Saturday, January 31, 2009

De Albuquerque A Santiago, Verano '09

Al día siguiente de ese último, apresurado y felizmente exitoso día final en el Los Alamos National Lab, me presenté en la universidad para realizar trámites varios. Qué flojera. Volver a vivir la vida del eterno estudiante otra vez.

En esos días hacía calor todavía; mi calzado no varió un solo día de mis queridas Havaianas. Terminé haciendo pocos paseos, por el hastío de haber viajado por lo menos 320 km a la semana de junio hasta mediados de agosto.

En esos días usé la cámara en mi nuevo celular por primera vez. El celular anterior murió acuosamente por estar en el bolsillo de mi chaqueta durante un aguacero de mediodía en Los Alamos. Me llovió desde el puente Omega hasta mi departamento, una distancia de un kilómetro. En ese kilómetro, sin semáforos, mi chaqueta supuestamente impermeable quedó hecha sopa. Así que tuve que comprar otro, y perdí la foto del pato que vino a dormir al lado mio en el Duck Pond de UNM, mientras yo leía, la foto que me saqué con Ed el Colombiano cuando llevábamos pocos días en Albuquerque, y algunas otras misceláneas. Pero el nuevo celular quedó inaugurado dignamente, con un excelente ejemplo de filosofías de construcción latinas en Albuquerque:



Para ese entonces todos los internacionales de un año o medio año habían partido ya, y los nuevos llegaron. Resultaron ser un grupo muy especial de personas. Incluído un chileno! Eso sí que fue una sorpresa grata.

La oficina de asuntos internacionales de UNM organiza un paseo cada semestre para los internacionales, y esta vez fuimos a Taos, a un hostal del Hostelling International, con camarotes, sala común, piano, mesa de pool vieja y destartalada. Ni les cuento el weveo que había en la noche. Era como vivir el viaje de estudios otra vez.

Uno de los paseos que hicimos fue a las Sangre de Cristo. Repartieron bolsas de basura para los que no tenían chaqueta impermeable, y comenzamos la marcha de horas y horas.



A la vuelta, pasamos por el puente sobre el Rio Grande Gorge, entre Pilar y Taos.



Fueron pasando las semanas, y yo refunfuñando por tener que estar en clases otra vez, con pruebas y tareas, y ganando una miseria. Tal era mi apestamiento general, que casi no voy al Balloon Fiesta. Casi. Antes que comenzaran a inflar los globos, me di una vuelta por los 100 metros lineales de carritos con comida dulce y grasienta, iluminados por ampolletas de 100 watts. Tenían colas medianamente largas; muchos estómagos americanos pedían su primer breakfast burrito del día, o quizás un cinnamon roll con alguna cochinada encima. Y café, mucho café.



Amaneció, me di vueltas por entre los globos. El equipo belga de Darth Vader estaba ahí, como todos los años.



A la izquierda del pelado, Nicola, un amigo italiano.



Qué aburridos eran los pasillos del departamento de física en comparación con los del Lab. Sin tarjetas magnéticas, sin grandes carteles con el trébol de radiación anunciando RADIATION SHELTER, nada de eso.



En vista de todo aquello, decidí darme un lujo (en las memorables palabras del Profesor Rossa). Constantino me invitó a Miami.



Y no sólo a Miami, sino a su departamento a media cuadra del Lincoln Avenue de South Beach.



Ésto era lo que me hacía falta. No me podía quejar.



Arena, mar, sol, brisa, playa, libro. Y las chicas topless. Oh jebús, las chicas topless. Pero como no soy un pervertido (a diferencia ciertos amigos que tengo que le sacan fotos a las chicas cuando éstas menos se lo esperanrodrigoEJÉM), les ofrezco esta plácida foto de un libro.



Claro que si bien habían chicas topless regias, también me tocó ver un viejo de casi 80 años usando no una zunga, sino un traje de baño que más parecía monedero medieval: un saquito de tela y dos hilos que salían hacia los lados. Y lo vi caminando. Oh jebús.

Lo otro que vi, o más bien escuché, fue una cantidad impresionante de argentinos y argentinas. En la calle, en las tiendas, atendiendo, comprando, caminando, conversando, hablando por celular. Parecía Reñaca en los '90.

Aquí, dos porteños aplican sus talentos con un grupo de porteñas.



Ah sí, qué buena vida. Aquí, gracias a Constantino, descubrí mis dos cervezas favoritas: Prestige, de Haití, y Red Stripe, de Jamaica, la cual está disponible en Albuquerque, para mi enorme felicidad. Parece que tengo gustos caribeños.



De vuelta a Albuquerque, me obligué a salir de paseo. Los árboles de las Sangre de Cristo se tornan anaranjados en el otoño, y pretendía pillarlos en ese estado.

Llegué tarde, pero me encontré por casualidad con algo mucho más interesante e inesperado: un grupo de moteros sordos. Sí, tal cual: completamente sordos y mudos. Nos hicimos amigos, me invitaron a una cabaña de uso público unos cien metros más arriba del camino cerrado a donde nos habíamos metido (ellos pasaron, yo los seguí), y tomamos unas chelas.



Toda la comunicación era tipeando en uno de los celulares de ellos, un smartphone con teclado completo. Lento pero muy entretenido. De verdad, algo único.



Por esos días también llegaba a su fin la campaña presidencial gringa. Aquí, evidencia concreta de que un ser humano no requiere de capacidad lógica para existir, alimentarse, e ir a la universidad.



Y las malditas clases siguieron.



Hacia el oeste de la ciudad están los conos volcánicos. Como paseo de último momento, no está mal.



Ahí intenté reproducir una foto tomada hace bastante tiempo, en Valle Nevado. Prefiero la otra.



La verdad es que la luz que hay en la planicie de New Mexico después del atardecer no tiene igual.



El conteo regresivo para el viaje a Chile había comenzado ya en mi cabeza.

No sé ni cómo ni cuando, pero un día desperté y comencé a imaginar todo visto a través del visor de una cámara reflex. Pero qué locura: una reflex digital es carísima, es mucho dinero invertido en posesiones materiales, que pueden desaparecer así como así, mucho riesgo, etc. Pero la idea seguía. Tenía en mi cabeza el sonido sordo del espejo interior que se retracta para que la luz llegue al sensor. Tenía en mi cabeza el peso, la posición que adopta la mano al asirlo. La profundidad de campo, dejando un grato efecto bokeh detrás del sujeto principal. Como digo, no sé ni cómo ni cuando, pero algo en mi cabeza decidió antes de que yo lo supiera, que iba a comprarme una reflex. Es terrible cuando te das cuenta que eres un títere del subconsciente.

Y la compré. Una Rebel XSi, con la lente estándar de 18-55 mm, más la famosa, amada, venerada lente EF 50 mm f/1.8 II de Canon. En un mercado donde las lentes decentes cuestan arriba de 500 dólares, y más tirando para los mil, esta maravilla de $85 te permite trabajar con poca luz, justamente en las situaciones en las cuales la gente es más interesante. Y así partió mi estudio de los retratos inesperados.



Ahora llevo la cámara con esa lente a carrete al que vaya.



Se acuerdan de Tom Paprocki? Nos conocimos en la Carretera Austral. Se acuerdan del tema del vaso de cerveza D'Olbek? Y cómo Tom le pidió a Camilo que, cuando pasáramos otra vez por Coyhaique, le compráramos otro? Y que me traje el vaso a los yunai, sin saber cuándo ni cómo se lo entregaría a Tom?

Pues Tom ahora vivía en Denver, y me invitó junto con Nadia, compañera de física y amiga boliviana, a pasar Thanksgiving con ellos.



Va sin decir que lo pasamos increíble. La casa de Tom escapa de toda descripción. Tiene artículos traídos de varios rincones del mundo, la mayoría pinturas compradas a pintores locales. De su tiempo viviendo en Rusia, le queda este recuerdo: una bandera en terciopelo con el escudo de la Unión Soviética, y el refrán proletarios del mundo, uníos!



Ah, aquí está Tom.



Paseamos un poco por Denver. Qué gusto estar en una ciudad de verdad, y no en una de mentira, como es Albuquerque.






Esta ardilla se acercó. Creo que me quería decir algo. Luego se fue corriendo.



Apareció sobre un basurero, esta vez con la novia. Creo que quería sacarme en cara que yo no tengo una novia ardilla tan hermosa como la suya. La señorita se veía un poco incómoda, como si ésta no fuera la primera. Den gracias que es una foto y no un video.



Volvimos a Albuquerque en medio de una tormeta, manejando a 15 km/h sobre hielo, sin cadenas. Una experiencia interesante. Al llegar, había nevado en Albuquerque también.



Pasaron los exámenes finales, pasó todo eso. Antes de saber lo que ocurría, estaba sentado en el avión rumbo a Chile.



Por una imbecilidad del sistema de Delta, no me tocó asiento de ventana. A pesar de que el asiento al lado mio no iba a ser usado por nada más que unas frazadas durante el aterrizaje, la azafata no me dejó hacer el cambio. Es más fácil así, sin pensar.

Alcancé a divisar el Cerro El Roble, amigo ya rutinario del patrón de aterrizaje de mi vuelo.



Ese mismo día, abrí las maletas y puse en el piso de mi cuarto todo lo que había traído para mis amigos. No saben las puteadas que me mandé a la hora de intentar meter todo esto (más mis cosas) en dos maletas.



Como de costumbre, un ceviche y un pisco sour en el mejor restorán peruano de Santiago, el Barandarian.



Y a la noche, los amigos, la joda, el carrete.



Constantino también se vino a ver a su familia. Aquí, en la oficina de la Club Miel, con su inseparable Blackberry.



De carrete en carrete, llevando la Rebel a donde pudiera. En uno de esos tantos asados en la casa de Constantino, de esos donde uno pasa del vino a la piscola, de la piscola al whisky, y del whisky a la perdición, amanecí cruzado en una cama, vestido, celular en una mano y la Rebel agarrada firmemente en la otra. Me había quedado dormido llamando gente para seguir el carrete, y listo para tomarle fotos inesperadas a mis amigos.

Por fin estaba en Chile.

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Thursday, January 29, 2009

Y Ahora, Al Norte!

Casi sin darme cuenta llegó mi último viernes libre. Mi tiempo en el Los Alamos National Lab llegaba a su fin. Había explorado el este y el oeste. El sur lo conocía: Albuquerque. Faltaba el norte.

Pero no partiría a ciegas, sino con una ruta bastante planeada. Verán, por esos días me compré un GPS. Que sí, que no, que es mucho dinero, que no lo puedo justificar. Un set infinito de muñecas rusas, una diciendo sí, la de adentro diciendo no, la interior a esa diciendo sí, ad infinitum. A veces hay que aplicar un gran pico en el ojo a la indecisión, y lanzarse.

Fue así como me compré un Garmin eTrex Vista HCx. Además le compré un soporte fabricado por Ram Mounts, y comprendí por qué la gente de advrider.com los aman: cero vibración. Bueno, casi. Los chicos del ADV descubrieron que si no le metes un pedacito de espuma detrás de las pilas, éstas pueden zafarse durante una fracción de segundo con la vida offroad, apagando la unidad. Con un trocito de espuma verde que me sobró del acolchado adicional que uso en el maletín del laptop me alisté para lo que viniera.

La planificación de la ruta partió en Google Earth, con la capa de Panoramio prendida. Donde hubiera una aglomeración de fotos Panoramio, ahí ponía waypoint. Como el software para Mac de Garmin es un estiércol recalentado (uno de los varios indicios de que la gente del mundo del GPS vive todavía en los '90), tuve que cargar los waypoints con GPSBabel, un programa open source (libre) disponible para varios OS.

Hecho eso armé un sandwich de queso con pan integral casero, y partí al norte.

Árboles frondosos, humedad notoria en los valles verdes, sequedad y calor al salir de ellos. El viento cálido entraba en mi chaqueta y me secaba el sudor.



A mi lado, el Río Chama.



Y aquí sí que me tenía que detener. Cómo no! Me pueden explicar qué hace una capilla de adobe derretido con nombre de la santa patrona de Lima en medio de New Mexico?



Y con respecto al mensaje weón de 'no photography': chúpenlo con mayo. Atravezado.



Algún día me tocará escribir sobre aquellas actitudes extrañas que la cámara y el fotógrafo suscitan en la gente. Pero no hoy.



Más adelante, lejos, lejos, otra capilla de adobe, también derretida por la lluvia.



En algún momento me metí a un pueblo, del pueblo a una zona de casas dispersas, como un loteo (todo aquí parece loteo), intentando ver a dónde llegaría un camino de tierra. Del camino de tierra a la huella, de la huella a la arena, de la arena al lecho seco de un riachuelo arenoso, al calor, al camino sin salida. Hora de darse la vuelta y salir. En la arena ya, pataleando, la rueda trasera girando como rueda de paletas de barco a vapor (pero sin paletas), el calor insoportable del motor de 650 cc, el sol, la arena, los jeans negros, las rodilleras de cuero, el calor, la arena, el polvo, apagué el motor.

Del lecho arenoso a la huella original había una subida arenosa, suelta, sin vegetación ni piedras. Cavé una zanja para poder salir del hoyo que había hecho con la rueda trasera. Eché a andar el motor otra vez, intenté subir. Parado, dando potazos, daba igual. No podía pasar de la mitad de la subida. Otro intento, mismo resultado. Y otro. Visiones de buitres girando en el cielo azul.

En vez de elegir la subida arenosa, opté por el costado más empinado, pero más pedregoso. Por la arena ya no iba a subir. Así que tomé toda la distancia que había disponible en lo plano (un par de metros), y me lancé hacia la pendiente irregular. De piedra en piedra, salto por salto, fui avanzando. Lo que hubiera lo atropellaba, buscando tracción: una piedra, una mata de pasto seco, otra piedra.

La pendiente aligeró, la tracción mejoró, y ya estaba en lo alto, fuera de ese infierno arenoso. Ni miré hacia atrás al marcharme.

No más caminos de tierra, me dije.



El terreno cambió, pero el calor seguía.



Pronto me encontré con un espectáculo de colores. Esto es lo que se ve al pasar la loma.



Decidí parar al costado del camino. Esto merecía más de una foto. (click).



Las torres.



De las torres de roca, la vista vagaba hacia la distancia.



Y lejos, bien lejos.



Notable, no?



Mucho más adelante, los colores seguían iguales. Comenzaron a caer gotas.



Un poco más allá, llegué al punto de retorno: un anfiteatro natural.



Han hecho recitales aquí, y me imagino que suena bien. Lo que no me sonó bien es que cobraran simplemente por acercarse. Y saben qué dije? Vamos lectores, todos juntos: pico en el ojo.

A la vuelta no recuerdo si tomé otro camino. Quizás sí, quizás no. Pero volví a lo verde, a sentir un poco más de humedad en el aire. (click).



Si logras dejar atrás el calor, preocupación por la temperatura de la moto, la incomodidad del equipo, los otros conductores, la sed, el desear que te estuvieran acompañando tus amigos de ruta, las responsabilidades para cuando vuelvas, y todas esas cosas, si logras abandonar esas ideas, queda la pura esencia de un paseo. Con el tiempo, eso es lo que recuerdas, la pura esencia. Eso recuerdo con esta foto. La pura esencia.






Del rojo al verde, será este todavía el río Chama?



Parado sobre una roca al costado del camino tomé la panorámica, y volví a la moto. Necesitaba el viento, necesitaba mantenerme en movimiento, era demasiado el calor. Camino a casa, no volví a detenerme. (click)

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