Thursday, November 17, 2005

Pies y Cabeza


Él: Me encanta caminar a pie pelado, sentir la aspereza del suelo, la tibieza de la piedra calentada durante el día, el pasto fresco y hasta húmedo entre los dedos de mis pies, el golpe rítmico de mi talón contra el suelo, las piedritas y su punzar catártico, la suavidad de las baldosas...

Ella: Ay no, que horror, lo detesto, me daña y reseca la piel, además me duele!

Él: Me encanta sentir el viento contra mis mejillas, silbando en mis oídos, un viento tibio y que acarrea olores y vivencias de pasto, árboles, flores, sol; sentir cómo todo cambia cuando sopla el viento al sol, cómo todo se aviva y alegra...

Ella: El viento me sube la falda!

Labels: ,

Wednesday, November 16, 2005

Maria Pinto, Melipilla, Aculeo

Compañeros, les cuento:

El sábado Ben Kenobi y yo decidimos largarnos a quién sabe donde a dar un paseo. Tomamos la Ruta 68 hasta el desvío a María Pinto, y luego de andar por aquí y por allá, llegamos.



Después, partimos a Melipilla, tierra de brujas, visité nuevamente mi metro cuadrado (donde por hacer necedades bloqueé la delantera y me fui al piso en el paseo pasado), esquivamos la vieja de los sandwiches mas caros de Chile, y dejamos locas a dos chicas que atendían en un Punto Copec. En realidad yo miraba por la ventana mientras Ben hacía todo el trabajo sucio, preguntando cómo llegar, etc.

El mapa mostraba un camino de tierra que pasaba por ahí por Aculeo, y luego se reconectaba con la Ruta 5.

Se puso el sol. Decidimos darle nomás y ver qué tal.



El primer tramo de tierra estuvo ok, no tenía ni piedras grandes ni hoyos grandes, ni tanta gravilla suelta, incluso anduve un rato en la NC30 de Ben y aunque te sacudías, no lo encontré imposible de lograr. Lo peor estaba por venir... el camino de doble vía de tierra se volvió angosta. Y más angosta, y polvorienta.

En una curva en 90 grados vimos un incendio en el cerro, con enormes llamas iluminando el cielo. O habrán sido brujas en la hoguera? Quién sabe.

Cuando el camino parecía adentrarse en una quebrada honda, de paredes altas y oscuras, donde la luna apenas llegaba a entrar, vimos en un paradero de buses (sí, en medio de la nada) a un tipo parado. Era tarde, como las 9:30, y el camino por donde íbamos se bifurcaba en tres: hacia la mina, hacia unos gallineros, y hacia Aculeo. Quién sabe qué micro esperaba?

Nos indicó el camino a seguir, y por ahí nos fuimos... el camino fue deteriorándose, apenas una huella por donde cabía un auto en partes, y rocas grandes e irregulares en el camino.

Llegamos hasta una barrera, el final del camino, un boquerón de árboles por donde seguía la huella y a un costado lo que parecía ser un antiguo terreno de casona de campo. "No pasar, Fundo NN". No me acuerdo el nombre del fundo. Nos devolvimos, maldiciendo la aparición del paradero, casi seguros que no estaría al llegar. Pero sí estaba. El bus para fantasmas se había demorado al parecer.

Dijo que había que pasar igual, que aunque tuviera barrera era un camino público y siempre pasaba gente por ahí.

Media vuelta y otra vez llegamos a la barrera, y pasamos.

Hace una hora se me había desconectado el filamento de alta de mi foco (digo desconectado, porque volvió a revivir más tarde) y sólo tenía las luces de baja, que se cortan como con tijera a sólo unos 4 o 5 metros hacia adelante. Ben tenía las suyas, pero cuando se quedaba atrás, era como andar hacia una cortina negra.

Al avanzar volaban pájaros que descansaban en el camino, sombras aladas que pasaban justo fuera de la luz del foco, ramas que parecían manos acercándose, y sobre todo, una luna llena tras un velo de nubes altas...

El camino se tornó cada vez peor, angosto, sinuoso, con piedras del tamaño de un gato por todas partes, incluso hubo tres vados que tuvimos que cruzar. Lo que hizo Ben con su moto me dejó impresionado, el hombre es un maestro.




Luego del último vado nos detuvimos a enfriar su moto y a sacar fotos. Negrura total, silencio. Si la Bruja de Blair hubiera querido dos lindas motos para su colección, ahí las tenía...

Más adelante se nos presentó una bifurcación, y por suerte siempre llevo una brújula fondeada en la mochila. Hubo entonces que bajar un camino sinuoso de cerro, y ya estábamos en lo plano.

Saliendo de ese tenebroso hoyo negro, entre cerros altos y bajo los árboles donde la luna no llegaba, el salir al asfalto le dio un sentido real al viaje que hasta este momento se había perdido.

Y de la nada había gente caminando en el camino, no sombras tenebrosas y harapientas, sino quinceañeras todas arregladas en múltiples colores, conversando y riéndose... pero claro! Era sábado! Iban a la fiesta!

Luego de mucho andar llegamos finalmente a la Ruta 5, y luego hacia Santiago.

Polvorientos, cansados (uno de nosotros con la espalda molida) llegamos finalmente a casa.

Labels: ,

Saturday, November 12, 2005

A 100 Pesos Los Alfajores

Lo que la chica linda que vende alfajores a la salida del metro no sabe es que el chico que pasa todos los días y le dice "No, gracias" con una sonrisa nunca le podrá comprar un alfajor porque desde chico que el chocolate le da migrañas y hace más de diez años que no come chocolate y preferiría sacrificar el chocolate y todo lo que el chocolate le puede traer a cambio de la cuasi-certeza de que no tendrá nunca más una horrible migraña.

Labels: ,

Friday, November 04, 2005

Metro

El primer vagón del tren del Metro de Santiago contiene dos secciones. Éstas son: delantera y trasera. La delantera corresponde al primer cuarto de vagón y la trasera, a los tres cuartos restantes. El resto de los vagones no son interesantes y sus cualidades son análogas a las de la sección posterior del primer vagón. El criterio por el cual se definen éstas secciones es meramente funcional: para un observador novato, ambos forman parte de un mismo vagón, sin demarcaciones ni características geométricas que las distingan. Su diferencia radica en sus cualidades, ya que ambos tienen características positivas y negativas.

La sección delantera beneficia al pasajero en las horas de mayor congestión humana con una densidad menor de cuerpos. El pasajero astuto sabrá colocarse en el punto preciso del andén para quedar frente a la primera puerta del tren. Tendrá así una menor probabilidad de viajar de manera extremadamente incómoda (hasta se podría decir íntima), o incluso de quedar parado sobre el andén, viendo cómo los afortunados desaparecen por la negra boca del túnel.

Por otra parte, aunque en la primera sección se viaja marginalmente más cómodamente, la ventilación es notoriamente insuficiente. Las ventanas admiten un flujo de aire, pero éste se desplaza rápidamente hacia la sección posterior, dejando el aire propio de la primera sección completamente estancado.



Es en en medio de este aire estancado que encontramos a once pasajeros silenciosos y dos en conversación. Al costado derecho de la puerta, bajo el freno de emergencia, se encuentra Enrique G. Enrique es bajo, de unos trentaytantos. Su cara es levemente angular, pero amigable; de hecho no sorprendería haberlo visto como leyenda menor de la Nueva Ola hace todos esos años. Algo habrá intuido sobre su plausible vida pretérita y alterna, ya que viste una camisa color marrón de anchas mangas, y las patillas descienden más allá de lo que honradamente se podría llamar una longitud casual.

Renato M. (a dos cuerpos de distancia, aproximadamente sobre el eje central del vagón y frente a la puerta) lo ha visto hace unos minutos. Le ha llamado la atención su apariencia. Éste se vuelve uno de esos momentos temidos en los que Renato desciende en un remolino de dudas acerca de su sexualidad. No ocurre seguido, e intenta acostarse con una mujer distinta por lo menos dos veces al mes para calmar sus dudas existenciales. Pero muy de vez en cuando, en un momento de ocio, nota a otro hombre, de apariencia interesante, y luego se pregunta si no lo habrá estado mirando demasiado tiempo (lo que lo obliga a flagelarse mentalmente, y se le vuelve irresistible el volver a mirarlo, una última vez, una mirada cortita). Le late el corazón y siente que comienza a sudar. Más aún.

José M. también está sudando, al igual que el resto de los pasajeros, pero por esos motivos incomprensibles del azar y la genética, logra anunciar sus secreciones con una rimbombancia química que tiene a más de alguno mareado ya (Renato se pregunta si no serán las feromonas de aquel que va delante que lo tienen confundido). José es uno de los que conversa, y antes de entrar en la estación, caminando desde la facultad, se fumó un par de puchos. El olor acre y amargo de cenicero sudoroso es su marca personal.

Sobre su interlocutor no diremos nada; fallecerá mañana de madrugada en un choque y no sería prudente inmortalizarlo en un relato tan banal como éste.

Evelyn H. está en la esquina diagonalmente opuesta a Renato. Viste semi-formalmente. Mira por la ventana, y pareciera estar triste, pensativa. Otro pasajero cercano, que está pensando justamente acerca de sus co-viajantes, decide para sí mismo que esta chica está triste porque ha salido hace poco de una relación. Agrega la nota mental de que probablemente fue finalizada por ella, dado el mal trato que recibía de su novio. Es más: amigos y gente cercana le habían insistido que él no era lo suficientemente bueno para ella. Terminar con él requirió toda la energía que le podía entregar su menudo cuerpo y alma. Satisfecho con su análisis, procedió a analizar las posibles formas de entablar conversación con ella. Qué abrumadora tarea tendría por delante! Cómo comunicar a esta chica en una conversación casual (casi tácitamente prohibidas en el Metro, por su escasez entre extraños) que él era un chico razonable, cariñoso, que le gustaba ir al cine y que tenía mucho amor para darle, si sólo le admitiera la más ínfima oportunidad de demostrárselo! Ciertamente la trataría mejor que su ex. No tenía idea si la chica era de pensamientos liberales o si tendría que esperar antes de ir a la cama con ella, pero estaría dispuesto a esperar, y esa espera le mostraría lo loable que eran sus intenciones.



En realidad Evelyn piensa sobre el desagüe de su ducha. Esta mañana el agua se había demorado en bajar. Al llegar a casa tendrá que meterle gránulos de soda cáustica, a ver si se destapa. Ese pensamiento le recordó (como siempre sucedía cada vez que pensaba sobre o se mencionaba la soda cáustica) ese experimento que hicieron en el colegio con una hoja de álamo. La dejaron remojando en una solución de soda cáustica durante una semana, y al final sólo quedó un fantasma de hoja, traslúcida y delicada como una medusa. Piensa que le gustaría hacerlo otra vez, quizás con una hoja más grande, pero probablemente no lo haga. Al llegar a casa estas ideas siempre se le desaparecen, casi como si fuera otra Evelyn la que existía en el trabajo y en la casa. En sus ratos libres, cuando viajaba en Metro, le surgían estas ideas.

Levanta brevemente la vista y se pregunta si habrá otros teniendo ideas libres, soñando, como ella. No, se dijo. Seguro que todos están pensando cosas normales.

Se abren las puertas y comienza el influjo de gente nueva.

Labels: ,