Las Lagunas del Santuario 2: Laguna Los Ángeles
Ha pasado mucho tiempo desde el último artículo de El Cantar de la Lluvia.
Han pasado muchas cosas. He pasado calor, frío; he estado solo y he hecho amigos. Extrañé lo conocido y descubrí lo desconocido.
Luego de muchos meses de espera, era hora de volver a Chile para las vacaciones.
Me subí a un avión y me fui de Albuquerque. Partí hacia el oeste.

La coca cola traía hielo.

Aterricé en Phoenix, Arizona. Más horas de espera.

Despegué rumbo al este.

Volví a sobrevolar Albuquerque, y aterricé en Dallas Fort Worth, en Texas. Los de American Airlines estaban ofreciendo $800 en viajes dentro de un año y una estadía de una noche con comida pagada al que se bajara del avión. No, gracias.
Desperté sobre un mar de nubes grises. Luego del desayuno, comencé a reconocer dónde estaba.
De hecho, estoy casi seguro que estos son el Túnel Chico y el Túnel Curvo al sur de Illapel. Los cruzamos con Rodrigo rumbo al norte, y yo los volví a cruzar solo, volviendo del fin de semana del 18 de septiembre. Nunca publiqué las fotos de ese viaje.

Eventualmente pasamos el Cerro El Roble. Se acuerdan?

Unos segundos después, el desvío hacia Til Til desde la Ruta 5. Cuántas veces habré tomado ese desvío para ir a algún paseo por ahí.

También la planta de Polpaico, donde estuvo trabajando Rodrigo un tiempo.

Y luego el camino a Lampa, donde más de alguna vez me paré a ver cómo aterrizaban los aviones. Y ahora estaba aterrizando yo.

La moto partió a la tercera patada. Parché una fuga lenta del neumático delantero.
Acto seguido se convocó una gran reunión sobre cervezas y completos.

Llegó el fin de semana, y se fijó el destino: las Lagunas del Santuario de la Naturaleza, versión dos: sin nieve.
En Mayo habíamos intentado llegar a las lagunas del Santuario. Lo logramos, pero nos quedó muchísimo camino por recorrer.
Nuestro recorrido se muestra a continuación, como un conjunto de segmentos de distintos colores.

El detalle de las rutas lo pueden ver en el archivo KMZ de Google Earth, disponible aquí.

El tramo amarillo es lo que logramos hacer en Mayo. En la Laguna Coyara nos tuvimos que devolver, ya que la huella en la nieve que habíamos estado siguiendo se acabó.

La entrada al Santuario cuesta $4000. Considero que vale la pena si uno lo aprovecha como lo hicimos ese día. Por ir de picnic... no tanto.
Pasamos por la casa de paintball.


Rodrigo no aguantó más la fiebre de sábado por la mañana, y se lanzó a bailar el Macarena.

Luego de ese ridículo episodio, seguimos por el sendero.

Subiendo y subiendo.

Esto sí que no lo vimos la vez pasada: flores!


Una vista hacia Santiago. A la derecha, el Manquehue.

Y más flores!

Interminables kilómetros de faldeos. Recuerdan esta curva?

No? Aquí está la foto de Mayo.

Flores!!!

Y qué es eso allá arriba, en el cielo? El punto negro es un cóndor. Lo blanco...


Los tres subimos y subimos. Eventualmente me distancié de ellos: seguían subiendo en espiral, pero sobre una cumbre ahora distante. Ni idea quién ganó: el cóndor o el planeador.


Rodrigo se adelantó. El toro no le dio la bienvenida (click).

Y con eso, llegamos a la estación de antenas y paneles solares.

Aproveché de cambiar el chicler de alta de 135 por uno de 128. Ese día llegaríamos a los 3500 m de altitud.
La vista hacia Colina. Ese camino que se ve en la distancia llega a Colina, pero es propiedad de la minera.

Mientras descansábamos, escuchamos el ruido de motores.

En un paseo anterior Rodrigo había descubierto un túnel extremadamente largo. Partimos a buscar la entrada.

El camino–si se le puede llamar así–estaba cubierto de piedras angulares. Una particularmente traicionera logró tirarme repentinamente hacia el lado. Caí en seco con el hombro, como si fuera un jugador de fútbol americano. Tierra 1, Paul 0.

Me quedé sentado un buen rato. El hombro me dolía, un dolor difuso, general. Seguramente los ligamentos habían hecho lo suyo, y absorbieron gran parte del impacto. Me di cuenta que tenía el pie atrapado bajo la moto, y bajo gran peso.
Con un tirón fuerte logré sacar mi pie. No llevaba ni un par de horas en un paseo con mis botas nuevas, y ya me habían salvado. Sería la primera de muchas salvadas en este y otros paseos.

Finalmente llegué a la entrada del túnel.

Esto fue lo que vimos durante unos diez minutos:

Habría sido monotonía pura y simple, si no fuera por el agua dentro del túnel. A veces eran pozas chicas, a veces grandes. A veces una poza contínua que seguía durante 50, 100 metros. Fue aquí, avanzando como una lancha, con unos 15, 20 cm de profundidad, que comenzó a quejarse el motor. Miré el trip meter, pero no estaba ni cerca de la reserva. Pegué unos acelerones con la muñeca, pero la luz se estaba poniendo amarillenta, y el motor no sonaba contento. Bajé a un cambio más bajo. La moto daba tirones, el sonido del escape se volvió intermitente y ahogado. Eventualmente, luego de unos segundos de espasmos tristes, iluminado por una luz anaranjada de vela, el motor se apagó.
No veía absolutamente nada. Delante mio, un punto minúsculo de luz intensa. Detrás mio, otro punto distante.
Puse el motor en neutro, y di algunas patadas. Nada. El único ruido era el sonido de las gotas cayendo esporádicamente.
Sospechando que el flujo de agua constante habría enfriado el motor, subí el choke, y probé de nuevo. Prendió!
Salí del túnel finalmente.

... Para luego entrar en otro túnel, mucho más corto.

Cuando emergimos, estábamos al otro lado del cerro. El recorrido fuchsia parte de las antenas, bajamos hacia el oeste, entramos al túnel, y aparecimos al otro lado.

Sí, gracias:

Para acortar camino, y por el simple gusto de una trepada, Rodrigo se lanzó cuesta arriba. Lo siguió Audy, y luego me tiré yo.
Estaba bastante suelta, y yo tuve que parar a los tres cuartos. Audy llegó más lejos, y no recuerdo si Rodrigo la subió entera.

Esa zanja diagonal la hice yo. Ah, lo que es tener un neumático trasero casi pelado...

En la distancia, vacas.

Y allá abajo... qué es eso? Un punto blanco en el camino.

Pero si no es Daniel, hermano de Rodrigo.

Uno por uno dimos la vuelta y bajamos.


Seguimos por el camino principal, de vuelta hacia las antenas. En el último tramo nos encontramos con arrieros y sus caballos.




Y con eso, siguieron su camino. (click)

Y seguimos adelante.



Los últimos restos del manto de nieve.



Finalmente llegamos a la Laguna del Viento. Almorzamos. El queso de mi sandwich se había derretido y estaba lleno de burbujas, por la altitud.

Así se veía la laguna en Mayo:



Seguimos hacia la Laguna de Coyara. (click)

Cómo cambia la cosa en verano!

La subida me dio problemas. Dejé caer la moto sobre mi pie, aunque esta vez no me dolió.

Rodrigo tuvo que empujar a Daniel.


Mirando hacia el camino principal.


Más adelante, se acabó todo lo verde.


Subimos, subimos.

Los colores, los colores!

Rodrigo decidió subir la pequeña torre.

En la distancia, mirando hacia el nor-este, alcanzamos a ver otra laguna más. Sería posible alcanzarla?


Pues había que intentar.




Pero antes, intentaríamos subir a estas torres de alta tensión. El camino principal terminaba en un derrumbe, así que Rodrigo decidió ver hasta dónde llegaba subiendo por un lecho de rocas sueltas y filudas.

No pudo.
Seguimos por otro camino, siempre por las lomas de los cerros. Eventualmente vimos que se abría un valle a nuestra izquierda, al norte. Bajamos hasta el cruce.

Un larguísimo brazo de nieve bajaba desde lo alto, cruzando el camino. Había sido erosionado por el viento, y lucía un hermoso patrón de sastrugi.

Dejamos el camino y cruzamos por un campo de piedras. Antes, hacer esto habría sido un suplicio testicular. Ahora había aprendido que la mejor manera de enfrentar este tipo de terreno es tomar velocidad y dejar que la suspensión haga lo suyo.

Y mirando hacia atrás: (click)


Una vez al otro lado, seguimos por el valle.

Otra laguna más!


Y éstos postes? A dónde nos llevan?

Pues a la Laguna Los Ángeles!

Paramos a descansar un rato. El sol de la tarde, las rocas calientes y la brisa fresca eran receta perfecta para una siesta.
Pero también las sombras avanzaban, y teníamos que seguir nuestro camino.

Tomamos el camino azul.

No nos llevó a ninguna parte interesante, así que volvimos.




Los colores, absolutamente increíbles.


Rodrigo consulta el GPS.



Las tradicionales nubes de la tarde andina comenzaron a aparecer.

Esta vista me recuerda a la yesera de Baños de Colina. (click)

Y hacia el otro lado: (click)

Llegamos nuevamente a las antenas.

Mientras yo cambiaba el chicler otra vez, Rodrigo y Daniel descansaban. (click)

Era hora de bajar.



El regreso hacia la entrada del Santuario siempre se hace eterno. Venía extremadamente cansado, a tal punto que dejé de esquivar las rocas en el camino. Cuando sucedió eso, me detuve un rato a descansar.

Y finalmente llegamos de vuelta a la casa de paintball.

Es bueno estar de vuelta en Chile.
Han pasado muchas cosas. He pasado calor, frío; he estado solo y he hecho amigos. Extrañé lo conocido y descubrí lo desconocido.
Luego de muchos meses de espera, era hora de volver a Chile para las vacaciones.
Me subí a un avión y me fui de Albuquerque. Partí hacia el oeste.

La coca cola traía hielo.

Aterricé en Phoenix, Arizona. Más horas de espera.

Despegué rumbo al este.

Volví a sobrevolar Albuquerque, y aterricé en Dallas Fort Worth, en Texas. Los de American Airlines estaban ofreciendo $800 en viajes dentro de un año y una estadía de una noche con comida pagada al que se bajara del avión. No, gracias.
Desperté sobre un mar de nubes grises. Luego del desayuno, comencé a reconocer dónde estaba.
De hecho, estoy casi seguro que estos son el Túnel Chico y el Túnel Curvo al sur de Illapel. Los cruzamos con Rodrigo rumbo al norte, y yo los volví a cruzar solo, volviendo del fin de semana del 18 de septiembre. Nunca publiqué las fotos de ese viaje.

Eventualmente pasamos el Cerro El Roble. Se acuerdan?

Unos segundos después, el desvío hacia Til Til desde la Ruta 5. Cuántas veces habré tomado ese desvío para ir a algún paseo por ahí.

También la planta de Polpaico, donde estuvo trabajando Rodrigo un tiempo.

Y luego el camino a Lampa, donde más de alguna vez me paré a ver cómo aterrizaban los aviones. Y ahora estaba aterrizando yo.

La moto partió a la tercera patada. Parché una fuga lenta del neumático delantero.
Acto seguido se convocó una gran reunión sobre cervezas y completos.

Llegó el fin de semana, y se fijó el destino: las Lagunas del Santuario de la Naturaleza, versión dos: sin nieve.
En Mayo habíamos intentado llegar a las lagunas del Santuario. Lo logramos, pero nos quedó muchísimo camino por recorrer.
Nuestro recorrido se muestra a continuación, como un conjunto de segmentos de distintos colores.

El detalle de las rutas lo pueden ver en el archivo KMZ de Google Earth, disponible aquí.

El tramo amarillo es lo que logramos hacer en Mayo. En la Laguna Coyara nos tuvimos que devolver, ya que la huella en la nieve que habíamos estado siguiendo se acabó.

La entrada al Santuario cuesta $4000. Considero que vale la pena si uno lo aprovecha como lo hicimos ese día. Por ir de picnic... no tanto.
Pasamos por la casa de paintball.


Rodrigo no aguantó más la fiebre de sábado por la mañana, y se lanzó a bailar el Macarena.

Luego de ese ridículo episodio, seguimos por el sendero.

Subiendo y subiendo.

Esto sí que no lo vimos la vez pasada: flores!


Una vista hacia Santiago. A la derecha, el Manquehue.

Y más flores!

Interminables kilómetros de faldeos. Recuerdan esta curva?

No? Aquí está la foto de Mayo.

Flores!!!

Y qué es eso allá arriba, en el cielo? El punto negro es un cóndor. Lo blanco...


Los tres subimos y subimos. Eventualmente me distancié de ellos: seguían subiendo en espiral, pero sobre una cumbre ahora distante. Ni idea quién ganó: el cóndor o el planeador.


Rodrigo se adelantó. El toro no le dio la bienvenida (click).

Y con eso, llegamos a la estación de antenas y paneles solares.

Aproveché de cambiar el chicler de alta de 135 por uno de 128. Ese día llegaríamos a los 3500 m de altitud.
La vista hacia Colina. Ese camino que se ve en la distancia llega a Colina, pero es propiedad de la minera.

Mientras descansábamos, escuchamos el ruido de motores.

En un paseo anterior Rodrigo había descubierto un túnel extremadamente largo. Partimos a buscar la entrada.

El camino–si se le puede llamar así–estaba cubierto de piedras angulares. Una particularmente traicionera logró tirarme repentinamente hacia el lado. Caí en seco con el hombro, como si fuera un jugador de fútbol americano. Tierra 1, Paul 0.

Me quedé sentado un buen rato. El hombro me dolía, un dolor difuso, general. Seguramente los ligamentos habían hecho lo suyo, y absorbieron gran parte del impacto. Me di cuenta que tenía el pie atrapado bajo la moto, y bajo gran peso.
Con un tirón fuerte logré sacar mi pie. No llevaba ni un par de horas en un paseo con mis botas nuevas, y ya me habían salvado. Sería la primera de muchas salvadas en este y otros paseos.

Finalmente llegué a la entrada del túnel.

Esto fue lo que vimos durante unos diez minutos:

Habría sido monotonía pura y simple, si no fuera por el agua dentro del túnel. A veces eran pozas chicas, a veces grandes. A veces una poza contínua que seguía durante 50, 100 metros. Fue aquí, avanzando como una lancha, con unos 15, 20 cm de profundidad, que comenzó a quejarse el motor. Miré el trip meter, pero no estaba ni cerca de la reserva. Pegué unos acelerones con la muñeca, pero la luz se estaba poniendo amarillenta, y el motor no sonaba contento. Bajé a un cambio más bajo. La moto daba tirones, el sonido del escape se volvió intermitente y ahogado. Eventualmente, luego de unos segundos de espasmos tristes, iluminado por una luz anaranjada de vela, el motor se apagó.
No veía absolutamente nada. Delante mio, un punto minúsculo de luz intensa. Detrás mio, otro punto distante.
Puse el motor en neutro, y di algunas patadas. Nada. El único ruido era el sonido de las gotas cayendo esporádicamente.
Sospechando que el flujo de agua constante habría enfriado el motor, subí el choke, y probé de nuevo. Prendió!
Salí del túnel finalmente.

... Para luego entrar en otro túnel, mucho más corto.

Cuando emergimos, estábamos al otro lado del cerro. El recorrido fuchsia parte de las antenas, bajamos hacia el oeste, entramos al túnel, y aparecimos al otro lado.

Sí, gracias:

Para acortar camino, y por el simple gusto de una trepada, Rodrigo se lanzó cuesta arriba. Lo siguió Audy, y luego me tiré yo.
Estaba bastante suelta, y yo tuve que parar a los tres cuartos. Audy llegó más lejos, y no recuerdo si Rodrigo la subió entera.

Esa zanja diagonal la hice yo. Ah, lo que es tener un neumático trasero casi pelado...

En la distancia, vacas.

Y allá abajo... qué es eso? Un punto blanco en el camino.

Pero si no es Daniel, hermano de Rodrigo.

Uno por uno dimos la vuelta y bajamos.


Seguimos por el camino principal, de vuelta hacia las antenas. En el último tramo nos encontramos con arrieros y sus caballos.




Y con eso, siguieron su camino. (click)

Y seguimos adelante.



Los últimos restos del manto de nieve.



Finalmente llegamos a la Laguna del Viento. Almorzamos. El queso de mi sandwich se había derretido y estaba lleno de burbujas, por la altitud.

Así se veía la laguna en Mayo:



Seguimos hacia la Laguna de Coyara. (click)

Cómo cambia la cosa en verano!

La subida me dio problemas. Dejé caer la moto sobre mi pie, aunque esta vez no me dolió.

Rodrigo tuvo que empujar a Daniel.


Mirando hacia el camino principal.


Más adelante, se acabó todo lo verde.


Subimos, subimos.

Los colores, los colores!

Rodrigo decidió subir la pequeña torre.

En la distancia, mirando hacia el nor-este, alcanzamos a ver otra laguna más. Sería posible alcanzarla?


Pues había que intentar.




Pero antes, intentaríamos subir a estas torres de alta tensión. El camino principal terminaba en un derrumbe, así que Rodrigo decidió ver hasta dónde llegaba subiendo por un lecho de rocas sueltas y filudas.

No pudo.
Seguimos por otro camino, siempre por las lomas de los cerros. Eventualmente vimos que se abría un valle a nuestra izquierda, al norte. Bajamos hasta el cruce.

Un larguísimo brazo de nieve bajaba desde lo alto, cruzando el camino. Había sido erosionado por el viento, y lucía un hermoso patrón de sastrugi.

Dejamos el camino y cruzamos por un campo de piedras. Antes, hacer esto habría sido un suplicio testicular. Ahora había aprendido que la mejor manera de enfrentar este tipo de terreno es tomar velocidad y dejar que la suspensión haga lo suyo.

Y mirando hacia atrás: (click)


Una vez al otro lado, seguimos por el valle.

Otra laguna más!


Y éstos postes? A dónde nos llevan?

Pues a la Laguna Los Ángeles!

Paramos a descansar un rato. El sol de la tarde, las rocas calientes y la brisa fresca eran receta perfecta para una siesta.
Pero también las sombras avanzaban, y teníamos que seguir nuestro camino.

Tomamos el camino azul.

No nos llevó a ninguna parte interesante, así que volvimos.




Los colores, absolutamente increíbles.


Rodrigo consulta el GPS.



Las tradicionales nubes de la tarde andina comenzaron a aparecer.

Esta vista me recuerda a la yesera de Baños de Colina. (click)

Y hacia el otro lado: (click)

Llegamos nuevamente a las antenas.

Mientras yo cambiaba el chicler otra vez, Rodrigo y Daniel descansaban. (click)

Era hora de bajar.



El regreso hacia la entrada del Santuario siempre se hace eterno. Venía extremadamente cansado, a tal punto que dejé de esquivar las rocas en el camino. Cuando sucedió eso, me detuve un rato a descansar.

Y finalmente llegamos de vuelta a la casa de paintball.

Es bueno estar de vuelta en Chile.


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