Wednesday, August 30, 2006

La Serena, Parte 3: El Retorno a Santiago

Y al tercer día despertamos temprano, sin haber salido la noche anterior, y armamos las cosas para partir. Algunos se irían más tarde, pero yo quería aprovechar el día para recorrer el interior de Chile entre La Serena y Santiago, evitando la Ruta 5, y poniendo así fin al fantástico viaje de tres días a La Serena (Parte 1, Parte 2A, Parte 2B).

La ruta que tomamos fue la siguiente:



Y de los Vilos hasta Viña del Mar, y luego Santiago por la Ruta 68.

Aquí FuturoAs con su hijo.

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Neblina y llovizna, qué desagradable.

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Con Ben Kenobi, Dusan y el otro Rodrigo partimos en la dirección general de Ovalle. Pronto habíamos dejado atrás la neblina, y comenzó el calor.

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Aproveché de echarle grasa a la cadena, que estaba seca, cortesía de Ben.

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Sí, ese es el equipaje que llevaba en la moto. Ridículo, cierto?

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Después de esa cuesta, curvas y camino en bajada.

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El Embalse La Paloma.

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Tranquilidad, calor, brisa fresca.

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Tenía unas ganas enormes de tirarme al agua, pero había que seguir.

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Aquí nos separamos de Rodrigo y Dusan, ya que seguirían otra ruta más principal, y Ben Kenobi y yo exploraríamos cuanto camino de tierra se nos cruzara.

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El embalse.

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Cerca de Monte Patria: sí, es Condorito (con barba) y Yayita. Inexplicable.

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Pasamos por montones de puebluchos perdidos, secos, polvorientos, con la gente sentada en la poca sombra que daba la vereda norte, en las puertas de las casas, en la plaza, mirando como si fuéramos astronautas.

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Hablando de astronautas...

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Y seguimos a otro pueblo. Y otro. En cada pueblo, gente en la plaza, y a veces, chicas bonitas caminando por ahí. Era fácil imaginar lo que pensaban los lugareños al vernos pasar lentamente al lado de las chiquillas... algo salido de un Western antiguo: vuélvete por el camino por donde te viniste, forastero... aquí no necesitamos gente como tú... y nuestras mujeres tampoco... diría un sombrío personaje, luego escupe tabaco y por detrás pasa un matorral seco rodando en el viento. Y su caballo, amarrado a un poste afuera del bar, relincha.

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Paramos en Combarbalá porque mi cadena no sólo estaba seca, sino que además estaba sonando raro. La revisé, y estaba extremadamente suelta. Por suerte en la estación de servicio tenían un poco de aceite y una chicharra para ajustar la cadena.

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Después de Combarbalá venía la Cuesta La Viuda, una zona de increíbles curvas.

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En algún momento, Ben paró para fotografiar algo cerca del desvío que habíamos planeado tomar, hacia la Reserva Nacional Las Chinchillas. Para variar, yo no lo vi y pasé de largo, y éste tuvo que salir persiguiéndome. Finalmente no tomamos el camino que nos habría llevado por Illapel.

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Y aquí el sol ya se había puesto, y antes que se nos fuera la luz, nos vestimos con toda la ropa para el frío, y seguimos.

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Bajamos por un camino interminable hacia la costa, con el último resplandor del día en el cielo. De vez en cuando, alguna luz al costado del camino, alguna solitaria casa.

A ratos Ben y yo nos coordinábamos para apagar simultáneamente las luces de ambas motos, y en el momento que lo hacíamos, el cielo se inundaba de un manto plateado, la Vía Láctea. No había luna, pero con las estrellas bastaba para ver bastante bien. Normalmente, al hacer esto, yo me colocaba detrás de la moto de Ben, ya que yo tengo pequeñas luces de posición en los intermitentes, unos LED amarillos que instalé hace tiempo, y así él me podría ver por el espejo retrovisor. Cuando cambiamos de ubicación, y él se colocó detrás de mi moto, lo perdí por completo. No sabía si estaba a dos metros o a un kilómetro. Se me ocurrió entonces algo para hacerlo aparecer: apliqué levemente el freno, justo lo suficiente para que se prendiera la luz de freno. En mis espejos apareció un ténue fantasma rosado; era el reflector de su foco principal. Te pillé!

Eventualmente llegamos a la Ruta 5, y seguimos monótonamente hasta Los Vilos. Ahí decidimos dar vueltas por el pueblo, y juro que nunca he visto un lugar con tal tasa de moteles per cápita. Dimos vueltas por las afueras, urbanizaciones a medio terminar y casas sombrías al borde de la playa.

En un momento de inspiración, recordé que una amiga estaría en Viña esa noche, así que la llamé y quedamos en pasarlas a visitar. Horas después llegamos al departamento, y conversamos y escuchamos música hasta tarde.

Era ya la hora de volver, así que tomamos la Ruta 68 hasta Santiago.

Muertos de frío, cansados, polvorientos y con hambre, llegamos a las 6:30 AM a nuestras casas, exactamente 72 horas después de haber partido hacia La Serena.

Un viaje inolvidable.

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Saturday, August 26, 2006

Casi Cerro El Roble

Ya en el último paseo a la cada-vez-más-visitada Cuesta La Dormida había notado, a lo lejos, el cerro El Roble. Posteriormente descubrí, gracias a Google Earth, que hay un acceso hasta la cumbre. Partí con un día feo en Santiago, con la esperanza de que, al llegar a Til Til, hubiera mejor tiempo.

Y así fue, más o menos. Comulgué con mi tradicional empanada y coca light en "Los Maximos Pinos" (donde aprendí que el nene que andaba en triciclo se llama "Máximo", porque la madre lo llamó) y seguí hasta el desvío a Rungue.

La vez pasada había hecho este camino de noche, y era más o menos como me lo imaginaba con luz.

Llegué al comienzo del camino que sube al Cerro El Roble. Una amable señora me informó que había nieve en el camino, y que probablemente no podría llegar a la cumbre. Le dije que subiría hasta donde pudiera, y que luego bajaría.

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El camino estaba en buenas condiciones (para la moto, eso sí) y fue grato ver cómo se acercaba la cumbre. Había un contraste rarísimo entre arena arcillosa, sol, rocas, vegetación mediterránea, y a un km más o menos, nieve y nubes.

Cuando comenzó la nieve, no era como me la esperaba. Estaba amontonada en zonas bien delimitadas, y con 20-40 cm de profundidad. Por suerte las huellas de otros vehículos permitían un avance.

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Las huellas eran angostas, y de haber chocado contra el borde de la canaleta sin nieve, probablemente habría perdido el equilibrio. Para evitar esto, mantuve mis pies a los costados, actuando como patines sobre la nieve, dejando surcos paralelos al principal. Era una combinación rara entre ski, water ski y motociclismo.

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Cada zona de nieve era más profunda que la anterior, e inevitablemente llegúe al que terminó por cortarme el paso. Predeciblemente, me quedé enterrado en la nieve, hasta la catalina. Noten que la pata de apoyo está retraida para esta foto.

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Caminé por un camino alternativo antes de lidiar con la moto, pero éste era igual o peor que el otro. Tendría que esperar unas semanas antes de poder avanzar más.

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Decidí no repetir el error que cometí en el barro, y me saqué el casco, los guantes y la faja antes de sacar la moto. No fue tan difícil.

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A ratos se abrían las nubes, las cuales fluían a gran velocidad sobre mi, desde la ladera poniente, y era posible ver el Cerro La Campana.

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Tomé un camino alternativo, pero éste también estaba cortado por la nieve. Terminé enterrado por segunda vez. Aquí, bajando ya.

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Otro camino más, que me llevó por la ladera poniente. Las huellas de caballo indicaban que este camino quizás llevaba al valle, más abajo. Anduve un rato por un camino que podría haber sido realmente espectacular si no fuera por las nubes.

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Finalmente un derrumbe de piedras grandes me cortó el paso. Una lástima. Realmente quería llegar al otro lado.

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Y volviendo ya, aquí se ve el cerro donde estuve en el paseo pasado.

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Pasé por el tranque o embalse que queda cerca a Rungue.

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Y esta foto, desde el puente justo antes de las vías del tren.

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La nieve le quitó instantáneamente la lubricación a mi cadena. Mi mezcla de aceite de caja SAE 80/90 y Silkolene Titanium parece que deberá cambiarse por algo más resistente. Pasé por casa de Ben y Jano en Quilicura para saludar, y aproveché de lubricar la cadena.

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Monday, August 21, 2006

Un Toro, Dos Vacas y un Zorro

Amaneció despejado, sol radiante, cielo azul, aire fresco y alegre. DíasDePlaya nos había invitado a Zapallar, para hacer quizás un asado en su casa. Yo me desperté más tarde de lo planeado, así que partí por cuenta propia, con intención de ir a Zapallar si me daba el tiempo y si el clima allá seguía bueno.

Partí, segundo día con el parabrisas nuevo instalado, y ahora en una posición más baja. La anterior me protegía del viento y se veía bien, pero producía una franja de turbulencia que daba justamente con el borde inferior del casco, produciendo un ruido de bajas frecuencias absolutamente ensordecedor. A 90 km/h, ni escuchaba el motor, y eso ya dice bastante.

En la posición baja no bloqueaba tanto el viento contra mi pecho, pero tampoco producía tanto ruido en el casco. En fin.

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Los árboles de la Cuesta La Dormida estaban en flor nuevamente, y recordé un cierto paseo del año pasado en esta época, acompañado, reavivando brasas. El paseo en sí tenía motivaciones decididamente no-platónicas, pero con el buen clima y el entorno hermoso era imposible que no hubiera una pizca de romance. Todo dulce y grato hasta que ella detectó un chupón ajeno en mi cuello. Bueh, nada que un buen par de curvas en la moto no fuera a solucionar. Eso le quita el mal humor a cualquiera. Al rato estaba nuevamente de buen ánimo, y disfrutamos del resto del paseo. Ay, que días aquellos.

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Al igual que en el paseo Escape a Cuesta La Dormida, preparé un archivo de Placemarks para Google Earth.


Realmente recomiendo bajarlo y ponerle play a la carpeta de placemarks, porque las vistas son realmente espectaculares. Eso sí, recuerda poner al máximo la resolución de altitud de Google Earth; si haces esto, las escenas son casi foto-realistas. Si no lo haces, pierde toda la gracia.

Partí mi recorrido con la tradicional empanada justo afuera de Til Til.

Si miras la siguiente foto detenidamente, quizás seas capaz de notar una fina línea diagonal que sube desde la derecha hacia la izquierda, en el cerro. Ese era uno de los caminos que vi en Google Earth, y donde pretendía llegar.

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A media cuesta pillé, con el rabillo del ojo, una subida de tierra por la derecha ("Primer desvío" en el KMZ). Con todo el tiempo del mundo para recorrer nada más que esta zona, subí para ver que tal.

Resultó ser un camino de tierra firme, pero con grandes surcos provocados por la lluvia.

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Vi también huellas recientes de bicicleta, seguramente de descenso, dado que muchas partían de caídas verticales de un par de metros.

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Una hermosa vista, y huellas angostas como para recorrer todo el día. Si no fuera por... no, imposible, nunca tan mala suerte. De seguro aguanto hasta Olmué.

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Pues no. Me detuve para admirar la vista. En eso sentí unos muy malos augurios en mi intestino. Nunca me he sacado tan rápido todo el equipo. Ese rollo de papel higénico que metí a la mochila antes de partir, por si acaso, lo llevo o no lo llevo, me ocupa espacio, bueno, está bien, lo llevo, uno nunca sabe; bueno, a ese mismo rollo, le dedico esta manda:

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Por suerte no hice nada idiota como ubicarme sobre una ortiga ni nada así. El mayor peligro fue rodar cuesta abajo, ya que, por pudor, me coloqué fuera del camino, en pendiente, bajo unos árboles chicos.

Aliviado ya, apliqué mis conocimientos de boy scout, y dejé el lugar tal como estaba.

Volví al camino principal de la cuesta, y llegúe a la bifurcación (punto del mismo nombre en el KMZ). El camino era de tierra, compactado, y muy agradable de recorrer. Mientras el camino asfaltado principal descendía por el otro lado del valle, yo seguía subiendo. Claro, hasta que me topé con el toro.

Arbustos a ambos lados (ver el KMZ), y en medio del camino un toro. No era castrado, y no sé si eso tiene alguna relevancia con respecto a su comportamiento, pero ver esas pelotas gigantes colgando entre sus piernas traseras, mientras me miraba por sobre su hombro, me intimidaban.

Eventualmente se alejó entre los arbustos, y pasé. Llegué a una bifurcación, y tomé el camino de la derecha, que bajaba levemente hacia el lado poniente del cerro. Al cabo de un minuto o dos de andar, llegué a un surco erosionado por la lluvia. No tenía suficiente espacio, ni tampoco la práctica necesaria, para levantar la rueda delantera por sobre el espacio. Me bajé de la moto, y fui a buscar piedras, rellenando el surco (el cual era del tamaño aproximado de la rueda delantera), hasta que me diera confianza pasar. Eso hice, y a los tres metros, se acabó el camino. Maldita sea.

Volví al camino principal, y lo seguí. Llegué a una planicie, y habían dos camionetas y una van, modelos de unos 10 años de antigüedad o algo así. No había nadie. Pensé que quizás tendrían algo que ver con el proyecto de reforestación de la zona. Ahí también había otra bifurcación, y nuevamente tomé el camino hacia la derecha. Este camino comenzó a rodear el cerro, subiendo, y la vista era realmente impresionante. El camino se ve claramente en el KMZ.

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Al final, luego de andar y andar, terminó el camino, surprendentemente entre las ruinas de unas construcciones de cemento. Casas? Un resort? Aquí, en medio de la ladera de un enorme cerro? Hermitaños adinerados?

Resultó ser una mina. Al lado de la moto, al bajarme, encontré una roca con pirita.

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Y ahí estaba la mina. Extrañamente, de ella fluía agua en forma de un riachuelo.

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Me acerqué, y quedó claro: la mina estaba completamente inundada. El agua era transparente, pero de color azulado, y todo aquello bajo el agua estaba cubierto de una fina capa de sedimento, parecía pelusa. Realmente no parecía agua saludable.

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Este es parte del camino que tomé para llegar a la mina.

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Me pregunto si acaso las construcciones habrán sido casas, oficinas, o qué.

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A lo lejos, el cerro El Roble.

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El agua del riachuelo caía por la ladera del cerro, y todo lo que tocaba estaba teñido de un verde turquesa intenso.

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Calor! Al fondo, el cerro La Campana.

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De vuelta, bajando, otra mina, pero al mirar hacia adentro, vi que estaba completamente sellada con pieda suelta. O colapsada. De la pared de cemento colgaba una camisa, una sartén y lata ennegrecidos, y al fondo, un casco de plástico de minero. Parece que alguien lo usaba como refugio, pero no entiendo bien cómo ni por qué: ninguna de las dos minas estaba en estado operacional. Me pregunto si alguien las habrá colocado ahí a modo de tributo, recordatorio, qué sé yo.

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De la nada se me cruza un zorro, y desaparece por la ladera.

Volviendo, todavía en el camino más o menos angosto en la ladera del cerro, di vuelta a una curva y...

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No puede ser. En medio de la nada, con cerro casi vertical por los dos lados, una mina inundada con agua tóxica a mis espaldas y un toro delante mío, quien claramente me vino a buscar desde nuestro encuentro a un kilómetro.

Me acerqué lentamente. Nos miramos. Me pregunté si tocar la bocina, apagar el motor, o qué. Decidí comenzar a avanzar lentamente, con pausas. Eventualmente el toro giró un poco y pues confieso que nunca he estado tan contento de verle las ubres a una vaca. Era tan parecida al toro que vi antes que seguro que eran parientes.

Volví a la bifurcación donde estaban las camionetas, y tomé el otro camino, el de la ladera oriente. Un camino más sinuoso, con piedas más sueltas. Al rato de andar me topé muy sorpresivamente con una pareja de cierta edad, equipados para una excursión. Intercambiamos algunas palabras; había un grupo más grande subiendo a la cumbre, y ellos habían decidido bajar. Los recogerían después. Me dijeron que el camino para vehículos seguía hasta poco más arriba. Nos despedimos, y seguí. Efectivamente, el camino terminó en una pequeña planicie, con basura miscelánea, y un par de árboles. Y otra mina!

Esta sí parecía activa. Entré a mirar, y pues no se veía el fondo. Volví a la moto, y saqué la linternita de emergencia que tengo, y cámara en mano, decidí ir a ver hasta donde llegaba.

Habré avanzado 10 metros cuando decidí volver. Sí, soy una gallina. Bwaaaaaaaak.

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Al fondo, el Aconcagua.

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Pues después de eso, volví al camino principal, y bajé por la cuesta hacia Olmué. Antes de eso, me desvié hacia la izquierda por todos esos caminos que había visto siempre pero que nunca había tomado (El Almendro, Quebrada Alvarado y otros). Fui feliz recorriendo quebradas, caminos chicos, casas chicas, parcelas, chacras, vacas, todo muy hermoso y muy feliz. Me topé también con este caballero trotando con un becerro.

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No recuerdo los detalles de todas las quebradas que exploré. Tomaba caminos como los de la foto anterior, que se iban angostando, poniéndose cada vez más rurales, hasta que no eran más que una huella, pasada la última casa, y más adelante, una huella de vacas. Estúpidamente subí por una quebrada, siguiendo una huella de vacas angosta. Cuando me fue imposible avanzar, tenía el problema de retroceder 10 metros, con una ladera empinada a ambos costados. En un momento casi pierdo el equilibrio, porque pisé al lado derecho, donde no había apoyo. Uf.

Después pasé por Olmué, y tenía intenciones de encaminarme hacia Quillota por algún camino que, en el mapa al menos, se veía simple. No fue simple. Me perdí, y llegué hasta Quillota. Tomé otro camino, luego de preguntar, cruzando el puente afuera de Quillota (ver KMZ), y ese sí que me llevaría a Zapallar eventualmente.

El camino era lindo, pero el aire se había enfriado un poco, y temía que estuviera nublado en la costa.

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Pues me perdí de nuevo, tuve que volver varias veces a una intersección pasada, pero eventualmente tomé el camino correcto. Bordeaba por el norte el río Aconcagua, mientras que la ruta R60 lo hacía por el sur. Unos kilómetros antes del puente, llamé a Camilo y le pregunté cómo estaba el clima en Zapallar, porque la neblina era una pared gigante que avanzaba hacia mi, y lo que alcanzaba a ver hacia el poniente era una escena miserable y gris. Me informó que todo estaba nublado, frío, y feo.

Pues bien, decidí volver. Me adentré en la zona nublada por un rato, para llegar al puente, y luego volví por la R60.

No recuerdo muy bien cómo fue, pero vi un cartel que anunciaba un embalse, antes de Limache. Pues bien, tenía tiempo antes de la puesta de sol, así que lo tomé. Un camino de tierra ancho, el cielo semigris por la neblina, y el aire frío. En eso, doy vuelta a una curva, y veo delante mío tres cosas que no tendrían razón alguna para estar ahí.

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Sí, tres caminones Goliat, de minería. En un camino que no llevaba a ninguna parte interesante, y lejos de cualquier gran mina. Me detuve, y quise posicionar la moto para una foto. Soplaba un poco de viento, y estaba cansado. Todavía no me puedo explicar por qué, pero repentinamente sentí que perdía el equilibro, y la moto, que la tenía por mi lado derecho, se iba hacia ese lado. La sostuve lo mejor que pude, y con frustración me di cuenta que la moto tendría que caer sí o sí. Por suerte la pude posar suavemente en el suelo (fue un espectáculo digno del Ballet de los Mongos), y fue entonces que me di cuenta que la había dejado de tal manera que el pedalín derecho aprisionaba mi pie. Me dolía un poco, pero lo principal era que no podía sacar el pie de donde estaba. Hm. Doblemente mongólico.

Eventualmente levanté la moto, sintiéndome extremadamente estúpido, y saqué la maldita foto. Tomen. Ahí tienen su pinche foto.

Unos metros más adelante, noté un portón abierto, que daba a un campo en un cerro. Había familias con autos, gente haciendo picnic, etc. Entré, como parecía ser de acceso libre. Resultó ser un área enorme, con buenos caminos (aunque un poco barrosos) y estuve un buen tiempo recorriendo por aquí y por allá.

Llegué a las antenas de la cumbre, y el viento frío y húmedo no era agradable. Se veía como pasaban rodando los nubarrones de neblina.

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Con frío, bajé, y pasé por Limache, y luego por Olmué. Tenía hambre, pero no quería perderme la puesta de sol.

Subí la cuesta La Dormida de nuevo, y volví a uno de los mejores puntos de todo el paseo, la planicie donde estaban las camionetas, pero más adelante, más cerca de la ladera poniente del cerro.

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Me senté a ver cómo se ponía el sol, dándome el gusto de no estar apurado por tiempo, disfrutando el fin del paseo, escuchando el viento, sintiendo la roca caliente bajo mi trasero, recordando todo lo que había visto durante el día.

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Y con eso el sol se hundió en la lejana neblina, y fue el momento de volver a casa.

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