Tuesday, March 20, 2007

Carretera Austral Parte 12: Quellón - Puerto Varas



Día 20: Transbordador hasta Quellón, recorrido hasta Puerto Varas.

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Nos levantamos temprano para tomar el transbordador a Quellón, el que habíamos decidido reservar con anticipación por internet, luego del casi-fiasco en Hornopirén.

La rampa de embarcación nos tenía una sorpresa: la mayor cantidad de motos que vimos juntas en todo el viaje. La mia, la de Camilo, una pareja de americanos de California (con stickers de Tool y Ministry en los panniers), un personaje en una CRF-450 (más sobre él después), y un grupo chileno de dos Transalp, una Varadero y una BMW.



Por suerte no llovía. Mirando desde la popa, me despedí de Chaitén, y el gran sur chileno.



Abordo conversamos un poco con distintas personas. El de la CRF era un americano, bioquímico, al parecer en vías de hacer su segundo postdoc. Hablaba en perfecto argentino, gracias, según nos dijo, a los 5 años que vivió en Bariloche con su novia, más el tiempo que ella pasó en los US. Nos contó que había dejado atrás un trabajo de investigación en el laboratorio bastante bueno, y no sabía si quería volver.

Nos mostró su máquina. Con un amigo de la Universidad de Texas, habían fabricado un estanque de 22 litros, siendo que la de fábrica de la CRF, según él, rondaba los 5. Además, había comprado un foco gigantesco, el que había montado en un armazón también fabricado por él. Me contó acerca de las largas horas que pasaba en el laboratorio, mirando y mirando páginas de accesorios y mejoras para la moto. Estuvo así un año: comprando cosas, instalándolas, comprando más cosas.

No tengo muy claro qué recorrido estaba haciendo, pero sí estaba haciéndolo rápido, y en tramos enormes. Su equipaje? Una mochila mediana. Sin parrilla, sin alforjas, nada. Había dejado casi todo, incluyendo sus herramientas, con un conocido en Puerto Montt.

A los 5 minutos de zarpar, lo escuché putear y reputear. Pensó que le habían vendido un boleto a Puerto Montt, no a Quellón. Se quería cortar un huevo. Quería llegar a Puerto Montt, para eventualmente llegar a Osorno, a Moto Aventura. Tenía un problema con la rueda trasera. Había escuchado que eran el mejor y más completo taller del sur, y estaba seguro de requerir sus servicios.

Le pedí que me mostrara la rueda. Me dijo que tenía un juego, que era bastante notorio sobre asfalto. Y serán los rodamientos, quizás, comentó. Le indiqué que la levantara sobre la pata. Cómo, que la levante?! respondió, con cara de dejáte de joder. No, no: así. Y le mostré como usar la rueda delantera, frenada, y la pata de apoyo, para poder levantar la rueda trasera del suelo.

Efectivamente, la rueda trasera tenía un juego horrible, de un cm a la altura del aro. Noté que al moverse, los rayos entraban y salían de la masa central. Un caballero que estaba presenciando esto dijo: son los rayos, simplemente se te soltaron los rayos. Así que fue por una llave inglesa, y los ajustaron en 10 minutos.


En el trayecto conocí a una chica alemana, y estuvimos conversando en la sala de pasajeros, la que se encontraba en uno de los niveles más altos del transbordador, sentados en sillas tipo bus.

Por primera vez en mi vida, comencé a sentirme mareado por el vaivén del barco. Cerré los ojos, esperando que no pasara a mayores. Era casi imposible dormir, dado que el altoparlante usado seguramente para anuncios y demases, emitió durante todo el viaje un chirrido de la puta madre, un ruido horrendo, que se sobreponía al zumbido de los motores, y otro ruido insoportable de vibración de algún panel suelto. Cosas tan simples de solucionar, pero que se dejaban así, sin cambios. Tres puntos menos para la Naviera Austral, pierde un turno, vuelva al inicio.

El mareo no pasó a mayores, pero tuve que salir a cubierta, por aire fresco y para mirar el horizonte.

Llegamos a Quellón. Aquí, una foto de Julius en su CRF.




Un atochamiento de motos.



Un vistazo rápido antes de abandonar el muelle.





Fuimos a comer a una cocinería con Julius y Camilo. Nos contó que había intentado ingresar dos pistolas junto con la moto, en el container, pero que no se lo permitieron, y que se sentía desnudo sin ellas. Uno nunca sabe, le comentó a Camilo. Hay que tener alguna ventaja, uno nunca sabe.

Nos despedimos, y decidimos bajar al sur unos 5 km, hasta el término de la Ruta 5.



Y el resto de las fotos de Chiloé? Qué pasó?

Pues simplemente que no paramos en casi ningún lugar. Después de la desolación y la majestuosidad de los paisajes del gran sur, los cerros de montaña rusa y las casitas de Chiloé no encajaban con nuestro estado mental. Paramos en Castro, pero la plaza estaba siendo remodelada, por lo que no había un buen ángulo para sacarle una foto a la iglesia. Además, el tráfico, la gente, el ruido, y un estómago todavía revuelto me quitaron todas las ganas de detenerme a conocer. A modo de concesión, si quieren ver un viaje en moto por Chiloé, les dejo la página de Casi.

Llegamos a Chacao al atardecer, y nos dirigimos directamente a la cabeza de la enorme cola de vehículos. Esto funciona sorprendentemente bien: Los primeros vehículos no se quedarán abajo por tu presencia, luego no se enojan. Los de más atrás, están demasiado lejos como para decirte algo. Al embarcar, todos los que embarcaron están felices, y no te dirán nada, porque lograron embarcar. Los demás, que posiblemente están enojados contigo, se han quedado en la orilla. De todas maneras, nos colocaron en un espacio muerto, que no habría sido usado.

No vimos más que un par de toninas, a lo lejos. Sí uno o dos lobos de mar.





Fue extraño: zarpamos de una rampa, y atracamos en otra, unos 100 m al este, donde se subieron más vehículos.





Es impresionante ver el flujo constante de barcazas que cruzan el Canal de Chacao.



A lo lejos, algo que había esperado ver con anticipación: el cable (uno solo) que abastece de energía a la isla de Chiloé, según aprendí en el Turistel Sur, al esperar en el refugio de Puerto Yungay.



"Y si seguimos hasta Puerto Varas, en vez de parar en Puerto Montt otra vez?", le pregunté a Camilo. Y eso hicimos.



Llegamos bastante tarde, encontramos una residencial en una zona bastante fea. Esa noche, Camilo fue al casino, y yo me junté con una amiga.

Me sentía un poco incómodo. Me había acostumbrado a los pueblos minúsculos, a los cientos de km sin construcciones, o, en su defecto, a ciudades donde el entorno es como para no creerlo. Pero bueno, había que volver, y todavía quedaba la zona de los lagos más al norte. Quizás volvería a sentirme a gusto en estos entornos, y quizás me quedaría a acampar en alguna parte.

Siguiente Capítulo: Volcán Osorno, Valdivia, y la vuelta a casa.

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4 Comments:

Anonymous Anonymous said...

muy buenas las fotos y el contenido de la descrpicion de los lugares yo igual he estado por varios de esos lugares es fascinante cuando uno recorre el sur y se encuentran con paisajes increibles.
jfrancisco70@gmail.com

9:52 PM  
Blogger Golondrina said...

Lindas fotos...y la narración entretenida!!!
La última foto culmina el relato esta preciosa..
Cuidate

10:44 PM  
Anonymous Anonymous said...

Y las fotos de Puerto Varas ????

5:33 PM  
Blogger durandal said...

Anónimo: En el último par de párrafos encontrarás el por qué de la ausencia de fotos de Puerto Varas.

Saludos,

d.

7:18 AM  

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