Vuelta a Santiago en un Atardecer
Quedaban 20 minutos de sol y tenía que salir de mi casa. Durante años la única respuesta posible a estos impulsos era tomar la bicicleta, y tratar de llegar a algún lugar interesante.
Ahora, las cosas han cambiado. En veinte minutos podía llegar --jadeando-- al cerro que se encuentra detrás del Cerro Calán, todavía sin demasiadas casas construidas en el loteo, y quedarme a mirar la puesta de sol, o lo que quedaba de ella.
Ahora esos mismos veinte minutos me permiten cruzar Santiago, persiguiendo la bola anaranjada de un sol de verano.
Y eso hice. Me puse pantalones, me vestí para la moto, y partí. Bajé por Av. Kennedy, que en esta época te coloca justo con el sol en los ojos. Para cuando llegué a Américo Vespucio, el sol ya se había escondido tras el cerro San Cristóbal. Tomé Vespucio, luego la bajada la Pirámide. Sin darme cuenta, me había embarcado en un circuito que nunca antes había realizado.
Pasé la Norte-Sur, ahora llamada Autopista Central, y pensé en ese enorme y plano valle central de Quilicura, Chicureo: hoy no pasaría por ahí. Ya hace unos días me detuve en un camino al borde de enormes terrenos vacíos a ver las siluetas de los aviones aterrizar en Pudahuel. Hoy no. Hoy seguiría de largo.
Pasé la salida a la playa, al aeropuerto, miré sobre los campos verdes al lugar desde donde partiré en un par de semanas a que se me caigan los huevos del frío, montado en una salchicha de aluminio y plástico.
Pasé la salida a la (República Independiente de) Maipú, y seguí, seguí, el sol puesto ya, el cielo lila, púrpura, lentamente girando a medida que cerraba el circuito.
Otra vez la Ruta 5, esta vez la 5 Sur. Se anuncia Av. Grecia a 22 km, se anuncia Av. Grecia a 17 km. Las montañas, más cercanas ahora, oscuras, territorio familiar. Ahora el brillo del post-atardecer está a mi izquierda, voy en la recta final, el último tramo de autopista de 100 km/h antes de entrar al tramo urbano de Américo Vespucio.
Un semáforo, el primer semáforo que veo desde que salí por Av Kennedy. Ya casi a oscuras, el recuerdo de los olores increíbles en cada punto horario de mi circuito.
Con lo que se podría llamar el último resplandor después del atardecer, tomé Av. Kennedy de nuevo, y volví a casa.
Le había dado la vuelta completa a Santiago.
Ahora, las cosas han cambiado. En veinte minutos podía llegar --jadeando-- al cerro que se encuentra detrás del Cerro Calán, todavía sin demasiadas casas construidas en el loteo, y quedarme a mirar la puesta de sol, o lo que quedaba de ella.
Ahora esos mismos veinte minutos me permiten cruzar Santiago, persiguiendo la bola anaranjada de un sol de verano.
Y eso hice. Me puse pantalones, me vestí para la moto, y partí. Bajé por Av. Kennedy, que en esta época te coloca justo con el sol en los ojos. Para cuando llegué a Américo Vespucio, el sol ya se había escondido tras el cerro San Cristóbal. Tomé Vespucio, luego la bajada la Pirámide. Sin darme cuenta, me había embarcado en un circuito que nunca antes había realizado.
Pasé la Norte-Sur, ahora llamada Autopista Central, y pensé en ese enorme y plano valle central de Quilicura, Chicureo: hoy no pasaría por ahí. Ya hace unos días me detuve en un camino al borde de enormes terrenos vacíos a ver las siluetas de los aviones aterrizar en Pudahuel. Hoy no. Hoy seguiría de largo.
Pasé la salida a la playa, al aeropuerto, miré sobre los campos verdes al lugar desde donde partiré en un par de semanas a que se me caigan los huevos del frío, montado en una salchicha de aluminio y plástico.
Pasé la salida a la (República Independiente de) Maipú, y seguí, seguí, el sol puesto ya, el cielo lila, púrpura, lentamente girando a medida que cerraba el circuito.
Otra vez la Ruta 5, esta vez la 5 Sur. Se anuncia Av. Grecia a 22 km, se anuncia Av. Grecia a 17 km. Las montañas, más cercanas ahora, oscuras, territorio familiar. Ahora el brillo del post-atardecer está a mi izquierda, voy en la recta final, el último tramo de autopista de 100 km/h antes de entrar al tramo urbano de Américo Vespucio.
Un semáforo, el primer semáforo que veo desde que salí por Av Kennedy. Ya casi a oscuras, el recuerdo de los olores increíbles en cada punto horario de mi circuito.
Con lo que se podría llamar el último resplandor después del atardecer, tomé Av. Kennedy de nuevo, y volví a casa.
Le había dado la vuelta completa a Santiago.
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