La Pequeña Gigante y Termas Del Plomo 2
Lo del otro día fue solamente un ensayo, una práctica, un sondeo de cómo me sentía con la rutina de moto y cámara. Ayer quise celebrar la vuelta a las dos ruedas como correspondía, con un viaje al cajón.
Y eso hice, queriendo también rematar mi neumático trasero, un Pirelli MT60, que está bastante gastado, y si voy a viajar este verano, quiero neumáticos nuevos (los cuales ya compré, como pueden ver).

El día que compré los neumáticos, volví a la casa de Alex, dejé la moto, y partimos con dos amigos de él a ver la Pequeña Gigante.
Nos fuimos en Metro, una sabia elección.

A una cuadra de la Plaza de Armas, ya era difícil transitar por las veredas, y la Plaza de Armas en sí fue una completa y absoluta locura. Un mar de gente, adultos, niños, empujando, inhalando, exhalando, flatulentando y haciendo todas esas cosas inocentes de ser humano que se vuelven nefastas al multiplicarlas por miles.
Por suerte pude alzar la cámara sobre mi cabeza y así ver algo de la Pequeña Gigante.

La gente miraba desde donde podía.



La cosa se calmó un poco cuando terminó el espectáculo, pero muy a la chilena, la gente comenzó a pifiar cuando se les indicó que, con la gigante ya acostada, el espectáculo había concluido.

Para salir de ahí, estuve caminando como vaca durante unos diez minutos. Con eso, logré avanzar una cuadra, y reunirme con Alex y compañía.

Tomamos algo, y nos fuimos de vuelta a su casa.

A media cuadra de su casa está la esquina donde me chocaron.

Y después, vuelta a mi casa.

Y bueno, al día siguiente partí de manera relajada al Cajón.
Las tradicionales empanadas en La Capilla, donde estuve un rato conversando sobre la vida.
Me llamó Robert, dijo que venía al Cajón, así que quedamos en ver si me alcanzaba.

Esas nubes que se ven desde Santiago, aquellas que penden sobre la cordillera en verano, eran las mismas que iban apareciendo sobre mi cabeza a medida que adentraba en el valle.

Sus sombras avanzaban vertiginosamente sobre las laderas de los cerros.

El Embalse El Yeso.




Subí, subí. Comenzó el frío. Mi chaqueta, una Polo Mohawk, estuvo perfecta. Los jeans, ese es otro tema.
Llegué al río que hay que cruzar antes de llegar a las Termas. En vez de cruzarlo, subí por el valle un tramo, hasta no poder avanzar más. De compañía, habían sólo vacas.
Recuerdan esta foto de mi primera ida a las Termas Del Plomo?

Pues la siguiente foto la saqué abajo, a la derecha, fuera de la toma.

Cayeron algunas gotas. Bajó una leve bruma. Comenzó a llover, luego fue agua-nieve.

Salió el sol levemente, pero no dejó de llover.

Dejó de llover.

Luego de buscar cómo vadear el río sin tener algún desastre, crucé, quedando con las piernas empapadas (pero con gusto, mucho gusto!). Seguí hasta las Termas.

Me bajé de la moto, y algo llamó mi atención. Ya sabía que había perdido dos de los tres elásticos que uso para afirmar la mochila, pero gran fue mi sorpresa al ver a dónde había ido a parar uno de ellos...


Habían unas 10, 12 carpas, algunas individuales, algunas bastante grandes, grupales. Creo que habían unas 50 personas en total, quizás menos. Ciertamente es un destino popular.

Decidí volver.

Cuando me faltaba el último vadeo, vi una moto al otro lado del río, y era Robert! Había logrado llegar hasta aquí con su KTM 620, convertida a motard. Sí, con neumáticos completamente lisos.

Volvimos juntos.



A medida que bajábamos, el clima mejoraba, el aire se volvía menos frío.


Periódicamente me detenía a esperarlo, dado que yo iba más rápido. En una de esas pausas, Robert no llegaba. Volví a buscarlo, y había tenido una caída. Estaba cubierto de tierra, pero nada más.
Lo que sí era serio era que se había roto el pedal de cambios, en la base. No sé qué coño estaban pensando los de la KTM cuando hicieron un pedal de cambios sólido, de un metal frágil... El de la XR está diseñado para doblarse.

Por suerte el eje del pedal de cambios tenía en su extremo una tuerca. La tuerca se soltaba fácilmente, pero era lo único que había. Recordé que tenía un trozo de piola de velocímetro dentro de la manguera que tengo en mi bolsa de herramientas, y de ahí podría sacar alambre.

Y a modo de pedal? Pues...

Voilá!

No era ideal, pero era mejor que no poder pasar los cambios. Con dificultad llegamos casi a San José de Maipo, donde a Robert se le acabó la bencina. Recordé que tenía 500 cc de emergencia en una botella, y se lo pasé. Tuve que dejarlo solo, porque tenía que volver a Santiago, pero en la noche lo llamé, y había logrado volver a casa sin problemas.
Y eso hice, queriendo también rematar mi neumático trasero, un Pirelli MT60, que está bastante gastado, y si voy a viajar este verano, quiero neumáticos nuevos (los cuales ya compré, como pueden ver).

El día que compré los neumáticos, volví a la casa de Alex, dejé la moto, y partimos con dos amigos de él a ver la Pequeña Gigante.
Nos fuimos en Metro, una sabia elección.

A una cuadra de la Plaza de Armas, ya era difícil transitar por las veredas, y la Plaza de Armas en sí fue una completa y absoluta locura. Un mar de gente, adultos, niños, empujando, inhalando, exhalando, flatulentando y haciendo todas esas cosas inocentes de ser humano que se vuelven nefastas al multiplicarlas por miles.
Por suerte pude alzar la cámara sobre mi cabeza y así ver algo de la Pequeña Gigante.

La gente miraba desde donde podía.



La cosa se calmó un poco cuando terminó el espectáculo, pero muy a la chilena, la gente comenzó a pifiar cuando se les indicó que, con la gigante ya acostada, el espectáculo había concluido.

Para salir de ahí, estuve caminando como vaca durante unos diez minutos. Con eso, logré avanzar una cuadra, y reunirme con Alex y compañía.

Tomamos algo, y nos fuimos de vuelta a su casa.

A media cuadra de su casa está la esquina donde me chocaron.

Y después, vuelta a mi casa.

Y bueno, al día siguiente partí de manera relajada al Cajón.
Las tradicionales empanadas en La Capilla, donde estuve un rato conversando sobre la vida.
Me llamó Robert, dijo que venía al Cajón, así que quedamos en ver si me alcanzaba.

Esas nubes que se ven desde Santiago, aquellas que penden sobre la cordillera en verano, eran las mismas que iban apareciendo sobre mi cabeza a medida que adentraba en el valle.

Sus sombras avanzaban vertiginosamente sobre las laderas de los cerros.

El Embalse El Yeso.




Subí, subí. Comenzó el frío. Mi chaqueta, una Polo Mohawk, estuvo perfecta. Los jeans, ese es otro tema.
Llegué al río que hay que cruzar antes de llegar a las Termas. En vez de cruzarlo, subí por el valle un tramo, hasta no poder avanzar más. De compañía, habían sólo vacas.
Recuerdan esta foto de mi primera ida a las Termas Del Plomo?

Pues la siguiente foto la saqué abajo, a la derecha, fuera de la toma.

Cayeron algunas gotas. Bajó una leve bruma. Comenzó a llover, luego fue agua-nieve.

Salió el sol levemente, pero no dejó de llover.

Dejó de llover.

Luego de buscar cómo vadear el río sin tener algún desastre, crucé, quedando con las piernas empapadas (pero con gusto, mucho gusto!). Seguí hasta las Termas.

Me bajé de la moto, y algo llamó mi atención. Ya sabía que había perdido dos de los tres elásticos que uso para afirmar la mochila, pero gran fue mi sorpresa al ver a dónde había ido a parar uno de ellos...


Habían unas 10, 12 carpas, algunas individuales, algunas bastante grandes, grupales. Creo que habían unas 50 personas en total, quizás menos. Ciertamente es un destino popular.

Decidí volver.

Cuando me faltaba el último vadeo, vi una moto al otro lado del río, y era Robert! Había logrado llegar hasta aquí con su KTM 620, convertida a motard. Sí, con neumáticos completamente lisos.

Volvimos juntos.



A medida que bajábamos, el clima mejoraba, el aire se volvía menos frío.


Periódicamente me detenía a esperarlo, dado que yo iba más rápido. En una de esas pausas, Robert no llegaba. Volví a buscarlo, y había tenido una caída. Estaba cubierto de tierra, pero nada más.
Lo que sí era serio era que se había roto el pedal de cambios, en la base. No sé qué coño estaban pensando los de la KTM cuando hicieron un pedal de cambios sólido, de un metal frágil... El de la XR está diseñado para doblarse.

Por suerte el eje del pedal de cambios tenía en su extremo una tuerca. La tuerca se soltaba fácilmente, pero era lo único que había. Recordé que tenía un trozo de piola de velocímetro dentro de la manguera que tengo en mi bolsa de herramientas, y de ahí podría sacar alambre.

Y a modo de pedal? Pues...

Voilá!

No era ideal, pero era mejor que no poder pasar los cambios. Con dificultad llegamos casi a San José de Maipo, donde a Robert se le acabó la bencina. Recordé que tenía 500 cc de emergencia en una botella, y se lo pasé. Tuve que dejarlo solo, porque tenía que volver a Santiago, pero en la noche lo llamé, y había logrado volver a casa sin problemas.
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