La Vuelta a los Yunai Esteits
Todo lo bueno llega a su fin, y se acercaba la vuelta a los Yunai.
En los últimos días recorrí Santiago solo y acompañado, intentando capturar sus rincones más interesantes.
Desde el balcón de un edificio del centro, con Jeka, David y un trípode.
Nunca había notado cómo el color resalta cuando tomas una exposición larga.
Y el panorama completo: (click)
Otro día fui al Cerro San Cristóbal con mis padres.
A pesar del smog, se veía bastante. A lo lejos, el domo del Parque O'Higgins. Más cerca, el Cerro Santa Lucía.
Pedro de Valdivia Norte.
Y el gigante celular de la Telefónica, el Teatro de la Universidad de Chile, Plaza Italia, Av Vicuña Mackenna. En la distancia, invisible, está Lira, la calle de las motos de Santiago.
El flaco inri y gente escapando de la monotonía.
La Torre Entel.
Y en la otra dirección, el Cerro Renca, mi nuevo amigo.
Esa noche subí al cerro detrás del Cerro Calán, mi mirador favorito.
El día de mi despedida, me despedí de la cordillera, aunque a la distancia. Aquí, Farellones y el Cerro Colorado.
A mi casa llegaron los sospechosos de siempre: Alvaro y Daniel,
Camilo y Rodrigo,
Y otros buenos amigos.
A la partida, el vuelo me dio una vuelta olímpica, con una vista nocturna del Cerro Renca, Américo Vespucio, la pantalla gigante en Alameda y un sinnúmero de vistas que me eran familiares, pero imposibles de discernir.
Al día de aterrizar me esperaba un cambio de vida enorme: pasaría de las clases y las tareas a las cerraduras electrónicas, áreas de alta seguridad, checkpoints de entrada y un equipo de aproximadamente unos 9,999 co-trabajadores, entre científicos, ingenieros, técnicos y gerentes.
Me esperaba el Los Alamos National Laboratory.
En los últimos días recorrí Santiago solo y acompañado, intentando capturar sus rincones más interesantes.
Desde el balcón de un edificio del centro, con Jeka, David y un trípode.
Nunca había notado cómo el color resalta cuando tomas una exposición larga.
Y el panorama completo: (click)
Otro día fui al Cerro San Cristóbal con mis padres.
A pesar del smog, se veía bastante. A lo lejos, el domo del Parque O'Higgins. Más cerca, el Cerro Santa Lucía.
Pedro de Valdivia Norte.
Y el gigante celular de la Telefónica, el Teatro de la Universidad de Chile, Plaza Italia, Av Vicuña Mackenna. En la distancia, invisible, está Lira, la calle de las motos de Santiago.
El flaco inri y gente escapando de la monotonía.
La Torre Entel.
Y en la otra dirección, el Cerro Renca, mi nuevo amigo.
Esa noche subí al cerro detrás del Cerro Calán, mi mirador favorito.
El día de mi despedida, me despedí de la cordillera, aunque a la distancia. Aquí, Farellones y el Cerro Colorado.
A mi casa llegaron los sospechosos de siempre: Alvaro y Daniel,
Camilo y Rodrigo,
Y otros buenos amigos.
A la partida, el vuelo me dio una vuelta olímpica, con una vista nocturna del Cerro Renca, Américo Vespucio, la pantalla gigante en Alameda y un sinnúmero de vistas que me eran familiares, pero imposibles de discernir.
Al día de aterrizar me esperaba un cambio de vida enorme: pasaría de las clases y las tareas a las cerraduras electrónicas, áreas de alta seguridad, checkpoints de entrada y un equipo de aproximadamente unos 9,999 co-trabajadores, entre científicos, ingenieros, técnicos y gerentes.
Me esperaba el Los Alamos National Laboratory.