Thursday, March 05, 2009

Solito A La Laguna Piuquenes

Por motivos que ya no recuerdo, no encontré a nadie para salir a la cordillera ese día. Rodrigo andaba trabajando en Panamá y los otros sospechosos de siempre, que nunca fueron muchos, andaban en otras cosas. Daniel incluso había vendido la XL200. Decidí salir solo, como los viejos tiempos.

Allá arriba, en La Parva, las nubes estaban a ras de cumbre y hacía frío. Me di con la desagradable sorpresa de que habían cavado zanjas en las laderas de los cerros, presumiblemente para dificultar el acceso a... a qué? Qué cosa es lo que intentan proteger? Tierra, rocas y vistas inspiradoras? Vaya uno a saber. Crucé las zanjas al son de un buen pico en el ojo, intentando no caerme en las laderas sueltas, la moto con el centro de gravedad alto por la caja Pelican y el piloto con falta de práctica.

Eventualmente llegué a la red de caminos. Activé el registro de ruta en el GPS, por si volvía de noche.


La maquinaria andina, un ténue espectro de actividad y presencia humana.



Paré el motor sólo para escuchar el silencio. Las nubes rodaban rápidamente por el suelo.



Pero quizás no todo sería humedad y falta de contraste.



Ah, esto sí que promete!



Lástima que nadie me había podido acompañar. (click).



La última vez que estuve en este punto el cielo estaba completamente despejado.



Cuando los vi, me acordé de una excursión al Cerro El Plomo que se había organizado por estas fechas, entre Navidad y Año Nuevo. Claudia y Nicolás iban a ir. Imagínate cruzarte con amigos aquí arriba. (click).






Comencé la bajada hacia la Laguna Piuquenes. Otra zanja, pero ésta había sido cavada con buen motivo. Detrás de ella, una gran área de llaretas, muchas de ellas protegidas por planchas de acrílico transparente. Me paré en los pedalines y anduve lento, lento, a paso de caminata, siguiendo cuidadosamente la huella de tierra pisoteada dejada por los andinistas.



Al llegar, vi carpas y algunas personas por aquí y por allá. Seguí avanzando muy lentamente, procurando no pisar ni llaretas ni la vegetación a ras de suelo que brotaba de entre las rocas. (click).



Cerca de una carpa amarilla, un hombre mayor y dos chicas bastante guapas. Me miraban mientras me acercaba. Yo con el motor casi en ralentí, un poco incómodo por romper su tranquilidad acústica. Me detuve a unos metros y paré el motor. Me quité el casco, los saludé. La mirada gris, fija del papá. La mirada desinteresada de las hijas. Les pregunté si eran parte de la expedición al Plomo, si iban de ida o de vuelta. El hombre me dirigió algunas sílabas. En mi mejor tono educado y amistoso, me explayé: una amiga andaba en dicha excursión, y no tenía muy claro qué día bajarían. La mira fija y fría del hombre, como el agua de la Piuquenes.

Emprendí mi retirada. Me alejé unos cincuenta metros, y comencé a sacar la cámara, las lentes.




La verdad no creo haber visto nunca la mirada de desprecio contra los motociclistas todo terreno solapada con la mirada de un padre acompañado de sus dos hijas guapas.



Y fue entonces cuando las nubes se abrieron, y las montañas "...fueron bañadas en la más dorada luz", como alguna vez escribí en un cuento que todavía no publico. No importa que los objetos iluminados en el cuento eran micros santiaguinas, y no hermosas montañas. La idea es la misma.

Partió con una esquinita por allá lejos, a mi derecha.



Y se expandió, iluminando la veta verde del Cerro Pintor.



Se lo imaginan?



Como pinceladas de luz, apareciendo y desapareciendo.



De izquierda a derecha, de derecha a izquierda.



Y a lo lejos, en la pequeña loma que mira hacia La Parva y Santiago, esta figura solitaria. (click).



Qué ganas de quedarse aquí toda la tarde. Más no aquí mismo, sino más lejos. En términos relativos, la Piuquenes es casi una plaza pública, punto de pasada obligada para los que van y vienen del Pintor, La Leonera, El Plomo. Si me quedo en la cordillera, lo haré lejos de las rutas, como cuando Nicolás se fue solo al Cajón del Río Olivares.



Una última mirada antes de partir.



Probablemente no vería estas cumbres sino en un año.



Había decidido partir por la hora: el GPS convenientemente da el momento de la puesta del sol, y quería estar en el lugar correcto para captarla, o por lo menos su luz.



Así que lentamente fui bajando, deteniéndome cada tanto para mirar a mi alrededor, despedirme de ésta parte de la cordillera por el momento.



El hotel de Valle Nevado.



Los ascensores, inmóviles. La luz, un sueño surreal.



Las nubes ya habían liberado al hotel. (click).



Pero las cumbres lejanas seguían en su poder. (click).



Me permiten una panorámica levemente repetida? (click).



Los últimos metros los bajé con el motor apagado, usando mi inercia para subir el camino hacia la esplanada del hotel. No quería atraer la atención ni incitar histerias de sábado por la tarde.



Paré al costado del estacionamiento, desde donde normalmente se tiene una vista de largo alcance. Hoy no era así, pero no me quejo.



Había sido un paseo corto, un poco extraño. Ya no estaba explorando lo desconocido, iba mejor equipado de lo que jamás había estado, pero no había ido lejos ni por largo rato.



El sol se puso sobre Santiago, y yo volví a casa.


Labels: ,



4 Comments:

Blogger Jaskask said...

Uno de los mejores post fotográficos surrealistas que has realizado.
Qué ganas de acompañar a esos lares.

Besito!

J

10:43 PM  
Blogger Nifty_Touch said...

¡Gran relato, grandes fotos Paul!
Gracias por la alusiones al ascenso al Plomo... veremos si pronto -finalmente- sacamos el artículo.
Mientras tanto, un abrazo desde la montaña.
N.

3:21 AM  
Blogger durandal said...

Estimada Jecka,

:D

Estimado N.,

Siga adelante con los artículos!

d.

5:28 PM  
Blogger Andrés said...

A sido dificil muchas veces hacer las rutas que has comentado ya sea por no tener la informacion o por no encntrar las rutas para el GPS. Si tuvieras las rutas seria re interesante poder accder a ellas ya qu eme interesa mucho hacerlas!!!
Saludos
Andres
Pd; como me contacto contigo para pedirte los KMZ?

3:25 PM  

Post a Comment

<< Home