerviosismo y la tensión que provoca enfrentarse con una pendiente aparentemente interminable y gigante. Y si me caigo? Y si la moto cae ruedas para arriba, y se comienza a vaciar el aceite como la otra vez? Y si, Y si?

Chico naturalmente no tuvo problemas para subir. Me reconfortaba el que tuviéramos máquinas similares. La suya, a pesar de ser de mayor potencia, tenía una ciclística por lo menos comparable a la mía, y teníamos neumáticos duales, de calle principalmente. Estas similitudes ayudaban a resaltar el contraste entre su experiencia y mi inexperiencia. En cada descanso, me daba consejos, sugerencias, comentarios sobre lo que se venía.

En una de las subidas más largas, terminé por dejar caer la moto. Perdí velocidad. Si no tienes velocidad, no tienes control. A unos 20, 30 metros del final de una larguísima subida, en la sección más empinada, Chico se subió a mi moto y me la dejó arriba, en lo plano.
Realmente es difícil describir lo que se siente estando en los últimos metros de la pequeña planicie antes de comenzar la subida. Se ve enorme, imponente, da vértigo. Se te llena la cabeza de cálculos visuales de "podré subir" versus "me voy a caer hacia atrás". Varias veces pensé en no seguir, que el cerro me había ganado. Pero bueno, qué más da. Si me caigo, me caigo. Y lo intentaba. En lo plano también hay calamina, matorrales, piedras; y es difícil acelerar hasta una velocidad adecuada para enfrentar la subida. Y aún si se logra la velocidad adecuada, no hay descanso, no hay un momento en el cual no estés luchando para que la moto no se salga de curso, para que no te tire, para que no se vaya a tierra, para evitar los obstáculos, dentro de lo posible.
Luego de varias caidas y pérdidas de equilibrio, y de un par de tramos finales hechos por Chico, llegamos al punto donde tomaríamos una ruta horizontal, que seguiría el contorno de los cerros.
Aquí, un corto video de una de las subidas más mansas. De lejos, y en manos de un experto, no parece gran cosa, pero créanme que cuando se te viene encima el cerro, sudas, y no por calor.
Y seguimos.




Ya estábamos prácticamente a la altura del centro invernal de Lagunillas. Sólo restaba cruzar una quebrada y seguir adelante.

Lo vi difícil, y si caía, sería una caída de varios metros, al lecho de un riachuelo rocoso. No gracias. Le pasé la moto a Chico.

Al centro de la foto, en la distancia brumosa, las antenas de celular, desde donde habíamos partido.

Cuando vi los andariveles de cerca, me alegré. Sentía esa mezcla extraña de querer que se terminaran las subidas difíciles, de esas que te hacen dudar, esos obstáculos con los que a veces uno se cruza que podrían perfectamente convencer a uno de no superarlos, y al mismo tiempo de querer que no se acaben, de que hayan más.
Finalmente llegamos al destino. Dos legendarias XR, ambas con neumáticos de calle y espejos, una con parrilla, mochila, piel de oveja y un inexperto encima, llegamos.

Avancé por el cerco hacia la izquierda, buscando un punto más alto desde donde fotografiar la puesta de sol.


Hacía mucho frío, y estaba cansado, en particular los brazos.


Y pensar que allá, a lo lejos, en esa bruma, esa punta de cerro que apenas se asoma, están las antenas, y que todo eso lo hicimos a campo traviesa, usando la moto para lo que fue diseñada.

Con la última luz del sol volvimos a Santiago.


Ahí conocí a Chico, un endurista con años de experiencia y competición, quien andaba en una XR 400. Conversamos y después del paseo, quedamos en la posiblidad de salir a dar una vuelta.
Y eso hicimos el sábado pasado. El día partió feo pero fue mejorando. Subimos por el camino hacia Lagunillas, y entramos hacia los cerros.
Luego de un tramo corto inicial entre espinos, piedras y cosas por el estilo, llegamos a un camino. Ahí paramos, tomé algunas fotos.

Seguimos adelante, siguiendo el camino. Llevaba a la primera cima de cerro, primera de varias más. Al fondo está nuestro destino, el centro invernal de Lagunillas.

Era la cima de las antenas de celular. Eso explicaba por qué tuve recepción en otra ocasión que fui a Lagunillas, pasado los andariveles.

La mayoría de las fotos son de Chico en la XR 400, descansando, o haciendo alguna cosa. Aparte de las montañas y cerros en la distancia, no había mucho que fotografiar.

La ruta que ibamos siguiendo era más o menos una que nos llevaba por las lomas de los cerros bajos, cerca de las antenas, a los cerros altos y, eventualmente, al centro invernal de Lagunillas.
Habían zonas bastante planas, donde seguíamos una huella de animales o de motos, angosta, con piedras medianamente sueltas de base, pero nada desagradable. A los lados, matorrales de espinas y pasto seco. De vez en cuando, grandes áreas excavadas por animalejos. Ahí, las entradas a su sistema de túneles eran tan numerosas que la tierra colapsaba bajo la moto. Por suerte sólo quedé atorado una vez en una de esas zonas.
La otra fisionomía predominante en el paseo fueron, naturalmente, los cerros y las pendientes. Subir una pendiente en la moto es un chiste, si se trata de una superficie de asfalto o muy compactada y plana. En este caso, eran pocas las subidas con huella, y aún cuando ésta existía, era angosta y nada regular. Los matorrales (que escondían montículos de tierra), las piedras angulares, y las ondulaciones naturales del terreno hacían de las subidas algo bastante difícil.
Chico sobre una roca, y en la distancia, las casas y árboles de Lagunillas.

A veces era cosa de afirmarse bien, y era posible subir sentado. La mayoría de las veces, en cambio, el permanecer sentado habría significado una caída segura. Dada la pendiente, la postura correcta no era simplemente estar parado sobre los pedalines, sino también haciendo fuerza y colgado del manubrio, porque aquí los pedalines y el maubrio, los dos únicos puntos de apoyo, estaban casi directamente uno bajo el otro.
Al fondo, las antenas.

Y si lograba mantenerme con el cuerpo pegado al estanque y el pecho lo más hacia adelante que fuera prudente, había que lidiar con el terreno extremadamente irregular, la llamada calamina –ondulaciones producidas por los matorrales– y la constante tendencia de la rueda delantera a desviarte del curso o derechamente despegarse del suelo. Después de cada subida terminaba exhausto y sudando, no del todo por esfuerzo, sino también por nerviosismo y la tensión que provoca enfrentarse con una pendiente aparentemente interminable y gigante. Y si me caigo? Y si la moto cae ruedas para arriba, y se comienza a vaciar el aceite como la otra vez? Y si, Y si?

Chico naturalmente no tuvo problemas para subir. Me reconfortaba el que tuviéramos máquinas similares. La suya, a pesar de ser de mayor potencia, tenía una ciclística por lo menos comparable a la mía, y teníamos neumáticos duales, de calle principalmente. Estas similitudes ayudaban a resaltar el contraste entre su experiencia y mi inexperiencia. En cada descanso, me daba consejos, sugerencias, comentarios sobre lo que se venía.

En una de las subidas más largas, terminé por dejar caer la moto. Perdí velocidad. Si no tienes velocidad, no tienes control. A unos 20, 30 metros del final de una larguísima subida, en la sección más empinada, Chico se subió a mi moto y me la dejó arriba, en lo plano.
Realmente es difícil describir lo que se siente estando en los últimos metros de la pequeña planicie antes de comenzar la subida. Se ve enorme, imponente, da vértigo. Se te llena la cabeza de cálculos visuales de "podré subir" versus "me voy a caer hacia atrás". Varias veces pensé en no seguir, que el cerro me había ganado. Pero bueno, qué más da. Si me caigo, me caigo. Y lo intentaba. En lo plano también hay calamina, matorrales, piedras; y es difícil acelerar hasta una velocidad adecuada para enfrentar la subida. Y aún si se logra la velocidad adecuada, no hay descanso, no hay un momento en el cual no estés luchando para que la moto no se salga de curso, para que no te tire, para que no se vaya a tierra, para evitar los obstáculos, dentro de lo posible.
Luego de varias caidas y pérdidas de equilibrio, y de un par de tramos finales hechos por Chico, llegamos al punto donde tomaríamos una ruta horizontal, que seguiría el contorno de los cerros.
Aquí, un corto video de una de las subidas más mansas. De lejos, y en manos de un experto, no parece gran cosa, pero créanme que cuando se te viene encima el cerro, sudas, y no por calor.
Y seguimos.




Ya estábamos prácticamente a la altura del centro invernal de Lagunillas. Sólo restaba cruzar una quebrada y seguir adelante.

Lo vi difícil, y si caía, sería una caída de varios metros, al lecho de un riachuelo rocoso. No gracias. Le pasé la moto a Chico.

Al centro de la foto, en la distancia brumosa, las antenas de celular, desde donde habíamos partido.

Cuando vi los andariveles de cerca, me alegré. Sentía esa mezcla extraña de querer que se terminaran las subidas difíciles, de esas que te hacen dudar, esos obstáculos con los que a veces uno se cruza que podrían perfectamente convencer a uno de no superarlos, y al mismo tiempo de querer que no se acaben, de que hayan más.
Finalmente llegamos al destino. Dos legendarias XR, ambas con neumáticos de calle y espejos, una con parrilla, mochila, piel de oveja y un inexperto encima, llegamos.

Avancé por el cerco hacia la izquierda, buscando un punto más alto desde donde fotografiar la puesta de sol.


Hacía mucho frío, y estaba cansado, en particular los brazos.


Y pensar que allá, a lo lejos, en esa bruma, esa punta de cerro que apenas se asoma, están las antenas, y que todo eso lo hicimos a campo traviesa, usando la moto para lo que fue diseñada.

Con la última luz del sol volvimos a Santiago.

Labels: cajondelmaipo, chile, paseos


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9 Comments:
Que buen paseo!, se maneja Chico.
Que lástima no haber ido.
Paul: precioso paseo aquel, creo que habría sido fabuloso ir contigo y acampar entre esas laderas doradas...espero que estés bien...y que no abandones el italiano sólo por unas cuantas señoras adineradas pseudo dueñas de casa que te perturban...un beso, N.N.
Me gustan las fotos que sacas al atardecer...
Imágenes simplemente bellas y mágicas!!!
Lindas fotos y lindos ratos que debeis pasar por esos cerros ...
Saludos desde muy lejos
Te Felicito por la forma como compartes tu paseos. Muy buenas tomas y el comentario parfecto en cada una. Ojala sigas haciendolo !!! Muchos Saludos
hola,que tal: he visto varias veces tu página y me parece espectacular la forma que disfrutas tu moto. yo también tengo una Honda xr y también me voy a lanzar en el verano a hacer este tipo de aventuras.Eso es lo espectacular de las enduro, puedes llegar donde sea. te felicito y continua alimentando esta página.De pasada, ¿sabes donde puedo encontrar parrillas para enduro o maletas, pero para este estilo de motos??
Pablo
Hola,
En iMoto venden las alforjas que llevé a la Carretera Austral.
La parrilla la hizo Alejandro Muñoz, segunda cuadra de la calle Con Con después de doblar al norte desde la Alameda, es un taller pequeño a la izquierda. Trabaja muy bien.
d.
Hola Paul,
he observado con detención algunos de tus relatos y tengo una pregunta:
¿has pensado usar otro tipo de espejos en tu moto? Los que usas son demasiado rígidos y el que va montado en el lado derecho, en una caída, podría romper el depósito de líquido de frenos, con el consecuente riesgo y perjuicio económico.
He estado buscando por ahí, y encontre unos espejos ACERBIS para enduro. Se ven super sencillos, pero creo que cumplen el objetivo y resuelven el problema descrito. En usa cuestan US$20. Pero comprarlos en OnlyXR cuesta en Chile unos US$115.
¿Conoces alguna alternativa para traerlos más baratos? Otra solución es encargar varios, pero significaría reunir a algunos interesados.
Bueno, saludos y espero comentarios.
Estimado Anónimo,
Aunque es posible, ahora simplemente quito los espejos y los guardo en la mochila.
Esos espejos plegables los he visto, y se ven muy buenos. Pero mejor simplemente quitar los espejos.
Y si se rompen, en vez de comprar originales, mejor comprar espejos de Honda Passion, que son baratísimos.
Saludos,
d.
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