Cuando fui a Termas El Plomo me encontré con una bifurcación en el camino. Un cartel rudimentario indicaba que "La Mina" se encontraba a la izquierda, y "Las Termas" a la derecha. En el preciso instante en el cual ponderaba cuál ruta tomar, apareció una camioneta con un par de tipos. Les hice señas para que se detuvieran, y les pregunté cuánto faltaba para ambos destinos. "Media hora pa' las termas". Y la mina? "Debe ser como media hora también". Les agradecí, y siguieron su camino.
Por el tiempo de sol restante, decidí seguir hacia las termas, y pues ya conocen el espectáculo visual que resultó de esa decisión.
Me embarqué en este paseo con la firme intención de llegar hasta donde se pudiera, y quizás un poco más allá; llegaría a esta famosa Mina, la cual seguramente estaría aún más perdida en las alturas de los Andes.
La ruta ya me era familiar; lo único que lamentaba era un cielo mayormente gris. De cuando en cuando aparecían unos rayos de sol.
Cada excursión al Cajón del Maipo me deja con un poco más de confianza en el manejo en tierra. Siento que, en cierta manera, estoy descubriendo las características "únicas" del manejo de mi moto, principalmente porque no está equipada con los tradicionales neumáticos con "calugas" que se usan en las motos enduro. Claramente no hay nada nuevo en lo que estoy haciendo, pero el afrontarlo solo, de manera
ab initio, mientras se recorre un enorme valle a 2000 metros de altitud hace surgir a veces estas ilusiones bobas.
El embalse el Yeso lucía colores menos extraordinarios que la vez pasada. Un cielo gris realmente lo opaca todo.
La mayor diferencia con el paseo anterior era la nieve. Eso sí que se notaba a primera vista. Laderas otrora polvorientas y de colores brillantes y terrosos ahora estaban cubiertos por nieve.
Llegué a la bifurcación, y partí expectante hacia la mina. El camino daba una vuelta en U hacia la izquierda y en subida, retrocediendo el camino avanzado a lo largo del valle. No había avanzado ni 50 metros después de la curva, cuando me topé con una camionada de tierra en medio del camino. Al parecer habían cortado el camino a la mina por el cierre de su temporada de extracción. Me bajé de la moto, hice a un lado algunas piedras grandes, compacté un poco la tierra por donde iba a pasar, y pasé. Seguí, imaginándome las quebradas y los valles que seguramente me esperarían en el camino a la mina.
El camino comenzó a subir en zig-zag. Ya se tenía una buena vista del valle, y a lo lejos, algunos glaciares.
El camino comenzó a tener áreas con nieve, las cuales evité, pero mientras más subía, más frecuentes eran las áreas nevadas, hasta que me fue imposible evitarlos. La nieve habrá tenido unos 10-15 cm de profundidad, y yacía sobre un lecho a veces barroso, a veces de piedras. Saqué los pies hacia los lados, y avanzé con cuidado. No tuve ningún problema, y rápidamente me di cuenta que la nieve no me cortaría el paso.
Seguí subiendo, pero en vez de llevarme a otro valle, la mina resultó ser una serie de pequeñas planicies que miraban al valle. No tengo idea qué mineral se extraía. Las rocas amontonadas eran grises, con estriaciones claras y oscuras. En viento era impresionante, de hecho la nieve ya estaba cubierta por polvo y tierra en algunas zonas.
La vista hacia el valle desde arriba. Al fondo, el río.
Y esta es la vista hacia el Oeste, o por lo menos de donde vine. Abajo se ven otras mesetas de la mina.
Busqué un lugar que me protegiera del viento aullante y saqué mi sandwich de jamón. Es difícil comunicar la soledad que se siente ahí arriba. El frío, el viento y unos cortes en la ladera como únicos testigos de la débil influencia humana en la inmutable cordillera, conspiraban para hacerte sentir absolutamente insignificante.
Terminé mi almuerzo y bajé. Tenía originalmente la intención de volver a Santiago, pero un camino llamó mi atención. Recordé que alguien alguna vez me había dicho que había tomado este camino lateral, así que me propuse recorrerlo. Aquí, la vista del Embalse El Yeso otra vez.
La conexión con el camino principal del valle estaba cerca de este montículo extraño.
La siguiente foto mira hacia el valle donde estaba recién. De hecho, técnicamente se debería ver el camino, pero no se ve. En cambio, se ve algo absolutamente inesperado, que no se veía desde el fondo del valle: un camino, con certeza para tracción humana o animal solamente, serpentea hacia la cumbre de la montaña, visible principalmente gracias a la nieve acumulada.
El camino parecía encaminarse por uno de mis ansiados valles laterales. Una cumbre se elevaba a lo lejos, y esto me hacía pensar que era el destino obvio del camino.
Seguí, y el camino comenzó a hacerse cada vez más difícil. Piedras grandes y sueltas, nieve; todo conspiraba para alentar mi progreso, pero seguí, aguantando estoicamente el dolor de aplastar ciertas partes delicadas de mi cuerpo contra el asiento al pasar sobre una roca particularmente grande.
Finalmente, tuve que devolverme. Llegué a una zona con nieve dura, durísima, completamente distinta a la nieve que encontré en la mina. Un camino angosto, nieve dura y congelada, neumáticos duales y un único motociclista no eran una combinación propicia para seguir explorando.
Esta es la vista al momento de devolverme.
Volví por el camino del valle, y llegué al Embalse nuevamente. Será ese el mismo vehículo que aparece en una foto del paseo anterior? Vaya uno a saber.
Uno que otro rayo de sol salió de entre las nubes, pero nada más.
La vuelta a Santiago fue lenta y aburrida, pero por lo menos ya sabía cómo era La Mina. Lástima que tendré que esperar hasta el deshielo para saber qué hay al final de ese otro camino.
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