Thursday, July 10, 2008

Cajón del Maipo Nevado

Faltando poco para mi regreso a los yunai, se dio finalmente lo que había estado esperando: una salida al Cajón del Maipo, el viejo amigo.

Rodrigo me pasó a buscar a la casa, y partimos por Chesterton, Tomás Moro, Av Bilbao, Av Ossa, hasta donde se convierte en la avenida Américo Vespucio, en la Rotonda Grecia. Cuántas veces habré hecho ese recorrido, camino a la universidad, tomando Av Grecia hacia el oeste. Esta vez, en cambio, seguimos al sur, tomando la caletera que corre al lado de la autopista. Los lectores habituales sabrán ya por qué anduvimos por kilómetros y kilómetros de un camino angosto, lento, con resaltos, cruces peatonales, semáforos en vez de la moderna y segura autopista. Para los que no saben, vale repetirlo: no tenemos ni compraremos nunca el tag, el dispositivo electrónico de cobranza que las autopistas y el gobierno decidieron imponer. No lo usamos ni usaremos nunca porque el esquema de cobranza no es justo, porque no existen los mismos servicios de apoyo y seguridad para las motos y porque el proceso en su entereza ha sido un enorme pico en el ojo para el Santiaguino y el Chileno, primero automovilista, luego motociclista.

No todos se pueden dar el lujo de mantenerse fieles a sus ideales, claro está. Porque sí es un lujo. Tanto en casos triviales y sin importancia como éste, como en los que realmente importan, uno pierde. Siempre pierde. Sólo mantienes una postura que estás dispuesto a costear. Pero en lo posible, hay que hacerlo, hasta que se las arreglen para que te sea imposible, para que el costo te sea demasiado alto. Y ahí pagas, agachas la cabeza, das más de tu sueldo, de tu tiempo. Al fin y al cabo, uno no es huevón. O, como en casos de otras épocas, o casos contemporáneos y propios de otros países donde la mayoría de mis lectores no residen, lo que se va perdiendo va más allá que el dinero y el tiempo, son los derechos y las garantías de libertad y privacidad. Pero no entremos en esos temas, ya que eso da para largo, y está fuera del orden cronológico de estos artículos. (A modo de ejemplo: hace algunas semanas el senado gringo se pasó por la raja su propia constitución, ese manso peazo de papel del que tanto les gusta hablar en sus películas. Hicieron el medio barco pirata con él, y a la gente no le importó un comino).

Hablando de situaciones pico en el ojo, Rodrigo desapareció de mi vista por el espejo retrovisor en alguna parte del largo camino hacia Av. La Florida. Lo esperé, y resultó que tenía un pinchazo. Encontramos una vulcanización en Av Macul, no muy lejos.

Mientras el hombre de la vulca atendía un camión de Gasco, tumbamos la moto de Rodrigo, y procedimos a quitar las dos ruedas. Las dos? Sí: la delantera tenía un pinchazo lento desde hace unos días.



Y cómo se le quitan ambas ruedas a una moto, acaso no se cae? Pues no, miren:



Finalmente nos tocó a nosotros. Esperamos pacientemente.



El camino hacia San José de Maipo fue hermoso. La majestuosa blanca montaña nos dio la bienvenida desde muy antes, lejos del camino de tierra.



Lagunillas seguramente estaría completamente nevado, así que seguimos de largo.



Hacía frío, y la cosa no mejoraría. Esta vez había traído los mismos pantalones térmicos que llevé a la Carretera Austral, aunque en realidad no eran más que unos pantalones de trabajo para personal de ambulancia y servicios de emergencia. No importa; servían igual. El problema era colocarlos.

Sentado en la cuneta del puente al final del pavimento, luché con los pantalones. Seguramente habría sido mucho más fácil colocárselos sin tener puestas las botas de enduro, pero el proceso de volver a colocarse éstos últimos era aún más jodido que lo que estaba haciendo ahora. Pero cómo, preguntará el lector alerta, cómo es posible que sea tan complejo colocarse unas simples botas, más aún cuando éstas tienen bucles y se abren hasta el tobillo? Pues sí. No tengo pantalones de enduro, especializados y pensados para ser introducidos en las botas, sino que uso jeans, con costuras abultadas y duras. Si no acomodo bien los pantalones al momento de colocarme las botas, el resultado es sumamente incómodo. Habiendo encontrado ya una buena configuración, no tenía intención alguna de perderla por ponerme los pantalones térmicos.

Durante toda esta lucha, Rodrigo miraba, maravillado. No esconde su fascinación con mis procesos, rutinas y criterios, las cuales califica simplemente de pajeras. Para el que no está versado en la jerga chilena, una actividad pajera es una de complejidad innecesaria, fastidiosa, inútilmente minuciosa. A modo de ejemplo, en uno de los paseos al Cajón en diciembre, me di cuenta que había fallado el cierre de mi mochila. Sin cierre, no hay paseo, porque se cae todo. Así que procedí a coser el segmento dañado. Rodrigo no lo podía creer. Al punto que él y Chico decidieron tomar una foto del proceso, la cual me enviaron un tiempo después, con título "El Hombre Más Pajero del Mundo".




Pero volvamos a los pantalones. Ya los tenía puestos, y partimos.

Poco a poco apareció la nieve a los costados del camino.



Parecía como si cada recodo del camino, con su respectivo riachuelo, hubiera sido arrasado por un torrente. Nos encontramos con los intentos de volver el camino a la normalidad.



Un poco más adelante, el comienzo de la capa constante de nieve y un derrumbe sobre el camino. Seguimos? O se corta aquí la cosa?



Avanzamos a pie, para ver si se podía.



Sí, de todas maneras. Así que seguimos.



Charcos congelados, hielo, nieve. Hacía mucho frío, y estaba muy agradecido por mis pantalones térmicos.



Incluso algunos de los riachuelos se encontraban a medio congelar, sus figuras de cascada inmovilizadas en el hielo.



A la vuelta de una curva, nos encontramos con esto.



La nieve tenía hasta 30 cm de profundidad en partes. El avanzar ya no era cosa de rodar, sino de mantener la rueda trasera patinando, cavando una zanja hasta la tierra. El ritmo de avance era el de una pareja de viejitos paseando por el malecón al atardecer. Rodrigo tenía neumáticos más gastados, así que luego de desgastarse abriendo camino, lo adelanté, y él siguió por mi huella.



Cuánto nos demoramos en llegar hasta allá? Ni idea. Pero habría sido más rápido ir caminando (sin nieve, claro).



Intenté ir por las huellas de caballo, por la nieve virgen, por los montículos y por las depresiones. Nada parecía ofrecer menos resistencia.



El mundo entero se componía de cuatro colores: azul intenso, verde profundo, blanco radiante y gris oscuro.



Adelante, adelante. Esporádicamente uno de los dos se quedaba atorado, cavando un hoyo hasta el barro con el neumático trasero.



De vez en cuando era necesario descansar.



Aquí comimos el pequeño almuerzo que habíamos traído. Masticábamos en silencio, escuchando el crujir de la nieve. De la nada, Rodrigo me dice: Oye. Lo miro. Mm? Acto seguido toma el envoltorio del sandwich y lo lanza al suelo, luego mete una mano en el bolsillo de su chaqueta, y tira unos papeles y envoltorios de caramelos al suelo. Se da vuelta, y sigue comiendo su sándwich.



Cualquier espectador con una gota de conciencia ecológica se habría escandalizado, y probablemente habría pensado algunas de las cosas que yo pensé cuando vi un acto similar. Pero habrían estado equivocados. Unos segundos después, nos agachamos a recoger la basura, riéndonos. Es simplemente una de nuestras bromas personales, el hacer mímica de las mismas estupideces que presenciamos frecuentemente, de gente ensuciando su entorno. Y mientras mayor sea la despreocupación fingida con que se lanza la basura, mejor es el efecto cómico (para nosotros, claro; ustedes probablemente pensarán que estamos locos).



Llegaríamos al Embalse El Yeso? Difícil saberlo, pero probablemente no. No importaba: la idea de este paseo siempre fue ver hasta dónde era posible llegar.



Un grupo de casas, y a la distancia un jinete bajando por el camino.









Fue entonces cuando comprendimos la razón de las múltiples huellas de caballos en la nieve.






Estábamos detenidos para no asustar a los caballos. Al pasar, levanté la cámara, y le dije al jinete simplemente "Una foto?" Su respuesta ciertamente no me la esperaba. "Pa qué andan sacando foto' de animale' que no son suyo'" sentenció, amargado. Puta el weón desagradable.



Intentamos seguir adelante, una vez que el pelotudo de los caballos había pasado. Nos encontramos con esta roca. Cuántos deshielos más durará?



Más nieve, cada vez más profunda.









Y más caballos, esta vez guiados por gente simpática.















El día avanzaba, y nos estábamos cansando. El aire era frío, pero cada vez que me detenía, abría mi chaqueta para ventilar el sudor.



(click)



Finalmente decidimos dar la vuelta. Y qué más fácil que simplemente girar la moto en 180º.






Aquí Rodrigo se adelantó bastante; yo iba lento, guiándome con los pies, siguiendo el surco creado a la venida. Él, en cambio, se tiró a lo kamikaze, razonando que una caída no dolería.



El equipo de reparación vial había traido una excavadora. Esperamos varios minutos hasta que nos dejaron pasar.






Quedaba luz todavía, así que nos adentramos por la otra rama del Cajón del Maipo, hacia los Baños de Colina.



Había menos nieve, por alguna razón.






El camino estaba despejado, nada más algunas partes de barro suave, pero la mayoría del tiempo rodábamos sobre barro compactado.



O eso creíamos. Rodrigo se había adelantado, y al dar vuelta a una curva a unos 80 km/h, veo su moto en el suelo, un jeep parado, y el conductor del jeep justo detrás de la moto, haciendo gestos para que me detenga, preocupado de que no los vería a tiempo. Me detuve, y fue sólo entonces que me di cuenta que el supuesto barro compactado era, en realidad, hielo hecho y derecho. Sin peros. Los últimos 5 km habíamos estado andando sobre hielo.

Rodrigo se había encontrado de frente con el jeep, y al frenar, se había caído. El único inconveniente, aparte de unos leves golpes en las rodillas, fue que sus guantes se empaparon. Y eso le pesaría el resto del paseo.

Nos cuenta:

Ese paseo estuvo buenísimo, salvo el porrazo en el hielo. Fue ahí cuando decidí cambiar las rodilleras Fox por una Troy Lee más cubiertas. Al momento de caer y arrastrarme, se corrieron golpeándome las dos rodillas. Anduve más de 1 mes adolorido. Del conductor nada que decir: el típico "Sunday Driver" de reacciones estúpidas, circulando por la mitad del camino y que cuando me vio venir habiendo yo encontrado mi espacio para pasar, no se le ocurrió nada mejor que correrse por donde yo venía. Imposible esquivarlo. Fue ahí, al tratar de pararme, cuando me di cuenta de lo resbaloso que estaba el camino y que en vez de ir por barro, íbamos circulando por una capa de hielo.

Otra lección, llevar siempre un par de guantes de repuesto.






Seguimos adelante, ahora con más precaución ante lo que parecía barro.



Y más grande. (click).







Tomamos el desvío hacia Baños Morales. El corto camino de unos 500 metros se volvió un test de habilidad, ya que la superficie del camino (en subida pronunciada) era una capa de hielo sólida.



Sorprendentemente, con un poco de velocidad, era posible controlar la moto sin problemas. Era sólo al momento de intentar partir que la rueda trasera patinaba fácilmente.



Seguimos por el camino principal. Uno tras otro, fuimos pasando camión tras camión estacionado. Pasamos entre ellos, por el centro del camino, un pasillo angosto y ruidoso, hediondo a humo de diesel. Casi me vuelan la cabeza con la puerta de una cabina que se abrió de repente.



Finalmente llegamos al final del camino. El patio de maniobras era un lodazal.



(click).




Aquí los camiones eran cargados con el mineral del yeso que había sido extraído de la mina abierta unos kilómetros valle arriba.






Uno por uno, recibían su carga.



Ésta se acomodaba para el transporte hacia Santiago.



Qué lugar más hermoso.




Cuántas veces habré fotografiado estas paredes de roca.






Era hora de volver a casa.

Unos kilómetros más adelante, el camino estaba completamente cortado de lado a lado por un el último de muchos camiones detenidos. No había espacio entre la pared de nieve a un lado, y las ruedas del camión al otro, para pasar con facilidad. Pasé unos cinco minutos pateando la pared de nieve, haciendo camino. Cuando había recién terminado y me disponía a volver a la moto, el conductor del camión detenido pasó al lado mio sin una palabra, se subió a la cabina, y se puso en marcha. Por la puta.









Rodrigo estaba con las manos congeladas. No daba más.



Llegamos finalmente al comienzo del pavimento, y le pasé mis guantes de enduro para que pudiera quitarse los suyos, dado que ahora me pondría los de cuero.



Cosa rara: nunca he comprado nada en este negocio.



Y con eso, volvimos a Santiago, a pasar el frío.



Pero el camino a casa no fue simple y aburrido. A la altura del túnel, donde el Cajón del Maipo es excepcionalmente angosto, y el río ruge decenas de metros más abajo, tajando su camino entre paredes de roca, el camino traza una curva abierta por el costado del valle, abrazando íntimamente el poco espacio que el cerro le cede. Fue aquí donde mi moto dio repentinamente unos sutiles pero preocupantes coletazos. Alcanzé a hacerle un gesto a Rodrigo, quién venía detrás para que bajara la velocidad, pensando que se trataría de una mancha de aceite, antes de que sintiera que ahora era la rueda delantera la que no se adhería bien al pavimento. Fue uno de esos momentos en los que se te hiela la sangre. Tan pronto como había llegado, la inestabilidad desapareció, y seguimos sin evento.

Ese día habían áreas de humedad en el camino, más oscuras que el entorno. Por el frío que hacía, y por la sombra casi perpetua en la que se encontraban, en éste punto preciso se habían congelado, convirtiéndose en hielo negro, algo que los Santiaguinos no están acostumbrados a ver.

Para tener en cuenta, compañeros.

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