Barro y Pinos
El matrimonio de anoche estuvo bueno, salvo algunos de mis ex-compañeros de colegio, cretinos full-time, for export, que se dedicaron a armar barullo, y tuvo que venir el padre de la novia a calmarlos. Lamentablemente el catalizador fui yo mismo; mi mera presencia hace que algunos de ellos comiencen a gritar mi nombre, gritar también los sobrenombres pestilentes que me inventaron hace ya tantos años, darme palmotazos en la espalda, meter su cara en mi cara y cuando la música está fuerte, como anoche, meter también su enorme nariz en mi canal auditivo (juro que esto no lo estoy inventando, para mi gran pesar). Pero bueno, no nos detengamos en las peripecias de los que siempre sobran.
Los chicos de la Adach hoy domingo se iban hacia Viña y Valparaíso, pero la verdad yo no tenía ganas de asfalto y empanadas. Ayer, antes del matrimonio, viajé 2 horas en la moto para llegar a Requinoa, al asado-despedida de Juan Ignacio, estuve apenas hora y media, y luego dos horas para volver a Santiago. Su honorable madre preparó unas masas árabes con carne picada que superaron con creces cualquier vil empanada chilena, y los 240 km de asfalto a 100 km/h me dejaron saturado.
Puse el despertador para las 11:00 AM, y si no fuera por las peticiones insistentes de mi perra por entrar a mi cuarto, me habría quedado dormido de nuevo. Ben Kenobi andaba con el grupo, en la estación de servicio con el resto de los motoqueros. Lo llamé, y le propuse probar su juguete nuevo, un GPS Garmin con pantalla a color y todo, en Laguna Verde. Quedamos en juntarnos más adelante.
Partí sin saber cómo volvería a Laguna Verde, porque la vez pasada, Francisco fue mi guía, y dimos con los caminos internos de la zona de una manera compleja.
La ida, con frío, pero sol. Primer túnel, un poco de bruma, se notaba en el horizonte. Segundo túnel, y era un poco más. El aire estaba frío y yo me decía: si hay neblina, mando el paseo a la mierda y me meto por el valle central o algo. Pero en el fondo quería ir a Laguna Verde; Francisco me había dicho que los caminos estaban con barro y eso me picaba la curiosidad. Nunca he andado en caminos con mucho barro, y quería saber si me caería de hocico o no al cabo de un par de metros de andar.
Pues entré por Placilla, y llegué hasta el Tranque la Luz, pero donde están los botes de remo. El camino ahí se corta. Volví unos 500 m, y encontré la entrada a una urbanización nueva. Pasé los barriles que cortaban el camino, y fui a conversar con el cuidador. Me indicó que el acceso a los caminos internos de la zona estaba a una cuadra, por ese camino que sube. Así de fácil!
Esta foto la saqué a 50 m del asfalto, con toda civilización ya olvidada:
Les anticipo que hay pocas fotos, porque simplemente estaba pasándola tan bien andando por los senderos, que no tenía ganas de detenerme. Así era.
Y el barro? Ningún problema. Todo estaba húmedo, y había desde charcos barrosos donde la moto bailaba, hasta zonas secas y duras (poco comunes eso sí). En una ocasión anduve sobre fango negro y tréboles, y la rueda trasera habrá patinado hasta que la moto tenía 40º de ángulo con respecto al avance, pero sorprendentemente no me caí.
Sí dejé caer la moto lamentablemente al tratar de darla vuelta en un camino angosto y en pendiente. Con un crack se rompió el protector de puño derecho, pero no pasó nada más.
Todo marchaba feliz y bien, seguía por infinitos caminos, pasando por charcos, barro, zanjas. Incluso aprendí a levantar la rueda delantera en primera y segunda. No muy bien, no muy consistentemente, pero es bueno saber que lo he hecho una vez que sea.
Vi un charco que cruzaba de lado a lado. Paso por las huellas de los camiones, o por el medio? Pasé por el medio. Comencé a perder velocidad, pero era normal. En los otros lodazales había topado fondo y habría logrado salir, con la rueda patinando. Este sería distinto.
Los pies a los costados se me hundían. Parado, sentado, empujando, no avanzaba. Paré el motor. Para mi horror veía como la rueda delantera comenzaba a hundirse en el barro. Glup. Glup. Glup. El barro llegó a unos cm del disco de freno. Atrás, tocaba casi la catalina y la cadena. Esto se veía feo. Con cuidado me bajé de la moto, y luché para desenterrar mis pies sin dejar atrás mis botas. Era ese barro comezapatos.
No había otra alternativa: a tirar como buey se ha dicho. No sé qué habría hecho si no hubiera tenido la parrilla. Con cada tirón, dado con toda mi fuerza, la moto retrocedía unos 5 cm. La habré tirado unos 10 metros hasta que pude darla vuelta. Obviamente la rueda delantera no cooperaba, y apenas la tiraba se giraba a un lado.
Un hombre sensato se habría sacado la ropa abrigada de moto antes de comenzar a jalar. Yo, en cambio, lo hice todo, y con casco. Era como estar al lado de Darth Vader en las máquinas de pesas. Terminé empapado.
Me saqué varias capas y contemplé el trabajo hecho. Por los guantes no tenía ampollas serias, pero sí dos líneas sutiles de capilares reventados en las palmas. Posteriormente me comenzaron a doler.
Hasta los tobillos en el barro:
Seguí mi camino, y como quedaba como una hora de luz, después de recorrer más caminos, subir y bajar valles y quebradas, llamé a Ben. Se dirigía a Laguna Verde. Quedamos en encontrarnos de ser posible. De la nada me encontré con tres casetas, casi como baños químicos pero de madera. Al lado, un tipo. O me asalta o me conversa. Conversamos, me habló de motociclistas que dejan rejas abiertas al pasar, de caballos que se escapan del fundo, etc. Me contó que Laguna Verde estaba a 10 min, pero al otro lado de una reja. Y si lo llevaba a la reja, me la abría. Decidí correr el riesgo, y nos fuimos a la reja. La moto se portó sorprendentemente bien con tanto peso en tierra húmeda. Llegamos a la reja, y al otro lado, un riachuelo ancho, de unos 30 cm de profundidad. Me despedí y pasé sin pensarlo dos veces; un poco de agua que lave ese barro. Además los pies ya estaban mojados. So much for Gore-Tex...
En 20 minutos me había encontrado con Ben, y luego de relatar nuestras respectivas aventuras (y de jugar con su GPS), nos devolvimos a Santiago.
Los chicos de la Adach hoy domingo se iban hacia Viña y Valparaíso, pero la verdad yo no tenía ganas de asfalto y empanadas. Ayer, antes del matrimonio, viajé 2 horas en la moto para llegar a Requinoa, al asado-despedida de Juan Ignacio, estuve apenas hora y media, y luego dos horas para volver a Santiago. Su honorable madre preparó unas masas árabes con carne picada que superaron con creces cualquier vil empanada chilena, y los 240 km de asfalto a 100 km/h me dejaron saturado.
Puse el despertador para las 11:00 AM, y si no fuera por las peticiones insistentes de mi perra por entrar a mi cuarto, me habría quedado dormido de nuevo. Ben Kenobi andaba con el grupo, en la estación de servicio con el resto de los motoqueros. Lo llamé, y le propuse probar su juguete nuevo, un GPS Garmin con pantalla a color y todo, en Laguna Verde. Quedamos en juntarnos más adelante.
Partí sin saber cómo volvería a Laguna Verde, porque la vez pasada, Francisco fue mi guía, y dimos con los caminos internos de la zona de una manera compleja.
La ida, con frío, pero sol. Primer túnel, un poco de bruma, se notaba en el horizonte. Segundo túnel, y era un poco más. El aire estaba frío y yo me decía: si hay neblina, mando el paseo a la mierda y me meto por el valle central o algo. Pero en el fondo quería ir a Laguna Verde; Francisco me había dicho que los caminos estaban con barro y eso me picaba la curiosidad. Nunca he andado en caminos con mucho barro, y quería saber si me caería de hocico o no al cabo de un par de metros de andar.
Pues entré por Placilla, y llegué hasta el Tranque la Luz, pero donde están los botes de remo. El camino ahí se corta. Volví unos 500 m, y encontré la entrada a una urbanización nueva. Pasé los barriles que cortaban el camino, y fui a conversar con el cuidador. Me indicó que el acceso a los caminos internos de la zona estaba a una cuadra, por ese camino que sube. Así de fácil!
Esta foto la saqué a 50 m del asfalto, con toda civilización ya olvidada:
Les anticipo que hay pocas fotos, porque simplemente estaba pasándola tan bien andando por los senderos, que no tenía ganas de detenerme. Así era.
Y el barro? Ningún problema. Todo estaba húmedo, y había desde charcos barrosos donde la moto bailaba, hasta zonas secas y duras (poco comunes eso sí). En una ocasión anduve sobre fango negro y tréboles, y la rueda trasera habrá patinado hasta que la moto tenía 40º de ángulo con respecto al avance, pero sorprendentemente no me caí.
Sí dejé caer la moto lamentablemente al tratar de darla vuelta en un camino angosto y en pendiente. Con un crack se rompió el protector de puño derecho, pero no pasó nada más.
Todo marchaba feliz y bien, seguía por infinitos caminos, pasando por charcos, barro, zanjas. Incluso aprendí a levantar la rueda delantera en primera y segunda. No muy bien, no muy consistentemente, pero es bueno saber que lo he hecho una vez que sea.
Vi un charco que cruzaba de lado a lado. Paso por las huellas de los camiones, o por el medio? Pasé por el medio. Comencé a perder velocidad, pero era normal. En los otros lodazales había topado fondo y habría logrado salir, con la rueda patinando. Este sería distinto.
Los pies a los costados se me hundían. Parado, sentado, empujando, no avanzaba. Paré el motor. Para mi horror veía como la rueda delantera comenzaba a hundirse en el barro. Glup. Glup. Glup. El barro llegó a unos cm del disco de freno. Atrás, tocaba casi la catalina y la cadena. Esto se veía feo. Con cuidado me bajé de la moto, y luché para desenterrar mis pies sin dejar atrás mis botas. Era ese barro comezapatos.
No había otra alternativa: a tirar como buey se ha dicho. No sé qué habría hecho si no hubiera tenido la parrilla. Con cada tirón, dado con toda mi fuerza, la moto retrocedía unos 5 cm. La habré tirado unos 10 metros hasta que pude darla vuelta. Obviamente la rueda delantera no cooperaba, y apenas la tiraba se giraba a un lado.
Un hombre sensato se habría sacado la ropa abrigada de moto antes de comenzar a jalar. Yo, en cambio, lo hice todo, y con casco. Era como estar al lado de Darth Vader en las máquinas de pesas. Terminé empapado.
Me saqué varias capas y contemplé el trabajo hecho. Por los guantes no tenía ampollas serias, pero sí dos líneas sutiles de capilares reventados en las palmas. Posteriormente me comenzaron a doler.
Hasta los tobillos en el barro:
Seguí mi camino, y como quedaba como una hora de luz, después de recorrer más caminos, subir y bajar valles y quebradas, llamé a Ben. Se dirigía a Laguna Verde. Quedamos en encontrarnos de ser posible. De la nada me encontré con tres casetas, casi como baños químicos pero de madera. Al lado, un tipo. O me asalta o me conversa. Conversamos, me habló de motociclistas que dejan rejas abiertas al pasar, de caballos que se escapan del fundo, etc. Me contó que Laguna Verde estaba a 10 min, pero al otro lado de una reja. Y si lo llevaba a la reja, me la abría. Decidí correr el riesgo, y nos fuimos a la reja. La moto se portó sorprendentemente bien con tanto peso en tierra húmeda. Llegamos a la reja, y al otro lado, un riachuelo ancho, de unos 30 cm de profundidad. Me despedí y pasé sin pensarlo dos veces; un poco de agua que lave ese barro. Además los pies ya estaban mojados. So much for Gore-Tex...
En 20 minutos me había encontrado con Ben, y luego de relatar nuestras respectivas aventuras (y de jugar con su GPS), nos devolvimos a Santiago.