Monday, March 09, 2009

A Lagunillas Con Camilo

A pesar de haber comenzado a empacar mis maletas unos días antes de partir hacia Chile, la noche anterior a mi partida me encontré puteando y reputeando, intentando hacer caber todo lo que debía llevar. Mi propio equipaje no era muy voluminoso, pero Camilo se había ensañado con los encargos. Aquí los señalo con flechas rojas.



De casco a botas, de kit reparador de pinchazos a tapones de válvula de neumáticos con forma de bola 8. Era una lista sin fin de objetos varios, la mayoría de los cuales tenían formas incómodas y raras, difíciles de empacar.

Se preguntarán, quizás, por el motivo de estos encargos. Pues bien, Camilo se había comprado recientemente una TTR250. Por fin saldría a andar en tierra como buen machote.

Con los papeles en orden y Camilo vistiendo equipo nuevo de pies a cabeza, partimos al Cajón. Ni les cuento la cantidad de autos, el tráfico a paso de caracol, las detenciones por ningún motivo aparente. Era por esto:



Qué mejor actividad para el primero de enero que ir al Cajón a bañarse. Si no hubiéramos usado la berma, a paso cuidadoso, probablemente habríamos llegado a este punto al atardecer.



Pero eventualmente nos libramos del taco y tomamos la subida hacia Lagunillas: un paseo corto, al punto, con buenas vistas.



Y eso es Lagunillas, un grupito de árboles en medio de la cordillera.



La vista me saludó como un viejo conocido. (click).



Ver a Camilo en la TTR me recordó las primeras veces que llevé la XR125L a los caminos de ripio.



Me encantan estos postes de cerco. Cuánto tiempo han estado aquí, bajo sol, viento, lluvia y nieve? Qué han visto? (Pasa el puntero sobre la imagen).



Esto de sacar la cámara grande es una joda. Por lo menos veinte minutos por parada. Pero a eso vine, no?



Ya lo mencioné en otro artículo, pero me es imposible ver un cerco en la cordillera extendiéndose hasta el horizonte sin pensar en el libro Redoble por Rancas.



Aún en pleno verano, algunas manchas distantes de nieve en las quebradas más protegidas.



Y en los imponentes macizos, su capa de nieve eterna.



Lagunillas tiene dos subidas hacia el sur, por la loma de los cerros. La primera, fácil. La segunda, requiere un poco de experiencia. El sendero es angosto, las piedras están sueltas, y a tu izquierda está el cerco, el cual querrás evitar a toda costa. Yo subí hasta la parte superior de la loma, donde está el poste con banderines.



Camilo decidió ser prudente, y fumarse un cigarro mientras yo tomaba fotos.



Una toma cercana...



... y una lejana (click).



Ésta me gusta bastante.






Cómo sería estar en aquellas cumbres, mirando hacia la puesta del sol?






Noté que Camilo me estaba haciendo señas. Al parecer ya había terminado su cigarro, y se estaba aburriendo.



Así que bajé hasta donde estaba él. Faltaba muy poco para que el sol se escondiera.



Retrato del joven endurero novato.



En la cima del mundo.



En este viaje la gran mayoría de mis paseos fueron al atardecer, en busca de la luz adecuada.






Los últimos rayos. (click).



Era hora de bajar.






De bajada nos encontramos con un par de personas, sus luces y un generador. Pasé de largo, y me quedé pensando. Eran: a) ovnimaniáticos, b) entomólogos o c) otra alternativa. La curiosidad me superó, y me devolví sin miedo a no poder alcanzar a Camilo, quien iba bajando por el camino a velocidad de abuela.



Efectivamente, estaban haciendo un estudio sobre las polillas del sector. O debería decir mariposas nocturnas? Me encantaría leer la publicación una vez que salga, pero ni idea cómo buscarla. Google no fue de ayuda, pero seguramente es demasiado pronto como para que hayan publicado resultados de Enero.

El resto del camino de vuelta transcurrió lentamente, sin evento.

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Thursday, March 05, 2009

Solito A La Laguna Piuquenes

Por motivos que ya no recuerdo, no encontré a nadie para salir a la cordillera ese día. Rodrigo andaba trabajando en Panamá y los otros sospechosos de siempre, que nunca fueron muchos, andaban en otras cosas. Daniel incluso había vendido la XL200. Decidí salir solo, como los viejos tiempos.

Allá arriba, en La Parva, las nubes estaban a ras de cumbre y hacía frío. Me di con la desagradable sorpresa de que habían cavado zanjas en las laderas de los cerros, presumiblemente para dificultar el acceso a... a qué? Qué cosa es lo que intentan proteger? Tierra, rocas y vistas inspiradoras? Vaya uno a saber. Crucé las zanjas al son de un buen pico en el ojo, intentando no caerme en las laderas sueltas, la moto con el centro de gravedad alto por la caja Pelican y el piloto con falta de práctica.

Eventualmente llegué a la red de caminos. Activé el registro de ruta en el GPS, por si volvía de noche.


La maquinaria andina, un ténue espectro de actividad y presencia humana.



Paré el motor sólo para escuchar el silencio. Las nubes rodaban rápidamente por el suelo.



Pero quizás no todo sería humedad y falta de contraste.



Ah, esto sí que promete!



Lástima que nadie me había podido acompañar. (click).



La última vez que estuve en este punto el cielo estaba completamente despejado.



Cuando los vi, me acordé de una excursión al Cerro El Plomo que se había organizado por estas fechas, entre Navidad y Año Nuevo. Claudia y Nicolás iban a ir. Imagínate cruzarte con amigos aquí arriba. (click).






Comencé la bajada hacia la Laguna Piuquenes. Otra zanja, pero ésta había sido cavada con buen motivo. Detrás de ella, una gran área de llaretas, muchas de ellas protegidas por planchas de acrílico transparente. Me paré en los pedalines y anduve lento, lento, a paso de caminata, siguiendo cuidadosamente la huella de tierra pisoteada dejada por los andinistas.



Al llegar, vi carpas y algunas personas por aquí y por allá. Seguí avanzando muy lentamente, procurando no pisar ni llaretas ni la vegetación a ras de suelo que brotaba de entre las rocas. (click).



Cerca de una carpa amarilla, un hombre mayor y dos chicas bastante guapas. Me miraban mientras me acercaba. Yo con el motor casi en ralentí, un poco incómodo por romper su tranquilidad acústica. Me detuve a unos metros y paré el motor. Me quité el casco, los saludé. La mirada gris, fija del papá. La mirada desinteresada de las hijas. Les pregunté si eran parte de la expedición al Plomo, si iban de ida o de vuelta. El hombre me dirigió algunas sílabas. En mi mejor tono educado y amistoso, me explayé: una amiga andaba en dicha excursión, y no tenía muy claro qué día bajarían. La mira fija y fría del hombre, como el agua de la Piuquenes.

Emprendí mi retirada. Me alejé unos cincuenta metros, y comencé a sacar la cámara, las lentes.




La verdad no creo haber visto nunca la mirada de desprecio contra los motociclistas todo terreno solapada con la mirada de un padre acompañado de sus dos hijas guapas.



Y fue entonces cuando las nubes se abrieron, y las montañas "...fueron bañadas en la más dorada luz", como alguna vez escribí en un cuento que todavía no publico. No importa que los objetos iluminados en el cuento eran micros santiaguinas, y no hermosas montañas. La idea es la misma.

Partió con una esquinita por allá lejos, a mi derecha.



Y se expandió, iluminando la veta verde del Cerro Pintor.



Se lo imaginan?



Como pinceladas de luz, apareciendo y desapareciendo.



De izquierda a derecha, de derecha a izquierda.



Y a lo lejos, en la pequeña loma que mira hacia La Parva y Santiago, esta figura solitaria. (click).



Qué ganas de quedarse aquí toda la tarde. Más no aquí mismo, sino más lejos. En términos relativos, la Piuquenes es casi una plaza pública, punto de pasada obligada para los que van y vienen del Pintor, La Leonera, El Plomo. Si me quedo en la cordillera, lo haré lejos de las rutas, como cuando Nicolás se fue solo al Cajón del Río Olivares.



Una última mirada antes de partir.



Probablemente no vería estas cumbres sino en un año.



Había decidido partir por la hora: el GPS convenientemente da el momento de la puesta del sol, y quería estar en el lugar correcto para captarla, o por lo menos su luz.



Así que lentamente fui bajando, deteniéndome cada tanto para mirar a mi alrededor, despedirme de ésta parte de la cordillera por el momento.



El hotel de Valle Nevado.



Los ascensores, inmóviles. La luz, un sueño surreal.



Las nubes ya habían liberado al hotel. (click).



Pero las cumbres lejanas seguían en su poder. (click).



Me permiten una panorámica levemente repetida? (click).



Los últimos metros los bajé con el motor apagado, usando mi inercia para subir el camino hacia la esplanada del hotel. No quería atraer la atención ni incitar histerias de sábado por la tarde.



Paré al costado del estacionamiento, desde donde normalmente se tiene una vista de largo alcance. Hoy no era así, pero no me quejo.



Había sido un paseo corto, un poco extraño. Ya no estaba explorando lo desconocido, iba mejor equipado de lo que jamás había estado, pero no había ido lejos ni por largo rato.



El sol se puso sobre Santiago, y yo volví a casa.


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