Sandía Peak, Madrid y Cerrillos
El aeropuerto de Albuquerque es, quizás, uno de los aeropuertos más agradables que he conocido. No muy grande, no muy chico, todo en la onda estilística de New Mexico, amplios ventanales, luz. No intenta ser un sueño erótico post-modernista como SCL y tantos otros, al contrario: evoca un ambiente casero, regional. Ed lo compara con un terminal de buses, y no dista tanto de ser así. Las baldosas marrones y rojizas invitan a sacarse los zapatos, caminar en chalas. La onda relajada de New Mexico se vive aquí.
Leigh–compañera del postgrado–me recogería esa tarde del aeropuerto. Contra el frío, los menos-no-sé-cuántos grados que hacían ese día soleado, tenía mi chaqueta de moto, esa Polo que tan buena inversión ha resultado ser. En las maletas llevaba una buena parte de mis implementos de moto: esperanzas hechas objeto, pequeños juramentos y muestras de determinación. Y una botella de Alto del Carmen, naturalmente. Parado frente a una de las puertas de acceso, esperando a Leigh, la chaqueta no sólo me abrigaba, sino que también me daba confianza para el futuro. Ahora sólo faltaba la moto.
Comencé a buscar en distintos lugares, al tiempo que ponía en marcha otro semestre en la universidad. Inscribí mis ramos (uno de ellos un curso 100% experimental, mi sondeo titubeante de el lado oscuro de la física, del ensuciarse las manos, jugar con objetos además de ideas) y saludé a otra tanda de sesentaypico estudiantes nuevos, mis copos de nieve–tan, pero tan especiales–como suelo llamarlos en momentos de privacidad. Uno de ellos, de segundo año, incluso se dirigía a mi con el honorífico sir, reservado para milicos y geriátricos. Si sólo él supiera el daño que causa...
En mi búsqueda no estaría solo. El año pasado recibí un mensaje inesperado en ADVRider. Acababa de publicar el viaje a la Carretera Austral en inglés, en The Flight of the Platypus, y también en ADVRider. Ahí fue muy bien recibido, y entre los mensajes, me llegó uno de alguien casado con una chilena que vivía hace años en Albuquerque. Un mensaje lleva a otro, y nos encontramos una tarde en un restorán japonés para conversar. Así fue como conocí a Steve y Yael.
Steve trabaja hace mucho tiempo en el negocio de los seguros, pero su verdadero interés se encuentra en su garage amplio, sus tres joyas anaranjadas, las KTM. Dos de cuatro tiempos (una equipada para viajes y una para endureo pesado) y una de dos tiempos. Todas muy bien equipadas, todas en perfecto estado. Nos llevamos bien, y me dio confianza el tener un aliado local, alguien que conociera los destinos interesantes de New Mexico. Tuviste suerte, me decía, de caer en este estado. Es un tesoro escondido para nuestro estilo de paseos.
Steve me contó sobre una DR650SE del 2007 a la venta en una concesionaria. Pasamos a dejar a su hijo en un cumpleaños, o algo, y mientras él entró, yo me quedé afuera, con la cámara.
Había comenzado por fin la búsqueda.
La moto estaba impecable, pero costaba $4000, con muy pocas millas. Creo que estaba básicamente nueva. Me subí, le dí unas vueltas en el estacionamiento. La relación de caja del primer cambio era altísima, y los amortiguadores delanteros, tal y como había leído repetidas veces, eran una porquería blanda. Nos despedimos del manager, y decidí tenerla presente.
Apareció un aviso en Craigslist a las pocas semanas de estar de vuelta en gringolandia. De ortografía dudosa, descripción escueta, el precio y la foto enana sugerían algo que valía la pena ir a ver– apenas. Pero cómo llegar a Española, un pueblo al norte de Santa Fé, aproximadamente a dos horas de distancia?
Leigh al rescate. Es tan buena onda ella. Vamos!, dijo.
En el camino me contó lo que sabía sobre Española. Al parecer es el corazón del comercio de heroína de los Estados Unidos. Glup.
Luego de un largo andar, llegamos a la casa del tipo de la moto. Una casa grande, amplia, con un gran patio cerrado de gravilla, ubicado a unos cientos de metros de la autopista. Sus vecinos vivían en escasos lotes ocupados por casas pequeñas, con alguna camioneta vieja estacionada afuera. El contraste nos dejó con la cabeza dando vueltas, pero no hubo tiempo de conversar.
El hombre salió de su casa, y también un perro amigable. Nos dimos la mano. De apariencia y acento hispánico, tuve que hacer un esfuerzo por no hablarle automáticamente en español.
Caminamos hacia su garage. Dentro, una cuatrimoto, un Hot Rod a medio terminar, aún sin la capa final de pintura, y una hermosa XR650L blanca (blanca!). Me agaché, la miré por todas partes. Todo lo que había aprendido acerca de la revisión de una moto usada lo puse en práctica. La echó a andar. El motor partió sin problemas. Sonaba fuerte. Hablamos un poco en español finalmente. Me dijo que su mamá le había enseñado. Aquí en New Mexico es así la cosa. O eres hispánico y aprendiste a hablar español con tu familia, cuando pequeño, o eres native american, y te revienta los cojones que alguien piense que hablas español.
Pasamos de vuelta al inglés. Era extraño: parecía estar más cómodo hablando en un inglés con acento que en español. Unos minutos de conversación más tarde, soltó la típica: vino alguien hace un rato a ver la moto, quedó muy interesado, dijo que iba al banco a buscar la plata. La misma idiotez me la dijo el tipo que me vendió la XR 250 R hace unos años, mientras le hacía las mismas inspecciones en el estacionamiento subterráneo de su edificio en Vitacura. Mañana viene alguien de Antofagasta a ver la moto; está muy interesado. Viene especialmente.
Le pregunté por el estanque más grande, y los neumáticos. Acompáñenme, dijo. Salimos del garage, pasamos por detrás de la casa (donde nos mostró su Harley-Davidson a través de la ventana del living, estacionada al lado del sofá) y entramos en un segundo garage, mucho más grande que el anterior. Ahí dentro tenía una KLX250, el reemplazo de la XR650L, un auto deportivo (disculpen la ignorancia, pero creo que era un Ford Mustang, de los antiguos), una camioneta F350 y una tricimoto gigante, enteramente construida por él, con un motor gigantezco atrás y cromo pulido por todas partes. Mientras me mostraba los extra que vendrían con la moto, yo sólo atinaba a pensar en las demás casas del barrio, lo que me había contado Leigh, y todo eso.
Volvimos a ver la moto una última vez, y comencé a pensar.
Yo no soy de decisiones rápidas, así que le pedí unos minutos al tipo, y fui al auto. Hablé con Leigh, y llamé a Steve, a ver qué le parecía el precio de $2850 por una moto del 99, impecable, 5400 millas o por ahí, con un segundo set de neumáticos nuevos, dos manillares de repuesto, un estanque IMS de 4 galones y el silenciador de fábrica, por si quería quitarle el Supertrapp que traía instalado. Conversamos largamente, un ping pong de ideas, de qué te parece, qué piensas, y decenas de consideraciones. Según Steve, la moto bordeaba lo demasiado caro, para el año.
Hablé con el dueño. Dije que le daría una respuesta esa noche, o al día siguiente. Volvimos a Albuquerque, y pensé, pensé, pensé. Hablé con Rodrigo, si no me equivoco. Conversamos sobre la situación, sobre el que esté un poco sobrevalorada. Concordamos que, a veces, el hecho que esté impecable y disponible hoy mismo justifica el costo extra. Así fue como obtuve la X250R: cara, pero en muy buen estado, y siendo que yo venía cansado de ver moto tras moto hecha mierda y maltratada, decidí comprarla. No lamento la decisión.
Llamé al tipo en la mañana. "Mira, estuve viendo. Motos similares se han ido por 2500 dólares según veo. Yo sé que estás incorporando varios elementos extra, pero no justifica los 2850. Te doy 2650 en contante y sonante, y tenemos trato".
"Bueno, ya que la viniste a ver, ok, tenemos trato".
Colgué, y salté de alegría. Así nomás, y tendría moto.
Quedaba una hora hasta que cerraran los bancos (en USA abren los sábados hasta las 2 pm).
Llamé a Leigh. Iba camino al gimnasio, pero tuvo la bondad de llevarme al banco. Eso dio inicio a una carrera loca, buscando el maldito local del New Mexico Educators' Federal Credit Union. Llamé al 411, el servicio de informaciones, y los papanatas me indicaron erróneamente que el banco estaba al lado sur de tal y tal intersección. Llegamos a la 1:55 al banco. Con el dinero en el bolsillo, Leigh me dejó frente al restorán Frontier, un hito conocido de Albuquerque, justo frente a la U, en la calle Central.
Ahí Steve me pasó a buscar en la camioneta, y partimos a Española. Una hora y media de viaje, y una cantidad increíble de pacos controlando velocidad.
Me explicó como funciona la locura de los pacos en USA: no hay una sola fuerza policial. Existe el State Police (estatal), el Sheriff's Department para cada county (condado), el Albuquerque City Police (ciudad) y como si fuera poco, cada reservación indígena (abundan por aquí) tiene su propia fuerza policial. Y si te agarran, te procesan por las leyes tribales, con prisión tribal incluida. Y siempre tiran para pesado antes que para liviano. Y ustedes pensaban que los Carabineros y Jueces de Curacaví eran desagradables...
Llegamos. Saqué la moto al camino de tierra frente a la casa del tipo. Seguía muy fría (más de 8 grados no había), así que se chupaba en baja (término técnico, ustedes entienden), igual que mi XR250R cuando está fría. Sin embargo, cuando subí las RPM al punto en el que el tener el motor frío no es relevante, pues conchetumadre y la putaqueloparió, la rueda trasera patinando por aceleración, a como 40, 50 km/h. Y todo por un toque de la muñeca... Esta moto era una bestia al lado de la 250.
Volví. Me la llevo.
El proceso es simple: El "título" (padrón) se firma por el nuevo comprador. Se ingresan las millas, el nombre del comprador, el valor de venta. Y ya está. Con el padrón firmado, la moto era mía.
La subimos a la camioneta de Steve, equipada ya para estas cosas y con un apretón de manos, el tipo desapareció hacia la casona, y Steve y yo emprendimos el camino de vuelta.
Hice un listado de cosas por hacer, en ningún orden en particular:
- Sacar los sticker horrendos que tiene en distintas partes, sin ensartar un pedazo bajo mi uña.
- Cambiarle el filtro de aire K&N, universalmente reconocido como una porquería, y ponerle un filtro UNI.
- Cambiar el aceite.
- Comprar herramientas métricas.
- Ponerle los neumáticos dual sport, unos IRC que me entregó el vendedor.
- Comprar casco.
- Guantes.
- Rodilleras.
- Botas de enduro.
- Lubricante de cadena.
- Ir al MVD (Motor Vehicle Division) por el impuesto, el título, la placa patente.
- Asegurar la moto contra choque, (seguro obligatorio más terceros), robo y siniestro.
- Cubrecarter (skid plate).
- Protectores de puños Acerbis Multiplo T (alias "las tetas blancas").
- Tapones de aceite magnéticos.
- Tapón de aceite con termómetro.
Y... qué más? No sé qué más. Tenía moto al fin. Aquí está.
Motor de partida, de vuelta al botón mágico.
Hay unas modificaciones estándar que se realizan al carburador de la XR650L, y no estaba seguro si ya habían sido realizadas. Sin éstas, de fábrica, la moto viene carburada con mezcla pobre, se sobrecalienta, no tiene mucha potencia, etc. Tendría que desarmar el carburador para ver. Por no tener herramientas, eso tendría que esperar. Ah, tantas cosas por hacer.
El carenado canaliza aire hacia el motor. Una vez que instale el tanque grande de combustible, sin carenado, habrá que ver si el motor se calienta demasiado.
5480 millas.
Un punto vulnerable de esta moto son las tapas laterales, que se extienden hacia los lados mucho más que en la 250 o la 400. Por eso, es imperativo colocarle un skid plate.
La maravillosa simplicidad de la línea XR.
Ahí tiene la batería, y era hora de cambiarla, porque no almacenaba mucha carga. También se ve el filtro K&N.
Y, a diferencia de la XR250R, tiene graseras!
Esto no lo noté: falta la cubierta del disco de freno trasero.
Tenía moto al fin. Salí a dar una vuelta por la ciudad con un casco prestado. Tenía moto!
Subí hasta los faldeos del Sandía Peak al atardecer. No es Lagunillas, pero el ritual debía realizarse. Es lo mismo que hice con la XR125L, la XR250R y ahora la XR650L. Se acuerdan?
La 125:
La 250:
Y ahora, la 650:
Hacía frío todavía, y faltaba mucho, pero mucho por hacer. Sería una temporada de progreso lento.
Unos días después, Steve me preguntó si acaso no quería ir a su casa uno Domigo, a trabajar en la moto, quitarle esos neumáticos suicidas que tiene, y hacerle mantenciones varias.
Instalamos la batería nueva.
Todo es más fácil cuando tienes las herramientas, los implementos.
Cambiamos el líquido de frenos.
Éste es Steve. No se imaginan cuánto aprecio su ayuda, y la hospitalidad de Yael.
Por esos días comenzó el curso de óptica experimental. Primera tarea: construir un láser de He-Ne. En realidad, la dificultad estaba simplemente en la alineación correcta de los dos espejos que formarían la cavidad resonante. Nos demoramos dos sesiones de tres horas en lograr que funcionara.
Pero finalmente funcionó.
Y bueno, así fueron pasando los días, mientras iba de lugar en lugar comprando herramientas y accesorios. No se imaginan la cantidad de dinero que requiere el comenzar de cero. Todo lo que das por sentado, tus herramientas, tus repuestos, tu caja de cachibaches; todo eso tiene que surgir de algún lugar, y en mi caso, ese lugar era mi tarjeta de débito.
Por esos días recibí otro mensaje en ADVRider: una respuesta muy atrasada de Rosemary, a quién le había escrito alguna vez, al ver que vivía en Albuquerque. Eso fue el año pasado, cuando no tenía la menor idea cómo iba a conocer gente del mundo motociclístico que no fueran fofos de Harley o pelotudos de moto de velocidad sin casco.
Nos llevamos bien, intercambiamos muchos mensajes. Ella trabaja en Intel, uno de las entidades que más trabajos da en la zona, a tal punto que Río Rancho, al nor-este de Albuquerque, ha sufrido una explosión de población. Me contó sobre su V-Strom DL650 y su viaje a Alaska, y sus paseos por aquí y por allá. Es bien simpática la señora.
Un cierto sábado decidí subir a Sandía Peak, el gran cerro que domina el horizonte oeste de Albuquerque. El camino estaría con hielo seguramente, pero había escuchado que la nieve ya no impedía el paso a la cumbre. Rosemary iba a salir de paseo con sus amigos del club Ducatti, y quedamos en encontrarnos quizás.
El KMZ para Google Earth lo pueden encontrar aquí. Ésta fue la ruta: En rojo, desde mi casa, hasta la I-40. Luego al norte, hacia Tijeras, y luego el desvío sinuoso hacia la cumbre. Ahí hablé con Rosemary, y quedamos en juntarnos en una estación de servicio, al comienzo del trazo azul. El resto mejor lo ven en el KMZ.
Tomé el desvío hacia Sandía Peak. Aquí, la vista de la ladera oeste, cubierta de árboles, tan distinta del otro lado.
A los bordes del camino hay gravilla volcánica, con sales deshielantes, algo para tener en cuenta.
Mi primer paseo, acostumbrándome a la moto, a los límites de velocidad ridículos.
No pasaban muchos autos. El casco prestado era incómodo.
La vista hacia el sur, los cerros Manzano.
El centro de ski seguía en funcionamiento.
Y ahora comienza la nieve al borde del camino.
De ahí en adelante, al llegar a las zonas de mayor sombra, curvas más pronunciadas y frecuentes, comenzó el hielo en el camino. Pasé con mucho cuidado por encima, pero no dejó de ser preocupante.
Llegué a la cumbre con las manos completamente entumecidas, con un frío para no creerlo. Paré la moto al costado del estacionamiento, y me calenté las manos con el motor. Quizás dejaría la moto aquí, quizás iría a fotografiar Albuquerque desde lo alto. Mientras estaba parado ahí, la lado de la moto, llegó una guardaparque. Me indicó que tendría que pagar el recreational fee. Es decir, que tengo que pagar estacionamiento? Pero si no me he estacionado, le dije.
No, me dice ella, el recreational fee. Son tres dólares.
El parking?
No, el recreational fee.
Entonces por estar aquí, parado, tengo que pagar?
Sí, el recreational fee.
Del fondo de mi ser amenazaba con hacer erupción un PICOOOOOOOOO EN EL OJOOOOOOOOOOOOO, tan fuerte como para dejar a la gringa hinchapelotas con los pelos peinados hacia atrás.
Entonces, mejor me voy, le dije, mientras me ponía el casco.
Váyase entonces. Que tenga buen día, dijo ella, con un tono inhumanamente alegre.
Me hervía la mierda. Eventualmente tendría que adaptarme a una sociedad acostumbrada a regirse por los criterios de Ned Flanders, de los Simpson.
Bajé nuevamente, y esperé a Rosemary en una estación de servicio. Llegó al rato con sus amigos. Partimos hacia Madrid, al nor-oeste.
Madrid es un pueblito con un aire eccéntrico, artistoide, un poco raro. Consiste apenas de dos hileras de casas y tiendas a los costados de un camino de campo. Su gracia está, aparentemente, en el que dichas casas son coffee shops, galerías de arte, pequeños restoranes, pequeños bares. Según me contaron, el lugar se llena de motociclistas en el verano.
Una vista extrañamente familiar, no? Una V-Strom azul y una XR blanca, casi como esas incongruencias que surgen en los sueños, donde se mezclan los recuerdos con lo imposible.
La verdad no quedé muy impresionado con el lugar. Mi idea de un paseo en moto es llegar a comer empanadas de campo, donde la comida es barata, simple, buena. En cambio aquí, en Madrid, al lado del coffee shop (donde había quiche de espinaca, pastelitos, etc., todo seguramente traído desde Albuquerque) había una tienda de cachibaches raros, incluyendo varios abrigos de piel puestos a la venta en el jardín. No, definitivamente este lugar no es para mi.
Me despedí de Rosemary, y seguí hacia el nor-oeste.
Justo a la salida del pueblo de Madrid, está esta... chatarrería, a falta de otro nombre.
En la distancia, no sé si serán las montañas Jémez o las Sangre de Cristo. Por ahí cerca está Santa Fe.
Caminos largos, interminables, y la sospecha de que habría un paco a la vuelta de cada curva para chantarme una infracción, por lo que iba a una velocidad de abuela.
Kilómetro tras kilómetro, milla tras milla, avanzaba en línea recta.
A veces cruzaba puentecitos sobre arroyos.
Eventualmente di con un desvío hacia "Cerrillos". Por curiosidad, lo tomé.
Un camino más rural, más secundario.
Por aquí pasa el tren. Sospecho que ha sido así desde hace mucho.
Éste es el pueblo. Al parecer es uno de los viejos pueblos semi-abandonados de New Mexico.
Una tienda de antiguedades.
Y más grande. (click).
Qué sería de un pueblo en New Mexico sin su iglesia.
Me estacioné afuera de la tienda de antiguedades, y entré.
Oscuro, con estantes de madera enormes, mostradores de vidrio, todo polvoriento, viejo, descuidado. Una cantidad de porquerías desechadas por épocas pasadas. Un mostrador con fósiles, otro con quién sabe qué cosas aleatorias. La señora que atendía probablemente tenía que lidiar con una infinidad de gringos asombrados por el caos, felicitándola por el lugar asombroso. Hice mi parte: "Wow, qué lugar tiene aquí" le dije. No obtuve mucha respuesta. Le pedí cinta adhesiva para tapar los hoyos de ventilación en mis zapatillas (por el frío que hacía) y seguí mi camino.
Más allá de Cerrillos, el camino se vuelve uno de tierra.
Sigue aproximadamente las vías del tren.
Esto no deja nunca de soprenderme sobre la zona: la cantidad de aviones que cruzan el cielo todos los días. Según tengo entendido, los vuelos nacionales en USA suelen seguir las grandes autopistas y, en este caso, seguramente seguían la I-40.
Tomé un pequeño desvío hacia la derecha, para ver hasta dónde llegaba.
Así que éste es el terreno natural de New Mexico.
Y un poco más allá, lo que parece ser un punto de abastecimiento de agua.
Adelante, adelante. Sabía que eventualmente llegaría a la autopista norte-sur, la I-25.
Y más grande. (click).
Aquí sí que no es posible hacer trespassing, como dice Rodrigo, porque te sale un indio energúmeno disparándote con una escopeta. No exagero.
Hermoso a su manera, pero un poco monótono, no creen?
Tomé la autopista. La moto te da 120 km/h sin chistar. El problema es el piloto: el viento te infla como una vela, y con el frío que hacía, tuve que bajar a 100 km/h.
Alcancé a tomar una última foto de los Sandías antes de que oscureciera.
Será por eso que tienen ese nombre?
Leigh–compañera del postgrado–me recogería esa tarde del aeropuerto. Contra el frío, los menos-no-sé-cuántos grados que hacían ese día soleado, tenía mi chaqueta de moto, esa Polo que tan buena inversión ha resultado ser. En las maletas llevaba una buena parte de mis implementos de moto: esperanzas hechas objeto, pequeños juramentos y muestras de determinación. Y una botella de Alto del Carmen, naturalmente. Parado frente a una de las puertas de acceso, esperando a Leigh, la chaqueta no sólo me abrigaba, sino que también me daba confianza para el futuro. Ahora sólo faltaba la moto.
Comencé a buscar en distintos lugares, al tiempo que ponía en marcha otro semestre en la universidad. Inscribí mis ramos (uno de ellos un curso 100% experimental, mi sondeo titubeante de el lado oscuro de la física, del ensuciarse las manos, jugar con objetos además de ideas) y saludé a otra tanda de sesentaypico estudiantes nuevos, mis copos de nieve–tan, pero tan especiales–como suelo llamarlos en momentos de privacidad. Uno de ellos, de segundo año, incluso se dirigía a mi con el honorífico sir, reservado para milicos y geriátricos. Si sólo él supiera el daño que causa...
En mi búsqueda no estaría solo. El año pasado recibí un mensaje inesperado en ADVRider. Acababa de publicar el viaje a la Carretera Austral en inglés, en The Flight of the Platypus, y también en ADVRider. Ahí fue muy bien recibido, y entre los mensajes, me llegó uno de alguien casado con una chilena que vivía hace años en Albuquerque. Un mensaje lleva a otro, y nos encontramos una tarde en un restorán japonés para conversar. Así fue como conocí a Steve y Yael.
Steve trabaja hace mucho tiempo en el negocio de los seguros, pero su verdadero interés se encuentra en su garage amplio, sus tres joyas anaranjadas, las KTM. Dos de cuatro tiempos (una equipada para viajes y una para endureo pesado) y una de dos tiempos. Todas muy bien equipadas, todas en perfecto estado. Nos llevamos bien, y me dio confianza el tener un aliado local, alguien que conociera los destinos interesantes de New Mexico. Tuviste suerte, me decía, de caer en este estado. Es un tesoro escondido para nuestro estilo de paseos.
Steve me contó sobre una DR650SE del 2007 a la venta en una concesionaria. Pasamos a dejar a su hijo en un cumpleaños, o algo, y mientras él entró, yo me quedé afuera, con la cámara.
Había comenzado por fin la búsqueda.
La moto estaba impecable, pero costaba $4000, con muy pocas millas. Creo que estaba básicamente nueva. Me subí, le dí unas vueltas en el estacionamiento. La relación de caja del primer cambio era altísima, y los amortiguadores delanteros, tal y como había leído repetidas veces, eran una porquería blanda. Nos despedimos del manager, y decidí tenerla presente.
Apareció un aviso en Craigslist a las pocas semanas de estar de vuelta en gringolandia. De ortografía dudosa, descripción escueta, el precio y la foto enana sugerían algo que valía la pena ir a ver– apenas. Pero cómo llegar a Española, un pueblo al norte de Santa Fé, aproximadamente a dos horas de distancia?
Leigh al rescate. Es tan buena onda ella. Vamos!, dijo.
En el camino me contó lo que sabía sobre Española. Al parecer es el corazón del comercio de heroína de los Estados Unidos. Glup.
Luego de un largo andar, llegamos a la casa del tipo de la moto. Una casa grande, amplia, con un gran patio cerrado de gravilla, ubicado a unos cientos de metros de la autopista. Sus vecinos vivían en escasos lotes ocupados por casas pequeñas, con alguna camioneta vieja estacionada afuera. El contraste nos dejó con la cabeza dando vueltas, pero no hubo tiempo de conversar.
El hombre salió de su casa, y también un perro amigable. Nos dimos la mano. De apariencia y acento hispánico, tuve que hacer un esfuerzo por no hablarle automáticamente en español.
Caminamos hacia su garage. Dentro, una cuatrimoto, un Hot Rod a medio terminar, aún sin la capa final de pintura, y una hermosa XR650L blanca (blanca!). Me agaché, la miré por todas partes. Todo lo que había aprendido acerca de la revisión de una moto usada lo puse en práctica. La echó a andar. El motor partió sin problemas. Sonaba fuerte. Hablamos un poco en español finalmente. Me dijo que su mamá le había enseñado. Aquí en New Mexico es así la cosa. O eres hispánico y aprendiste a hablar español con tu familia, cuando pequeño, o eres native american, y te revienta los cojones que alguien piense que hablas español.
Pasamos de vuelta al inglés. Era extraño: parecía estar más cómodo hablando en un inglés con acento que en español. Unos minutos de conversación más tarde, soltó la típica: vino alguien hace un rato a ver la moto, quedó muy interesado, dijo que iba al banco a buscar la plata. La misma idiotez me la dijo el tipo que me vendió la XR 250 R hace unos años, mientras le hacía las mismas inspecciones en el estacionamiento subterráneo de su edificio en Vitacura. Mañana viene alguien de Antofagasta a ver la moto; está muy interesado. Viene especialmente.
Le pregunté por el estanque más grande, y los neumáticos. Acompáñenme, dijo. Salimos del garage, pasamos por detrás de la casa (donde nos mostró su Harley-Davidson a través de la ventana del living, estacionada al lado del sofá) y entramos en un segundo garage, mucho más grande que el anterior. Ahí dentro tenía una KLX250, el reemplazo de la XR650L, un auto deportivo (disculpen la ignorancia, pero creo que era un Ford Mustang, de los antiguos), una camioneta F350 y una tricimoto gigante, enteramente construida por él, con un motor gigantezco atrás y cromo pulido por todas partes. Mientras me mostraba los extra que vendrían con la moto, yo sólo atinaba a pensar en las demás casas del barrio, lo que me había contado Leigh, y todo eso.
Volvimos a ver la moto una última vez, y comencé a pensar.
Yo no soy de decisiones rápidas, así que le pedí unos minutos al tipo, y fui al auto. Hablé con Leigh, y llamé a Steve, a ver qué le parecía el precio de $2850 por una moto del 99, impecable, 5400 millas o por ahí, con un segundo set de neumáticos nuevos, dos manillares de repuesto, un estanque IMS de 4 galones y el silenciador de fábrica, por si quería quitarle el Supertrapp que traía instalado. Conversamos largamente, un ping pong de ideas, de qué te parece, qué piensas, y decenas de consideraciones. Según Steve, la moto bordeaba lo demasiado caro, para el año.
Hablé con el dueño. Dije que le daría una respuesta esa noche, o al día siguiente. Volvimos a Albuquerque, y pensé, pensé, pensé. Hablé con Rodrigo, si no me equivoco. Conversamos sobre la situación, sobre el que esté un poco sobrevalorada. Concordamos que, a veces, el hecho que esté impecable y disponible hoy mismo justifica el costo extra. Así fue como obtuve la X250R: cara, pero en muy buen estado, y siendo que yo venía cansado de ver moto tras moto hecha mierda y maltratada, decidí comprarla. No lamento la decisión.
Llamé al tipo en la mañana. "Mira, estuve viendo. Motos similares se han ido por 2500 dólares según veo. Yo sé que estás incorporando varios elementos extra, pero no justifica los 2850. Te doy 2650 en contante y sonante, y tenemos trato".
"Bueno, ya que la viniste a ver, ok, tenemos trato".
Colgué, y salté de alegría. Así nomás, y tendría moto.
Quedaba una hora hasta que cerraran los bancos (en USA abren los sábados hasta las 2 pm).
Llamé a Leigh. Iba camino al gimnasio, pero tuvo la bondad de llevarme al banco. Eso dio inicio a una carrera loca, buscando el maldito local del New Mexico Educators' Federal Credit Union. Llamé al 411, el servicio de informaciones, y los papanatas me indicaron erróneamente que el banco estaba al lado sur de tal y tal intersección. Llegamos a la 1:55 al banco. Con el dinero en el bolsillo, Leigh me dejó frente al restorán Frontier, un hito conocido de Albuquerque, justo frente a la U, en la calle Central.
Ahí Steve me pasó a buscar en la camioneta, y partimos a Española. Una hora y media de viaje, y una cantidad increíble de pacos controlando velocidad.
Me explicó como funciona la locura de los pacos en USA: no hay una sola fuerza policial. Existe el State Police (estatal), el Sheriff's Department para cada county (condado), el Albuquerque City Police (ciudad) y como si fuera poco, cada reservación indígena (abundan por aquí) tiene su propia fuerza policial. Y si te agarran, te procesan por las leyes tribales, con prisión tribal incluida. Y siempre tiran para pesado antes que para liviano. Y ustedes pensaban que los Carabineros y Jueces de Curacaví eran desagradables...
Llegamos. Saqué la moto al camino de tierra frente a la casa del tipo. Seguía muy fría (más de 8 grados no había), así que se chupaba en baja (término técnico, ustedes entienden), igual que mi XR250R cuando está fría. Sin embargo, cuando subí las RPM al punto en el que el tener el motor frío no es relevante, pues conchetumadre y la putaqueloparió, la rueda trasera patinando por aceleración, a como 40, 50 km/h. Y todo por un toque de la muñeca... Esta moto era una bestia al lado de la 250.
Volví. Me la llevo.
El proceso es simple: El "título" (padrón) se firma por el nuevo comprador. Se ingresan las millas, el nombre del comprador, el valor de venta. Y ya está. Con el padrón firmado, la moto era mía.
La subimos a la camioneta de Steve, equipada ya para estas cosas y con un apretón de manos, el tipo desapareció hacia la casona, y Steve y yo emprendimos el camino de vuelta.
Hice un listado de cosas por hacer, en ningún orden en particular:
- Sacar los sticker horrendos que tiene en distintas partes, sin ensartar un pedazo bajo mi uña.
- Cambiarle el filtro de aire K&N, universalmente reconocido como una porquería, y ponerle un filtro UNI.
- Cambiar el aceite.
- Comprar herramientas métricas.
- Ponerle los neumáticos dual sport, unos IRC que me entregó el vendedor.
- Comprar casco.
- Guantes.
- Rodilleras.
- Botas de enduro.
- Lubricante de cadena.
- Ir al MVD (Motor Vehicle Division) por el impuesto, el título, la placa patente.
- Asegurar la moto contra choque, (seguro obligatorio más terceros), robo y siniestro.
- Cubrecarter (skid plate).
- Protectores de puños Acerbis Multiplo T (alias "las tetas blancas").
- Tapones de aceite magnéticos.
- Tapón de aceite con termómetro.
Y... qué más? No sé qué más. Tenía moto al fin. Aquí está.
Motor de partida, de vuelta al botón mágico.
Hay unas modificaciones estándar que se realizan al carburador de la XR650L, y no estaba seguro si ya habían sido realizadas. Sin éstas, de fábrica, la moto viene carburada con mezcla pobre, se sobrecalienta, no tiene mucha potencia, etc. Tendría que desarmar el carburador para ver. Por no tener herramientas, eso tendría que esperar. Ah, tantas cosas por hacer.
El carenado canaliza aire hacia el motor. Una vez que instale el tanque grande de combustible, sin carenado, habrá que ver si el motor se calienta demasiado.
5480 millas.
Un punto vulnerable de esta moto son las tapas laterales, que se extienden hacia los lados mucho más que en la 250 o la 400. Por eso, es imperativo colocarle un skid plate.
La maravillosa simplicidad de la línea XR.
Ahí tiene la batería, y era hora de cambiarla, porque no almacenaba mucha carga. También se ve el filtro K&N.
Y, a diferencia de la XR250R, tiene graseras!
Esto no lo noté: falta la cubierta del disco de freno trasero.
Tenía moto al fin. Salí a dar una vuelta por la ciudad con un casco prestado. Tenía moto!
Subí hasta los faldeos del Sandía Peak al atardecer. No es Lagunillas, pero el ritual debía realizarse. Es lo mismo que hice con la XR125L, la XR250R y ahora la XR650L. Se acuerdan?
La 125:
La 250:
Y ahora, la 650:
Hacía frío todavía, y faltaba mucho, pero mucho por hacer. Sería una temporada de progreso lento.
Unos días después, Steve me preguntó si acaso no quería ir a su casa uno Domigo, a trabajar en la moto, quitarle esos neumáticos suicidas que tiene, y hacerle mantenciones varias.
Instalamos la batería nueva.
Todo es más fácil cuando tienes las herramientas, los implementos.
Cambiamos el líquido de frenos.
Éste es Steve. No se imaginan cuánto aprecio su ayuda, y la hospitalidad de Yael.
Por esos días comenzó el curso de óptica experimental. Primera tarea: construir un láser de He-Ne. En realidad, la dificultad estaba simplemente en la alineación correcta de los dos espejos que formarían la cavidad resonante. Nos demoramos dos sesiones de tres horas en lograr que funcionara.
Pero finalmente funcionó.
Y bueno, así fueron pasando los días, mientras iba de lugar en lugar comprando herramientas y accesorios. No se imaginan la cantidad de dinero que requiere el comenzar de cero. Todo lo que das por sentado, tus herramientas, tus repuestos, tu caja de cachibaches; todo eso tiene que surgir de algún lugar, y en mi caso, ese lugar era mi tarjeta de débito.
Por esos días recibí otro mensaje en ADVRider: una respuesta muy atrasada de Rosemary, a quién le había escrito alguna vez, al ver que vivía en Albuquerque. Eso fue el año pasado, cuando no tenía la menor idea cómo iba a conocer gente del mundo motociclístico que no fueran fofos de Harley o pelotudos de moto de velocidad sin casco.
Nos llevamos bien, intercambiamos muchos mensajes. Ella trabaja en Intel, uno de las entidades que más trabajos da en la zona, a tal punto que Río Rancho, al nor-este de Albuquerque, ha sufrido una explosión de población. Me contó sobre su V-Strom DL650 y su viaje a Alaska, y sus paseos por aquí y por allá. Es bien simpática la señora.
Un cierto sábado decidí subir a Sandía Peak, el gran cerro que domina el horizonte oeste de Albuquerque. El camino estaría con hielo seguramente, pero había escuchado que la nieve ya no impedía el paso a la cumbre. Rosemary iba a salir de paseo con sus amigos del club Ducatti, y quedamos en encontrarnos quizás.
El KMZ para Google Earth lo pueden encontrar aquí. Ésta fue la ruta: En rojo, desde mi casa, hasta la I-40. Luego al norte, hacia Tijeras, y luego el desvío sinuoso hacia la cumbre. Ahí hablé con Rosemary, y quedamos en juntarnos en una estación de servicio, al comienzo del trazo azul. El resto mejor lo ven en el KMZ.
Tomé el desvío hacia Sandía Peak. Aquí, la vista de la ladera oeste, cubierta de árboles, tan distinta del otro lado.
A los bordes del camino hay gravilla volcánica, con sales deshielantes, algo para tener en cuenta.
Mi primer paseo, acostumbrándome a la moto, a los límites de velocidad ridículos.
No pasaban muchos autos. El casco prestado era incómodo.
La vista hacia el sur, los cerros Manzano.
El centro de ski seguía en funcionamiento.
Y ahora comienza la nieve al borde del camino.
De ahí en adelante, al llegar a las zonas de mayor sombra, curvas más pronunciadas y frecuentes, comenzó el hielo en el camino. Pasé con mucho cuidado por encima, pero no dejó de ser preocupante.
Llegué a la cumbre con las manos completamente entumecidas, con un frío para no creerlo. Paré la moto al costado del estacionamiento, y me calenté las manos con el motor. Quizás dejaría la moto aquí, quizás iría a fotografiar Albuquerque desde lo alto. Mientras estaba parado ahí, la lado de la moto, llegó una guardaparque. Me indicó que tendría que pagar el recreational fee. Es decir, que tengo que pagar estacionamiento? Pero si no me he estacionado, le dije.
No, me dice ella, el recreational fee. Son tres dólares.
El parking?
No, el recreational fee.
Entonces por estar aquí, parado, tengo que pagar?
Sí, el recreational fee.
Del fondo de mi ser amenazaba con hacer erupción un PICOOOOOOOOO EN EL OJOOOOOOOOOOOOO, tan fuerte como para dejar a la gringa hinchapelotas con los pelos peinados hacia atrás.
Entonces, mejor me voy, le dije, mientras me ponía el casco.
Váyase entonces. Que tenga buen día, dijo ella, con un tono inhumanamente alegre.
Me hervía la mierda. Eventualmente tendría que adaptarme a una sociedad acostumbrada a regirse por los criterios de Ned Flanders, de los Simpson.
Bajé nuevamente, y esperé a Rosemary en una estación de servicio. Llegó al rato con sus amigos. Partimos hacia Madrid, al nor-oeste.
Madrid es un pueblito con un aire eccéntrico, artistoide, un poco raro. Consiste apenas de dos hileras de casas y tiendas a los costados de un camino de campo. Su gracia está, aparentemente, en el que dichas casas son coffee shops, galerías de arte, pequeños restoranes, pequeños bares. Según me contaron, el lugar se llena de motociclistas en el verano.
Una vista extrañamente familiar, no? Una V-Strom azul y una XR blanca, casi como esas incongruencias que surgen en los sueños, donde se mezclan los recuerdos con lo imposible.
La verdad no quedé muy impresionado con el lugar. Mi idea de un paseo en moto es llegar a comer empanadas de campo, donde la comida es barata, simple, buena. En cambio aquí, en Madrid, al lado del coffee shop (donde había quiche de espinaca, pastelitos, etc., todo seguramente traído desde Albuquerque) había una tienda de cachibaches raros, incluyendo varios abrigos de piel puestos a la venta en el jardín. No, definitivamente este lugar no es para mi.
Me despedí de Rosemary, y seguí hacia el nor-oeste.
Justo a la salida del pueblo de Madrid, está esta... chatarrería, a falta de otro nombre.
En la distancia, no sé si serán las montañas Jémez o las Sangre de Cristo. Por ahí cerca está Santa Fe.
Caminos largos, interminables, y la sospecha de que habría un paco a la vuelta de cada curva para chantarme una infracción, por lo que iba a una velocidad de abuela.
Kilómetro tras kilómetro, milla tras milla, avanzaba en línea recta.
A veces cruzaba puentecitos sobre arroyos.
Eventualmente di con un desvío hacia "Cerrillos". Por curiosidad, lo tomé.
Un camino más rural, más secundario.
Por aquí pasa el tren. Sospecho que ha sido así desde hace mucho.
Éste es el pueblo. Al parecer es uno de los viejos pueblos semi-abandonados de New Mexico.
Una tienda de antiguedades.
Y más grande. (click).
Qué sería de un pueblo en New Mexico sin su iglesia.
Me estacioné afuera de la tienda de antiguedades, y entré.
Oscuro, con estantes de madera enormes, mostradores de vidrio, todo polvoriento, viejo, descuidado. Una cantidad de porquerías desechadas por épocas pasadas. Un mostrador con fósiles, otro con quién sabe qué cosas aleatorias. La señora que atendía probablemente tenía que lidiar con una infinidad de gringos asombrados por el caos, felicitándola por el lugar asombroso. Hice mi parte: "Wow, qué lugar tiene aquí" le dije. No obtuve mucha respuesta. Le pedí cinta adhesiva para tapar los hoyos de ventilación en mis zapatillas (por el frío que hacía) y seguí mi camino.
Más allá de Cerrillos, el camino se vuelve uno de tierra.
Sigue aproximadamente las vías del tren.
Esto no deja nunca de soprenderme sobre la zona: la cantidad de aviones que cruzan el cielo todos los días. Según tengo entendido, los vuelos nacionales en USA suelen seguir las grandes autopistas y, en este caso, seguramente seguían la I-40.
Tomé un pequeño desvío hacia la derecha, para ver hasta dónde llegaba.
Así que éste es el terreno natural de New Mexico.
Y un poco más allá, lo que parece ser un punto de abastecimiento de agua.
Adelante, adelante. Sabía que eventualmente llegaría a la autopista norte-sur, la I-25.
Y más grande. (click).
Aquí sí que no es posible hacer trespassing, como dice Rodrigo, porque te sale un indio energúmeno disparándote con una escopeta. No exagero.
Hermoso a su manera, pero un poco monótono, no creen?
Tomé la autopista. La moto te da 120 km/h sin chistar. El problema es el piloto: el viento te infla como una vela, y con el frío que hacía, tuve que bajar a 100 km/h.
Alcancé a tomar una última foto de los Sandías antes de que oscureciera.
Será por eso que tienen ese nombre?
4 Comments:
PAUL,
Que bueno que ya estamos teniendo noticias tuyas desde gringolandia, la moto que quieres que te diga, espectacular, felicitaciones.
el paisaje distintoa lo que estamos acostumbrados a ver por acá pero se entiende... lo que me cago es salir y no tener donde comer unas empanadas o una buena cazuela. eso es muy doloroso.
Saludos Paul,
Suerte
Felicidades por el nuevo corcel. Se extrañaban tus fotos.
Saludos
JSD
Felicitaciones, hace tiempo que leo tu pagina. No tengo moto, pero encuentro entretenido (encachado en chileno antiguo) el pasear de esa manera. No corriendo a velocidades que no te dejan ver el paisaje, ni aparentando ser motoquero en las choperas. Felicitaciones además por tu prosa, muy fácil lectura, entretenido y excelentes fotografias.
Roberto,
Valdivia,
Chile
Hace tiempo k no veia tu web... esta rebuena.. que bueno saber k andas por gringolandia... Good luck....
Yo vendi mi Honda XR250R, compré una Kawasaki KZ750 LTD...... en todo caso se extraña ene la XR... no hay como la Honda... ya volvere a comprar la incomparable XR para recorrer esos lugares hermosos de la Isla Grande de Chiloé...
Suerte
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