Thursday, March 27, 2008

Lagunillas '08

Y tan pronto como llegó el momento de venir a Chile, vino también el momento para partir. Éste sería el último paseo de la visita: Lagunillas.



Una vez más, me vi rodeado de la fuerte belleza de la cordillera, y tomé cuanta foto pude, a modo de souvenir. El resultado, las fotografías en sí, no diría que son una fiel representación de lo que uno ve y siente allá arriba. El cielo es siempre más azul, las montañas lejanas siempre más nítidas. La tridimensionalidad de todo el entorno está siempre presente. Es por eso que en este artículo intentaré algo distinto: si no lo puedo capturar, por lo menos lo puedo interpretar. Escondidas y repartidas por aquí y por allá se encontrarán con una que otra foto interpretada, donde usé mis herramientas no para la reproducción, como siempre ha sido el caso, sino para la interpretación. En fin, espero que el resultado agrade.

* * *

Nadie nace sabiendo andar en moto. Y menos andar bien, al punto de poder enseñar, enseñar, enseñar, como lo hace Chico en nuestros paseos. Y quién le enseñó a él? Ya la conocerán.

Primer obstáculo: esta bajada. Les recuerdo –o les informo, por si no son lectores habituales– que el neumático trasero montado en mi XR250R es exactamente el mismo que llevé a la Carretera Austral, el mismo que venía usando desde hace un año, y el mismo que maldije mil y un veces en este mes de paseos. El motivo? Desgaste más allá de lo decente y razonable, bordeando lo cómico (pero nunca tanto como el de la Teneré de Jare, en ese paseo que hicieron con Rodrigo por Rancagua). Y una bajada así daba miedito, mucho miedito. Sabiendo que lo peor que podía pasar era tener que frenar usando mi cuerpo y el chasis (ejém... tirarme al suelo con la moto), me lancé. Y saben qué? No fue tan malo.

Chico me estaba esperando un poco más adelante. "Oye, que buena, te tiraste. Ahora date vuelta y mira por donde bajaste".



Y sí, quién hubiera pensado que podría bajar por ahí sin perder el control. Pero se puede!

De izquierda a derecha: Giannina, Chico, Rodrigo.



Chico conoció a Giannina hace tiempo, unos 10 años, cuando no era más que un pibe en KDX200. Ese día Chico andaba fuera del camino con unos amigos, explorando la zona de Lagunillas. Otro amigo se había quedado en la camioneta, descansando. Oyó que se acercaba una moto, pero no era Chico y los demás. Era una WR200 de dos tiempos. El piloto desmonta, se saca el casco, y resulta ser una chica. "Oye, tú andas en moto?" le pregunta al amigo. "Siiiiii po" le respondió él, con tono seguro. Al fin y al cabo, sabía moverse del punto A al punto B, no? "Vamos entonces" le respondió ella, ya poniéndose el casco. No llegaron ni al camino cuando el amigo de Chico ya estaba en el suelo. Ella lo esperó, y comenzaron a bajar por donde hoy existe una huella de bicicletas de descenso. Pocos segundos después, la piloto se dio cuenta que andaba sola: el tipo se había salido de la huella. Así pasaron un buen tiempo, y eventualmente empalmaron con los demás. Hicieron buenas migas: a partir de ese día, Chico comenzó a ir más seguido al Cajón para andar y explorar. (click)




Giannina –pues ese era el nombre de la piloto misteriosa– sabía andar muy bien en moto: técnica de manejo en tierra, endurance y estado físico elogiables. Al parecer por ahí en su pasado hay también facetas de profe de ski, escaladora de rocas y otros; todo alimentado por una personalidad activa (y, a veces, hasta explosiva). Oriunda de Italia, nativa de San José de Maipo desde siempre, saldó con Chico una amistad especial.



Aquí, entonces, nos presentamos: peregrinos en el templo. Donde otros ven ruido, polvo, calor, yo veo comunión, paz.



Chico me había hablado varias veces de ella, siempre con admiración y con cariño por la vieja. Yo sólo tenía claro que no quería atrasar al grupo por inexperiencia o por mis neumáticos indecentes. Y tengo claro que mi estilo de andar, teñida, y equipamiento no es el más adecuado para dedicarse de lleno al andar a campo traviesa. Pero le di nomás, con entusiasmo y dispuesto a hacer lo que pudiera.





Al parecer logré balancear las pausas para las fotos y el jugoseo con el neumático pelado con acción y avance, suficiente como para que Chico me comentara que estaba andando más fuerte que antes, en los paseos anteriores. Ya era hora!










La moto saltaba, la rueda patinaba, yo repartía golpes de culo y tirones al manubrio, y de alguna manera u otra llegaba a la cima una y otra vez. Las cuestas que antes me habían dejado botado, exhausto, en la anterior ida a Lagunillas, ahora las subía directamente, de una sola vez.















Hacía calor, y había intentado llevar más agua que en el paseo a la Ruta del Cóndor. Ese sí que me marcó: nunca más quiero pasar sed así.

El centro de ski de Lagunillas:



Eligiendo la ruta. (click)



El camino hacia el centro de ski:



Aunque la estatura de Chico es una enorme desventaja al momento de tener que usar ambas piernas contra el suelo, siempre he envidiado el tamaño relativo entre él y la XR400. Al fin de cuentas, sospecho que queda en una postura algo así como la de un piloto de Dakar, donde el estar parado es lo más natural que podría ocurrir.






Y llegamos! El cerco, el final de los andariveles, la cima Nor-Este.



Y una vista más ancha: (click)



Estas cumbres las he visto nevadas, las he visto secas, las he visto nubladas y con sol.



La cordillera ofrece permanentemente nuevos horizontes. Es cosa de moverte un poco y cambia.



Descanso, agua y un ahora qué hacemos.






(click).



Yo decidí tomar una piedra con la mano. Esa fue mi contribución.




A quíen se le cayó la caja de pastels?






Nos dirigimos hacia el sur-este, por la loma, siguiendo el cerco. Y luego, la trepada larga y suelta. Chico y Rodrigo me esperaban.



Y luego llegó Giannina.



Adelante hasta una pasada en el cerco. La política es: si está abierto, se deja abierto. Si está cerrado, se deja cerrado al pasar.



Una vez al otro lado, seguimos adelante, doblando a la izquierda en la esquina, y llegamos a donde mismo llegamos aquella vez con Francisco, donde el camino para motos se acaba.



Y mirando hacia atrás.



Allá se quedaron Chico y Giannina.



Volvimos. Otra pausa, conversación.



Si yo tuviera que crear mi propia mitología de la creación, diría que una caja de pigmentos cayó de un camión, dejando montículos multicolores donde hoy se encuentra la cordillera.



Y ahora por dónde?



Al otro lado del cerco. Qué tal por ahí?



Pues por ahí nos tiramos. (click)



Por la calamina y la tierra suelta, tuvimos que bajar caminando. Creo que Rodrigo simplemente se tiró a lo kamikaze, porque nos esperaba abajo.






Giannina se adelantó un poco.



Tomaríamos la ladera Este del cerro, avanzando hacia el Norte, siguiendo alguna de los cientos de huellas paralelas.



Ven las huellas en la distancia?



Planificando la ruta, conversando sobre otros destinos. (click)



Huellas angostas, tierra suelta. Si se te iba la moto, no había problema: siempre encontrarías una huella más abajo. El problema era volver a subir.



Giannina se multiplica. (click)



Rodrigo nos ilustra el punto anterior, sobre caer a una huella más baja.



Por algún milagro, yo no me salí de la huella. No sé cómo lo hice. Estaba todo dado para que sucediera.






Rodrigo seguía dando jugo, intentando subir.



Chico y yo brindamos a un paisaje poderoso y una sed atormentadora.



Giannina también tuvo que descender, y no lograba volver a subir. En estas situaciones un motor de dos tiempos no es lo mismo que uno de cuatro tiempos.



Y yo? Los chicos subieron directamente cuesta arriba, y yo tuve que seguir rodeando el cerro, siguiendo la misma huella, o aquellas aledañas. No tenía la tracción necesaria. Encontré algunos puntos donde pensé que podría, pero la tierra suelta, seca, maricona, me hizo volver a bajar.

Finalmente encontré una huella donde podría subir. Estaba a diez metros de la cerca, y de vez en cuando oía a los chicos. La huella abruptamente dio un vuelco cuesta arriba, y simplemente no pude subir. Dejé caer la moto. Se me enredó en un arbusto; mis botas se resbalaban en la tierra seca y suelta al intentar levantarla. Tuve que tirar de la parrilla, la bendita parrilla, tirón tras tirón, escuchando el crujido de plástico contra roca, metal contra roca, plástico contra arbusto, arbusto que no me quiere dejar ir, arbusto que me retiene y me hincha las pelotas. Puto arbusto de la concha de su hermana. Me paré, jadeando. Me saqué la chaqueta, el protector lumbar. Descansé. Tomé agua. Sabía que los chicos me estarían esperando, pero esto se veía difícil, y no iba a cometer el mismo error que he cometido antes de quedar mal, deshidratado, hecho mierda por sacar la moto de un lugar difícil.



Me tomó unos veinte minutos. Lo que complicaba el asunto, era el tener que dar vuelta la moto, en una huella apenas del ancho para estar parado con los dos pies a la misma altura. Tuve que tirarla cuesta abajo unos metros, resbalándose por la tierra polvorienta, cubriendo los puños, la cadena, levantando una polvareda, sintiendo cómo mis botas semi-hundidas absorbían el calor del suelo. Aquí, en invierno, el agua es recibida como por una esponja.

Cuando finalmente logré dar con Giannina, me dijo que me estaban buscando Chico y Rodrigo, por separado. Chico estaba preocupado, temía que algo me hubiera pasado.

Vuelta hacia el Nor-Este, a ver hasta dónde llegamos. Cerro tras cerro, recorrimos la loma entera.



Bajamos, bajamos, bajamos.

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Y aquí nos detuvimos.



Empapado de sudor.



Chico y Giannina conversan. Rodrigo se nos había perdido, pero ya volvería.



Último paseo del viaje. Último paseo del viaje.






La vuelta.



(click).



Y más adelante. (click).



Enormes laderas ondulates, todo enteramente comido por los animalejos. Uno rápidamente aprende a enfilar hacia las matas de pasto, usándolas cuando se requiere tracción asegurada, o por lo menos mejor que la que provee la tierra espumosa.



Alcanzamos a los demás. Giannina daba patada tras patada, pero la moto no partía. Hipótesis: bujía empastada.



Conclusión: hipótesis correcta.



Estábamos al final del paseo. Quedaba la loma final hacia las antenas.









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De las antenas baja un camino, pero hay que saber dar con el camino principal, porque no es trivial. Pasé de estar con Rodrigo, o Chico, a estar solo. Subí y bajé por el camino interior varias veces, la frustración en aumento. Llamé a Rodrigo, y me estaban esperando afuera. No di con el lugar que me dijo.

Yo seguí buscando el desvío, avanzando por el camino, mirando hacia los lados, a la distancia, buscando alguna señal de los demás. Mirando hacia una loma distante, entre los árboles, metí la rueda delantera en una zanja, y me fui al suelo de como un saco de papas. Grité un puta madre tan fuerte que me dañó la voz; el resto del día la tuve flaca y estirada. Lo llamé de nuevo. Partió a buscarme. Me salí 3 metros del camino, pensando haber encontrado el desvío. Rodrigo pasó de largo, sin verme. Puta madre. Lo salí persiguiendo.



De aquí se ve el el trazo principal del Cajón. (click)



Volvimos a casa de Giannina. Me refresqué con una manguera. Volví a mirar mi neumático trasero. Un mes de paseos, endureo con ésto, gracias a mi terquedad característica, y la idea de que si lograba dominar la moto con esta chala, esta sandalia, cuando finalmente instalara un neumático como la gente, mi entrenamiento austero rendiría frutos.



Eso es sal.



Giannina tiene una pequeña rampa de saltos.





Nos despedimos, volví a casa. Gracias Giannina, y Chico, lugareños y conocedores, arquitectos de las huellas de Lagunillas.



* * *

Hubo una despedida en mi casa. Vinieron muchos; estaba la gente importante, del mundo motero y los de siempre, de la vida, por así decirlo.

Aquí, Rodrigo, Francisco, Gustavo. De notorio perfil, Camilo.



Y, a la derecha, el Maestro, Karlitos.



Conversamos hasta tarde. Una vez más, el patio delantero estaba lleno de motos.

El mes en Chile llegaba a su fin. La palabra "vacaciones" no le hace justicia a lo que fue esto. Si vuelven a leer la introducción al artículo sobre el primer paseo que hice, se harán una idea más o menos de lo que fue mi vida en este medio año afuera, y a lo que ahora volvía. Del verano al invierno, de la brisa fresca de una noche de verano a los -8ºC con sol que puede haber en Albuquerque durante el invierno, de la libertad regada desde la majestuosa montaña hasta ese mar que tranquilo te baña, hasta una ciudad seca, aburrida, sin gracia alguna, tan inhumana y dispersa que calculo que sólo será en el tercer milenio que sus calles se verán con el nivel de tráfico vehicular que tiene Santiago. Y de gente, ni hablar. No hay gente en las calles. Yo no culpo a los gringos individuales, a la masa: la ciudad fue construida así, forzando el uso del auto, forzando el enclaustramiento masivo. De la cuna a la tumba, no conocerán otra vida. Pero uno que sabe, mierda, hasta los gringos de las metrópolis, aquí la sufren.

Pero en el futuro yace también la compra de una moto, paseos y hasta la esperanza de amigos de verdad, contados por fin con más dedos que los que tiene en la mano un artesano de fuegos artificiales de la Sierra peruana.

Ya veremos a dónde nos lleva todo esto.


* * *

Índice de los paseos realizados en Diciembre '07 - Enero '08:

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