Sunday, January 18, 2009

Hacia Las Sangre De Cristo

Si bien el artículo pasado pintó un cuadro general de mi tiempo en Los Álamos, todavía quedan algunos paseos en el tintero. Manos a la obra, entonces.

Por aquellos días, aprovechando el viernes por medio libre que me permitía mi horario de trabajo en el laboratorio, intentaba escaparme periódicamente, dada la oportunidad única de estar basado hora y media más al norte, más cerca de los paisajes interesantes y más lejos de la vida insípida de Albuquerque. A pesar de estar cansado y francamente querer volver a mi casa, mi cama de verdad, mi máquina de hacer pan, la remota pero tangible posibilidad de hacer algo interesante con amigos, a pesar de todo eso, me obligaba a salir, a pasear, a recorrer.

Pero antes de eso, había que hacerle mantención a la moto. Por los cerca de 400 km semanales recorridos desde que llegué de Chile los primeros días de junio, era hora de cambiar el aceite. Se imaginarán que no fue grato encontrarse con esta sorpresa en el tapón magnético:



Las limaduras son un recordatorio de que la vida de la moto es finita, y son de esperarse. Pero... y ese alambre?



Resultó ser un resto de alambre usado en la fabricación del chassis. No quiero pensar qué haría ese alambre en la caja de cambios o la bomba de aceite.

Por esos días, también, el tiempo veraniego de Albuquerque estaba en su máxima expresión, con tormentas todas las tardes, incluída una de granizo bastante espectacular.



Llegó el viernes libre, y fue momento de partir a recorrer. Mi destino sería la cadena montañosa de las Sangre de Cristo, ubicadas al este de Los Álamos y al noreste de Santa Fe.




A decir verdad, habría preferido un día más despejado, donde no me sintiera amenazado por lluvia, pero había que seguir adelante nomás.



Si bien el Black Mesa es visualmente imponente, tuve dificultad permanente para tomarle una foto que me dejara satisfecho. Nunca lo logré.



Otro intento, más grande. (click)



Éste es territorio indígena, y por aquí y por allá se encuentran distintos pueblos, o asentamientos de la gente Pueblo: Santa Clara, San Ildefonso, Pojoaque, Cochiti, y un sinnúmero de otros. Y todos de aspecto deprimente, acabado. Me pregunto siempre si acaso las reservaciones dejaron mejor o peor a los indígenas norteamericanos en comparación con los pueblos autóctonos chilenos. Los primeros tienen su propia tierra, pero el sólo mirar sus asentamientos da ganas de volverse alcohólico, y los otros perdieron sus tierras ancestrales, pero están más integrados con la sociedad. Discuta.



Más allá de Española, en el camino hacia las Sangre de Cristo y tapado por frondosos árboles propios del valle del Río Grande, se encuentra Cuartelez, una localidad que bien podría ser parte del campo chileno. El camino era muy angosto, de dos pistas, y los árboles, matorrales y cercos rudimentarios llegaban hasta el camino mismo, imposibilitando cualquier parada de fotos. Pero qué gusto me dio no poder detenerme, les diré: por fin algo de densidad, de desorden, de cosas gastadas grácilmente por el tiempo. Éste era un New Mexico que me podía gustar, uno antiguo, frondoso, con sus raíces al aire, raíces de conquistadores y asentamientos. No de gente mórbidamente obesa visitando WalMart en una camioneta gigante de llantas cromadas al son de la ranchera nortina. Sólo pensar en la imagen me pone mal. Permiso, voy a tomar aire.

Pero volvamos a Cuartelez, población 452. Ahí, al costado del camino, me encontré con una pequeña y antigua iglesia.



Linda, no? Podría ser una escena de cualquier parte del norte de Chile.



De Cuartelez seguí hacia el este, saliendo eventualmente del gran valle extendido y caluroso del Río Grande, para llegar a los faldeos de los cerros. Los colores típicos de New Mexico hicieron su aparición. Dicho sea de paso, creo que no tengo foto alguna que se parezca más a una pintura que esta. (click)



Hacía calor, pero era tolerable. Ya bajaría la temperatura al adentrarse en los valles y quebradas de las Sangre de Cristo.

Para los interesados en seguridad vial, miren cómo son las barreras de contención aquí: con bloques de espuma, para absorber impactos.



De la escena anterior a una loma, de la loma seca a una quebrada seca y calurosa, y de la quebrada seca y calurosa a un lago chico, de existencia paradójica.



Como todo aquí se cobra, tuve que entrar con cuenta regresiva de cinco minutos, so pena de tener que pagar el day fare.



Más arriba, y bajo una resolana maldita, me encontré con campos, agricultura de verdad, quién lo hubiera dicho. No parecía el New Mexico que conocía hasta ahora.



Aquí todos los postes son troncos. Todos. Incluso los de alta tensión.



Y cada uno numerado. Será por inventario, o para ubicarse en el campo?



A mis pies, un hito. US General Land Office Survey - 1922.



Si bien viajaba con un mapa, me daba tanta paja sacarlo que mis exploraciones fueron netamente guiadas por la punta de mi nariz. Donde me diera la gana, iba. Siempre buscando algún camino de tierra por aquí y por allá, intentando notar cualquier cartel de propiedad privada. Nunca me han disparado y no deseo tener primera vez.



Ese camino no llevó a ninguna parte. Pese a la flojera y el fastidio, saqué el mapa y tracé una ruta que me llevara hacia los bosques, abiertos y de libre paso. Fue así como pasé por Truchas.

Apenas merece el título de pueblito lineal, pero uno nunca lo sabría considerando la cantidad de basura y escombros que han sido botados al costado del camino. Sí, como en Chile.



Pero qué vista tienen los de Truchas. En la distancia, Baldy Peak, cuyo nombre no intentaré traducir por razones obvias.



Ahí cargué combustible de un surtidor análogo, al lado del banquito hecho de dos neumáticos colgados del techo, frente a una abandonada tienda de repuestos y servicios mecánicos.



Al otro lado del camino estaba la pulpería. Pisos crujientes y grises de madera, calendarios de cocacola vencidos hace una década, un mesón refrigerante con tristes jamones y quesos. Al lado de la caja registradora, una cestita con limones, probablemente originarios del patio trasero.



Con provisiones y el estanque lleno, seguí. Ojo Sarco, Chamisal, Peñasco y por ahí le pierdo el rastro a mi huella. Esto era antes de comprarme el GPS, así que ni idea cuál habrá sido mi ruta.



De una manera u otra llegué a la entrada al Sangre de Cristo National Forest, abierto para el que quiera pasar. Así que pasé.



De sol a resolana, de un camino de tierra a otro, avanzaba por el bosque.



(click).




Subí, subí, subí. Siempre intento subir. Es algo que hago por instinto.



Aquí, lejos de todo, saqué mi sandwich de queso y almorcé. No me senté en el suelo, por las hormigas, y miraba constantemente a mi alrededor, por los osos.



Y, además, ya estaba bastante lejos del camino. Podría haber seguido, pero preferí no hacerlo. Así que era hora de volver.



En todo mi tiempo allá arriba no me encontré con nadie. Pero sé que estos caminos son populares entre los aventureros dual sport de la zona. Recorren los kilómetros y kilómetros de huellas perdidas, siempre equipados con una sierra o incluso una motosierra pequeña, para despejar el camino. Si no fuera por ellos, los caminos se cerrarían para hikers y ciclistas, simplemente por efecto de árboles caídos. Pese a esto, y por la idiotez ultra-ecologista de alguna gente de poder, hay intentos cada año de impedir el acceso de vehículos motorizados al bosque. Si no entran las motos, no hay caminos para los demás. Así de simple.



Sentía humedad en el aire. Probablemente llovería pronto.



Y sí, comenzaron a caer gotas.



De lejos, me despedí de Baldy Peak, y volví a casa.

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1 Comments:

Blogger Golondrina said...

Es grato y da gusto pasar por aquí para soñar un poco con los caminos que nos muestras en tus fotos y tus paseos tan bien narrados...que gusto motoquero leerte!
Un fuerte abrazo.
R.

11:31 PM  

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