Chico venía insistiendo hace semanas con la idea de que nos fuéramos a alojar a su casa en El Tabo. Quería usarlo como base para poder explorar las zonas de Laguna Verde, Placilla y el resto de los territorios de Francisco. Yo no tenía mucho ánimo de ir, ya que no recordaba un día de invierno en la costa que no fuera un día miserable, húmedo y gris.
Chico me aseguró que en la costa haría un día lindo, y preparado con toda mi ropa para el frío, partimos una mañana por la Ruta 68, para luego tomar caminos interiores.
Efectivamente, luego de un corto tiempo, el cielo se despejó y, aunque el aire estaba frío, el sol algo lograba calentar.
Llegamos a El Tabo a eso de la hora del almuerzo. Sin avisarnos, Chico se desvió del camino costero y entró a un terreno arbolado, pasando entre dos postes y una zanja como si fuera la puerta principal de su casa. Bueno, habrá que seguirlo.
No era a su casa donde nos dirigíamos. En realidad, no sé qué tenía en mente, porque hubo un pequeño incidente que nos mantuvo ocupados durante un buen rato.
A la entrada del pequeño bosque había una subida de tierra: un lado era de pendiente suave y regular, un camino. El otro lado era más empinado, más interesante. Chico subió, y en la parte más alta dobló inmediatamente a su izquierda. Yo fui por el camino de pendiente suave, y me detuve a mirar el entorno. La subida empinada no era más que un gran montículo de tierra compactada, detrás del cual había una caída igualmente pronunciada y un poco más adelante, una enorme área pantanosa.
Para entonces Ben ya iba subiendo a toda velocidad. En la cima, una rama enorme le golpeó el casco, pasó de largo, y entró en perfecta línea recta al pantano. Este fue el resultado:
Y esto fue lo que tuvimos que hacer para sacarlo.
No habíamos siquiera llegado a la casa, y Ben ya estaba cubierto de fango negro maloliente.
Opción uno: aguantar el mal olor, hacer como si nada, como buen macho.
Opción dos:
Almorzamos, dejamos algunas cosas en casa, y salimos a dar una vuelta.
Ese día no alcanzaríamos a llegar a Laguna Verde, por lo que nos contentamos con los caminos boscosos de la zona.
Algunas partes eran más fáciles que otras.
A la vuelta pasamos por el supermercado. Yo los esperé afuera, con las motos. Vi, a través de la ventana, cómo se acercaban a la caja para pagar, y cómo repentinamente Chico se larga a reír, la cajera se sonroja, y Ben comienza a hacer gestos nerviosos.
A la salida seguían riéndose. Ben le había preguntado a la cajera, con pura inocencia, por el precio de una golosina llamada "Tuyo". La pregunta, naturalmente, fue "
Oye, y cuánto vale el tuyo?"
Con chorizos, pan y demás requerimientos para un asado, pasamos a comprar leña cara y húmeda. En la casa de Chico encontramos una botella de "Ron Dorado", una sustancia que probablemente era una mezcla de alcohol, azúcar, y colorante.
El día siguiente amaneció despejado, hermoso.
Cargamos las cosas, porque iríamos a casa de Francisco a dar vueltas por la zona.
Francisco nos llevó al acueducto y luego a ver la cascada.
Unos minutos de andar por el bosque después, llegamos a la cascada misma.
Todo esto era una especie de tour guiado para beneficio de Chico, quien nunca había acompañado a Francisco en uno de estos paseos.
Pasamos a ver la pequeña laguna antes de la caseta de válvulas que daba el paso del agua a la central. Este túnel viene del Tranque La Luz, y se origina en las torres de válvulas que allá existen.
Todo listo para partir, y noto que tenía la rueda delantera desinflada. Genial.
Cuántos años tendrá esa tachuela?
Continuamos al Tranque La Luz, a las torres de válvulas.
Cruzamos el pretil del tranque, y seguimos por los bosques de eucaliptus.
Un poco más allá, las compuertas de desagüe del Tranque. Ya no era posible bajar, porque habían talado los árboles de la zona, y la pendiente era demasiado resbalosa.
Adelante, adelante.
Llegamos así a nuestro último destino, un lugar que me era nuevo: La Central Hidroeléctrica El Sauce.
Hace no tantos años, un temporal hizo que el río se desbordara y siguiera otro cauce, socavando parte de la construcción.
El ambiente era raro. Estábamos al final del día, a nuestro alrededor habían árboles negros y oscuros, y en el centro de la quebrada, estas construcciones abandonadas, a medio derrumbar.
Entramos.
Todo estaba destruído, en un desorden máximo. Nada se había escapado a las manos de los vándalos y ladrones de cobre. Ustedes creen que tendrían respeto por el panel de instrumentos (posiblemente los mismos instrumentos con los que se inauguró la central en 1909), cada uno delicadamente montado sobre lajas de mármol blanco?
Nada, no había respeto por nada. El mármol ahora crujía bajo nuestras botas. La escoria humana lo había destruido todo.
El baño. En el suelo, restos del espejo.
Los generadores, destripados por extraer su cobre.
Todo lo que se podía romper, estaba roto. Todo lo que no estuviera apernado al piso, y algunas cosas que sí, habían sido robadas. Todo lo que contuviera cobre había sido degollado. Las ratas con forma de humano habían estado aquí, y habían hecho lo único que saben hacer.
Roto, todo roto.
Salimos al exterior. Dentro del edificio de los generadores se sentía un tristeza directa, inmediata. Aquí afuera, era más una sensación de melancolía triste, el jardín de una persona recientemente fallecida.
Irónicamente los dos naranjos estaban repletos de fruta jugosa y dulce. Seguramente no habían madurado para cuando llegaron las ratas a llevarse todo.
Bajamos al túnel que corre debajo de la central, donde caía el agua luego de impulsar los generadores.
El agua que proveía la energía a la Central provenía del Tranque la Luz. Ahí se contaba con una compuerta de rebalse, que vimos, y las torres de válvulas, que daban el paso hacia un túnel subterráneo, de unos centenares de metros de largo. Este túnel desemboca en una laguna chica en la ladera de un cerro, donde estuvimos también, quizás para permitir que el agua deje algo de su sedimento. Si se abrían las válvulas de la caseta, el agua podía bajar por enormes tubos hasta la central. Ahí era conducida hasta estas toberas, las cuales dirigían el agua hacia las ruedas Pelton.
Las paletas de una rueda Pelton son de forma bastante curiosa: una doble cuchara mirando hacia el chorro. Si fueran paletas planas, el agua cambiaría más o menos en 90º su trayectoria al impactarlas. Esto resultaría en una transferencia de momentum correspondiente a
la mitad de lo que se consigue haciendo que el agua se devuelva en sentido contrario al que tenía antes del impacto. Mientras más grande sea el cambio de momentum del agua, mayor es el impulso transferido a la rueda.
El resto de las construcciones alrededor del edificio principal estaban completamente destruídas. Los techos, los pisos, las ventanas, todo. Era como si a las ratas humanas les hubiera atrapado una fiebre del cobre. No me sorprendería que hubieran intentado arrancar el cableado de los enchufes, seguramente con alaridos de simio exaltado.
Ustedes que vienen conociendo la Central El Sauce en este estado no tienen punto de referencia. Concedo que es una construcción vieja, pero hasta hace unos años, operaba plenamente.
Como Francisco nos contaba ya en otro posteo sobre Laguna Verde:
El tranque la luz fue construido por el estado en el año 1907 para dar electricidad a los tranvías eléctricos y parte de la ciudad de Valparaíso. Fue la segunda central hidroeléctrica construida en Chile y la primera con alternadores, funciono hasta el año 1996, actualmente el tranque la luz es de propiedad de la inmobiliaria Curauma.
Desconozco quien es el actual dueño de la parcela en donde esta construida la central El Sauce, el año pasado me aventure a conocerla, pude sacar algunas fotografías he incluso grabar un video, actualmente esta custodiada por un solitario personaje y es prohibido el acceso. La maquinaria se encuentra en perfectas condiciones.
El viejo ya no está, claramente. Cuando se fue él, comenzaron a destruir el lugar. Cuando Francisco me contaba sobre sus exploraciones de la zona, y cómo el viejo prohibía el paso, sentía molestia por pensar que inocentes exploradores como nosotros no podríamos conocer parte de la historia de Chile. Ahora entiendo la
raison d'être del viejito. No quedaba otra: aparte de los bienhechores curiosos, habían hordes invisibles de ratas humanas acechando las instalaciones. Vendrían en autos viejos, Fiat 600, en camionetas humeantes, y se llevarían todo, lo destrozarían todo, y se lo llevarían de vuelta a sus caseríos, a sus madrigueras.
Me pregunto si el viejito soñaba con el destino de su lugar de trabajo, su casa. Me pregunto si se despertaba de noche, las máquinas con un silencio de años encima, y se quedaba ahí, de espaldas, pensando.
Cómo era la Central antes? Francisco tiene fotos.
Se hizo de noche, y caminamos de vuelta a las motos.
Francisco nos invitó a comer a su casa, donde probamos la buenísima mermelada de su madre, y luego partimos a casa.
Aún con toda la ropa para el frío encima, me congelé. Había algo muy adentro que no lograba calentar.
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